Bienaventurado Francisco Palau O.C.D.

Beato Francisco Palau y Quer O.C.D. (1811-1872)
Beato Francisco Palau y Quer O.C.D. (1811-1872)
Luis Dufaur
Escritor, periodista,
conferencista de
política internacional,
socio del IPCO,
webmaster de
diversos blogs







Bienaventurado

Francisco Palau y Quer O.C.D.

(1811-1872):


Un profeta de ayer

para hoy, para mañana,

y para el fin de los tiempos






“Yo no veré en toda la vida sino persecuciones,
pues mi espíritu escupe el mundo
y para conservar mis comodidades
yo no torceré nunca el camino.

“Si me quedo aquí en Europa
los malos cristianos no me dejarán quieto
ni en el desierto, ni en la ciudad;
ni yo podré aguantar a ellos
ni ellos me tolerarán a mí”.
(B.Palau, Carta 9/18)



Capítulo 1, Orador sagrado, Apóstol del operariado,
Varón de pensamiento y lucha

Nacido en la tormenta de la Revolución anticristiana


Exilado a Ibiza, ia ao rochedo Vedrà (foto) a fazer retiro espiritual
El bienaventurado Francisco Palau y el Vedrà en Ibiza
Francisco Palau y Quer vino a la luz el 29 de diciembre de 1811 bajo el signo de las crisis que sacuden el mundo moderno. Sus padres eran pequeños propietarios en la vecindad de Aytona, pueblo de la próspera región de Cataluña (España).

El hogar era impregnado por la piedad familiar y por inmemoriales costumbres que generaciones de fe y trabajo destilaron en un ambiente orgánico rebosante de genuina cultura popular.

Francisco nació en territorio ocupado. Napoleón I había invadido España e intentaba implantar a punta de bayoneta los pseudo-ideales de la Revolución Francesa.

El pueblo natal de Francisco padecía bajo la bota de la soldadesca napoleónica comandada por el coronel Henriot, establecido en Lérida. Henriot instauró un régimen de terror y miseria. Reprimía severamente la población fiel al rey legítimo, a las costumbres tradicionales, a los derechos regionales o Fueros y al catolicismo.

Los hombres habían huido a los bosques. En las ciudades quedaban mujeres, niños y ancianos. Reinaban el hambre, el frío, la penuria y el luto.

Cuando, por fin, las maltrechas huestes napoleónicas abandonaron España, dejaron atrás de sí una tierra arrasada.

Desde niño, Francisco tuvo que ayudar a su padre y hermanos a reconstruir la casa paterna y recuperar la producción de sus parcelas.

Vistiendo el manto del profeta Elías


Ya en la infancia se revelaron sus cualidades intelectuales y su vocación religiosa. A los 17 años ingresó en el seminario de Lérida, donde fue formado en la teología de Santo Tomás de Aquino.

Allí decidió ingresar en la Orden del Carmen ([1]), pero el Rector del seminario y sus propios padres se opusieron. Hizo una novena a San Elías.

Santo Elias raptado num carro de fogo diante de Santo Eliseu.  Juan de Valdés Leal  (1622 - 1690), igreja de Nossa Senhora do Carmo, Córdoba, Espanha.
Elías da su manto a San Eliseo.
Juan de Valdés Leal (1622 - 1690), iglesia del Carmelo, Córdoba, España.
“El último día de la novena – narró el padre Canudas, uno de sus colaboradores – quiso el Cielo tranquilizarle señalándole la orden a que quería perteneciese, lo cual hizo de un modo bien claro, pues San Elías extendióle su capa y le cobijó en ella. Con tal visible señal, no titubeó un momento en dirigirse al Monte deseado a la sombra del Carmelo” ([2]).

Cuando tenía 21 años fue admitido en el convento carmelita de San José, en Barcelona. El 15 de noviembre de 1833 hizo la profesión solemne en la Orden.

En la España de entonces, pronunciar votos religiosos equivalía a arrostrar el martirio:

“Cuando hice mi profesión religiosa, – escribió años más tarde – la revolución tenía ya en su mano la tea incendiaria para abrasar todos los establecimientos religiosos y el temible puñal para asesinar los individuos refugiados en ellos. 

No ignoraba yo el peligro apremiante a que me exponía, ni las reglas de previsión para sustraerme a él, me comprometí, sin embargo, con votos solemnes a un estado, cuyas reglas creía poder practicar hasta la muerte, independiente de todo humano acontecimiento” ([3]).

Efectivamente, en la noche del 25 de julio de 1835 estalló un motín liberal. Grupos revolucionarios incitando al homicidio, portando antorchas y cuchillos, prendieron fuego a numerosos monasterios y martirizaron religiosos por toda España.

Fray Francisco y sus compañeros fueron despertados por el horrible grito “¡Maten a los frailes!” y por la luz de las llamas que consumían la iglesia conventual ([4]).

Fray Francisco y algunos hermanos de vocación salvaron la vida. Pero enseguida fueron atrapados y encerrados en cárceles, donde quedaron aguardando la muerte.

El gabinete ministerial de la monarquía española era acentuadamente anticlerical. Después de esa sublevación sacrílega y sangrienta, las órdenes religiosas de clausura fueron suprimidas y sus bienes rematados.

Los frailes fueron dispersados y sus hábitos prohibidos. Fueron tolerados sólo los que se presentasen como sacerdotes seculares. El convento de San José donde estaba Fray Francisco era el más antiguo carmelitano de Barcelona y fue demolido y en su lugar fue instalado un mercado.

El Beato Palau recuperó la libertad pero para encontrarse sumariamente en la calle. Ya no tenía convento donde vivir, no podía usar sus ropas religiosas, no podía reunirse con otros carmelitas y era hostilizado por piquetes anticlericales.

Durante décadas la Orden del Carmen sería perseguida por leyes inicuas. La Provincia Carmelitana de Cataluña sólo fue restaurada el 3 de diciembre de 1906, más de 30 años después de la muerte del bienaventurado.

La Revolución había subvertido completamente la vida de Fray Palau. Mas éste, admirador entusiasmado del profeta S. Elías, tomó una resolución y la ejecutó rectilíneamente: imitar al fundador del Carmelo viviendo como ermitaño en una gruta en Aytona, en las montañas de Cataluña.

Completó los estudios en la soledad y volvió a la ciudad para ser ordenado sacerdote el 2 de abril de 1836, por el obispo de Barbastro, Mons. Jaime Fort y Puig. Éste le nombró asistente de la parroquia de Aytona, su ciudad natal.

360º: Cueva del Padre Palau en Aytona


Intrépido predicador en feroz guerra civil


En las nuevas funciones, Fray Palau se reveló un apóstol de excepcional valor: recorría las calles para asistir enfermos, instruir niños y convertir pecadores.

Sus sermones eran llenos de ardor y lógica, riqueza de imágenes y sabor de expresión, tenían decisiva fuerza de convicción. Las gentes se agolpaban en su confesionario. Los progresos de la parroquia eran manifiestos.

La envidia y el odio revolucionarios también. Pronto fue calumniado como “absolutista”, “exagerado”, incapaz de comprender el progreso y el mundo.

Por fin, agentes revolucionarios solventaron asesinos para eliminarlo.

El P. Palau había construido una ermita de piedra donde solía recogerse cuando el ministerio sacerdotal le permitía.

Allí fueron a buscarle tres homicidas a sueldo. Al verlos, el P. Palau no se intimidó. Por el contrario, los sicarios fueron sobrecogidos por un terror sobrenatural. El más atrevido avanzó:

– “Adelante, hermano mío. – le dijo el P.Palau. ¿Qué te trae a esta hora?”

“Vengo a matarte”, respondió el criminal.

La gruta de Aitona hoy es santuario de peregrinaciones
“¿Tú vienes a matarme? – retrucó el bienaventurado – Sería mejor que vinieses a confesarte pues hace veinte años que no lo haces. Escucha, tú no sabes cuando Dios te llamará a su Juicio. Ven”.

El asesino cayó de rodillas y se confesó, siendo luego imitado por sus dos cómplices ([5]).

El apostolado del P. Palau se realizaba en condiciones dramáticas. La guerra civil llamada de los siete años (1833-1840) devastaba España.

De un lado el gobierno monárquico-liberal de la reina Isabel II ([6]) se había propuesto “modernizar” España. En otras palabras, implantar las utopías revolucionarias francesas de 1789, erradicando los prejuicios religiosos del pueblo, destruyendo los consagrados estilos de vida con el pretexto falaz del progreso.

Del otro lado, el partido carlista, que consideraba rey legítimo al príncipe Carlos de Borbón (Carlos V) alistaba las fuerzas conservadoras.

Inscribía la Religión en sus banderas y defendía los derechos regionales (Fueros) adquiridos por reinos y provincias de España, orgánicamente, a lo largo de siglos de existencia autónoma bajo el signo de la fe y de ricas y variadas culturas locales.

El B. Palau prodigó lo mejor de sí predicando en diócesis dentro del territorio carlista, y asistiendo a soldados y heridos ([7]).

A su paso, de ciudad en ciudad, el fervor religioso se reanimaba, las esperanzas se encendían, las multitudes corrían a recibir los sacramentos, con evidente refuerzo de las convicciones carlistas.

La Santa Sede reconoció la magnitud de sus esfuerzos por la Iglesia.

El Vicario General Castrense y Delegado Apostólico en Berga ­­– capital provisoria del carlismo – Mons. Millau le concedió el título de Misionero Apostólico el 19 de febrero de 1840, con el poder de erigir Calvarios y exponer el Santísimo Sacramento cuando lo juzgase provechoso.

El B. Palau no dudaba de la legitimidad del carlismo y fue uno de sus más fervorosos defensores.

No obstante esto, nunca fue llevado por ilusiones, nostalgias del pasado o un sentimentalismo monárquico-tradicionalista.

Beato Francisco Palau y Quer O.C.D. (1811-1872)
El B. Francisco Palau y Quer O.C.D en tal vez la única foto
que hoy se encuentra disponible.
Para él, la suerte del carlismo estaba intrínsecamente unida a la causa de la Religión. Y el gran enemigo de ambos no era tanto el partido liberal cuanto la Revolución que ardía en toda Europa insuflada desde antros ocultos.

A todo momento el bienaventurado exhortaba príncipes y jefes carlistas a que fueran consecuentes con los postulados religiosos tradicionales que profesaban. El P. Palau les pedía una reforma personal de costumbres.

Así darían al pueblo el ejemplo eficaz a que están obligados nobles y miembros de las elites legítimas. Sin esto – decía – la causa carlista estaba destinada al desastre pese a tener el apoyo mayoritario de la población.

Así como la experiencia mostró que el B. Palau era un profundo conocedor de las almas, también los hechos evidenciaron que veía la política y la estrategia con más clarividencia que príncipes y generales carlistas.

Éstos escogieron el camino opuesto: dejaron para después – en la práctica para nunca – la reforma moral. Confiaron apenas en su capacidad bélica y en el apoyo popular para ganar la guerra civil.

En 1840, la catástrofe militar carlista era generalizada: las tropas huían en desbandada hacia Francia. Los soldados liberales avanzaban cobrando terribles represalias sobre la población. El clero era especial objeto de venganzas.

El B. Palau junto con otros religiosos fugitivos se salvó atravesando la frontera francesa el 21 de julio de 1840.

Desde Roma, el Papa Gregorio XVI censuró repetidas veces al gobierno anticlerical de Madrid y la multitud de atropellos que perpetraba contra la Iglesia.

La reacción del gobierno fue rápida y brutal: encarceló sacerdotes y obispos, exigió diplomáticamente que Francia estrechase la vigilancia de los religiosos españoles refugiados. El Nuncio Apostólico fue expulsado.

El gobierno instaló usurpadores en el lugar de 22 obispos, varios diocesanos fueron desterrados y numerosas diócesis quedaron vacantes ([8]). Por su parte, la prensa escarnecía al Papa por tramar una quimérica cruzada contra España desde las ciudades fronterizas.

Mientras socorría a sus compatriotas desterrados, el P. Palau meditó cuidadosamente las exhortaciones de Gregorio XVI. Movido por ellas, compuso seis grandes conferencias espirituales

“para aquellos que quieren rezar instruidos de la manera de dialogar con Dios por el triunfo de la religión católica en España, y para exterminar de esta nación las sectas impías que la combaten”. Estas conferencias fueron publicadas en 1843 con el título “Lucha del alma con Dios” ([9]).

Santuario de la Virgen de Livron donde atendia el B.Palau exilado en Francia.
Santuario de la Virgen de Livron donde atendia el B.Palau exiliado en Francia.
Durante el exilio en Francia, la condesa de Cahuzac y el vizconde de Serres, le acogieron en el castillo de Montdésir (Tarn-et-Garonne).

Estos nobles apoyaron la instalación del bienaventurado y un pequeño grupo de ermitaños en las grutas excavadas en la gargantas de Galamus, parte del coto señorial. Es la conocida ermita de Saint-Antoine de Galamulas. Luego se instaló en Cantayrac y en la proximidad del santuario de Notre Dame de Livron.

Allí el P. Palau podía entregarse a su amado aislamiento del mundo, a la contemplación, oración y meditación sobre la Revelación y la dimensión religiosa de los acontecimientos políticos y sociales que le tocaba vivir.

Pronto las gentes empezaron a reunirse en la planicie frente a la gruta para confesarse y asistir a la Misa, atraídas por su fama de santidad y por milagros que le eran atribuidos ([10]).

El apoyo de la nobleza local le fue indispensable pues el clero de la región le acusaba ante el obispo por “competición desleal”.

La presencia de un religioso atípico que se levantaba muy temprano, llevaba una vida llena de oraciones y buenas obras, reenfervorizando el pueblo era mal vista. El 22 de mayo de 1848, los gendarmes de Caylus recibieron la orden de arrestar cualquier religioso vestido de hábito fuera de su ermita. 

El Beato Palau percibió que el obispo de Montauban no le quería más en su diócesis y desaprobaba sus curas prodigiosas. Su exilio en Francia no podía durar mucho más ([11]).

Apóstol de las masas obreras


Durante el largo exilio (1840-1851) la animosidad gubernamental contra los refugiados había amainado. En 1851, el bienaventurado regresó a España.

Barcelona estaba en plena fiebre. Por un lado, la industrialización creciente había atraído a la ciudad masas de campesinos desarraigados de sus tierras y de sus estilos tradicionales de vida. Despojados de apoyo espiritual, eran fácil presa de la agitación revolucionaria.

Por otro lado, los principios igualitarios y libertarios de la Revolución Francesa habían corroído ampliamente los medios políticos dirigentes. Rápidamente habían engendrado sus desdoblamientos socialista, comunista y anarquista.

La gran ciudad española era un centro de efervescencia contra la Iglesia.

Nossa Senhora das Virtudes, grande devoção do Beato Palau
Nuestra Señora de las Virtudes,
devoción promovida por el bienaventurado
El P. Palau no hesitó: propuso al arzobispo de Barcelona, D. José Domingo Costa y Borrás, fallecido en olor de santidad, la construcción de una gran iglesia en el medio de los nuevos barrios obreros.

El obispo, que ya le había concedido uso de órdenes y le había nombrado director espiritual de los seminaristas, aprobó y contribuyó económicamente para la erección del templo auxiliado por algunos ricos industriales católicos.

En el centro neurálgico de lo que debería ser un foco de agitación socialo-comunista, el B. Palau fundó la Escuela de la Virtud, una obra catequística-apologética corajosa, inteligente y fructífera.


El propio Beato explicó la finalidad:

“Nuestra escuela defendiendo la virtud desde la catedra de la verdad se ha propuesto desbaratar estos tres formidables aliados (pseudodoctores, la incredulidad de los modernos filósofos, el ángel de las tinieblas).

Nuestras explicaciones están destinadas a disecar la fraseología y toda la hoja-rasca de voces, términos y nombres, tras los que viven parapetados los pseudofilósofos, y a desnudar de las insignias de la virtud y moralidad pura el maniquí y los idolillos de las pasiones, y la fingida gloria del ángel rebelde, dejándole con sus cuernos, cola y uñas, tan feo como le hizo su pecado de rebelión” ([12]

La Escuela de la Virtud era un curso para niños y adultos meticulosamente programado, con 52 aulas, una cada domingo. Las funciones se realizaban en la iglesia de San Agustín y empezaban con el canto o recitación del Veni Sancte Spiritus.

Un coro de niños repetía de memoria la lección previamente distribuida en folletos o anunciada por la prensa. A continuación, los adultos cantaban salmos y recibían una exposición del tema, seguida de debates.

Los profesores, guiados por el B. Palau, daban lecciones de doctrina católica y refutaban los argumentos contrarios, especialmente los errores del socialismo, del comunismo y del ateísmo.

Al final se hacía un acto de fe en las tesis expuestas, y el director concluía la sesión con un breve discurso. Coreografías y representaciones, discusiones públicas, síntesis y oraciones finales consolidaban en las mentes los principios católicos y contra-revolucionarios aprendidos ([13]).

Las prédicas en la Escuela de la Virtud eran recogidas por la prensa católica y esparcidas a los cuatro vientos.

El 1º de enero de 1852 el P. Palau condujo una impresionante procesión de la Escuela de la Virtud desde los barrios populares hasta las puertas del Palacio Episcopal, tan hostilizado en aquel tiempo.

El obispo entregó a la multitud una gran Cruz y bendijo una bella estatua de la Virgen que recibió el nombre de Nuestra Señora de las Virtudes.

Las palabras lúcidas e incisivas de Fray Francisco, su lógica impecable, su oratoria llena de personalidad, timbre y vigor, su fe ardiente, atraían centenares de adultos, hombres sobre todo.

El entusiasmo religioso serio, convicto y contagiante transmitido por la Escuela de la Virtud cundió céleremente por los barrios obreros. Esto era una amenaza intolerable para la Revolución.

Maliciosos artículos de la prensa izquierdista e incendiarios panfletos anónimos corrían repletos de vulgares calumnias contra el B. Palau y su obra.

Era acusado de dividir la clase obrera, de levantar los operarios contra el gobierno, de celebrar siniestros cultos, maquinar infames conspiraciones jesuíticas y practicar lo que demagogos posteriores llamarían “lavado de cerebro” sobre pobres víctimas seducidas y esclavizadas mentalmente en confesionarios y sacristías ([14]).

El 2 de marzo de 1852, el periódico “El Clamor Público” de Madrid denunciaba las congregaciones religiosas por conspirar contra el trono y la libertad aduciendo como prueba:

“se traslade el curioso espectador de las 6 a las 8 de la noche, los domingos, en el grandioso templo de San Agustín y, entre ceremonias extrañas y lúgubres, verá la influencia que esta gente fanática ejerce sobre los innumerables jóvenes confiados a su educación” ([15]).

El 31 de marzo de 1854, el Capitán General de Barcelona – máxima autoridad local – suprimió la Escuela de la Virtud. El obispo de Barcelona protestó ante el gobierno nacional. Hicieron lo mismo el arzobispo de Tarragona y los diocesanos de Lérida, Tortosa, Gerona y Urgel.

Gran número de testigos civiles denunció ante un tribunal eclesiástico la falsedad de las acusaciones. Pero la inicua decisión fue mantenida.

El B. Palau fue condenado a residencia forzosa en la isla de Ibiza (Baleares) a donde llegó en la noche del 9 al 10 de abril de 1854.

La impresión popular fue tan profunda que el recuerdo de la Escuela de la Virtud, después de cerrada, quedó asombrando la propaganda anticlerical que le continuó achacando la culpa de motines y conspiraciones contra la reina, la libertad y la patria.

Gran orador sacro en España


El peñón del Vedrà, cerca de Es Cubells, Ibiza
Durante el ostracismo en Ibiza, el P. Palau se instaló en Escubells donde organizó un ermita.

Desde allí podía contemplar un formidable monolito de piedra que surge aislado en el mar, rodeado por un collar de olas que ora revientan contra su perímetro casi inaccesible, ora parecen lamerle suavemente como una fiera domesticada.

El peñón se llama Vedrà y está envuelto por gloriosos horizontes luminosos provocados por el sol. Entre el promontorio y el bienaventurado se estableció una consonancia profunda.

Resolvió entonces pasar algunos días todos los años en el inhabitable peñasco para exámenes de conciencia, retiros espirituales y despachar correspondencia.

Más tarde, cuando creó el personaje literario del “ermitaño” lo instaló en un paraje fabuloso entre el Cielo y el infierno en el cual se reconoce esa grandiosa roca.

La isla de Ibiza era asolada por la delincuencia. Los crímenes pasionales eran frecuentes, las escuelas inexistentes y la policía ausente.

El efecto benéfico de las misiones del Beato fue tanto que hasta hoy se “conservan en Ibiza estribillos y canciones que recuerdan el inolvidable pasaje del misionero, una cosa parecida a la sucedida con San Luis María Grignion de Montfort en el Oeste de Francia” ([16]).

En Escubells, a algunos kilómetros de la ciudad de Ibiza, el incansable predicador construyó la ermita y la capilla a la cual el Papa Pío IX concedió el carácter de oratorio privado, y que fue la semilla del santuario marial de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

A esas actividades apostólicas se sumaba la atención del voluminoso carteo que le llegaba del continente. Simultáneamente fue convidado a pronunciar homilías en la ciudad de Palma de Mallorca.

En aquel entonces, la Santa Sede le había renovado los títulos y poderes de Misionero Apostólico.

Iglesia-santuario y ermita de la Virgen del Carmen, construida por el Padre Palau. Es Cubells, Ibiza
Iglesia-santuario y ermita de la Virgen del Carmen,
construida por el Padre Palau. Es Cubells, Ibiza
El exilio forzado en Ibiza acabó más de seis años después. El 2 de agosto de 1860 el ministerio de Gracia y Justicia le devolvió la libertad, después que decreto real le reconociera inocente.

De vuelta al continente, su empeño parecía no tener límites. En 1861 predicó la Cuaresma ante la nobleza de Madrid en las iglesias de San Isidro y Santa Isabel.

En los años anteriores el orador había sido San Antonio María Claret, ex-arzobispo de Cuba y confesor de la reina Isabel II. Las palabras del bienaventurado encontraron inesperado eco en la prensa y el propio Nuncio Apostólico presidió las ceremonias.

Las misiones del bienaventurado se sucedían con ritmo impetuoso. Los historiadores modernos penan para reconstituir el periplo de los incesantes viajes de uno de los grandes oradores sacros de España.

Las listas de actividades elaboradas a posteriori, si bien que extensas, sin duda son incompletas.

De grandes ciudades a minúsculos pueblos, de púlpitos cubiertos de oro a la más pobre capilla, las exhortaciones del bienaventurado explicaban a hidalgos y plebeyos, ricos y pobres, las grandes verdades de la fe y les desvendaban la dimensión sobrenatural y la influencia de lo preternatural en la vida cotidiana.

En mayo de 1868, logró predicar sucesivamente en todas las parroquias de Barcelona.

De su pluma brotaban artículos y libros. Al mismo tiempo, las comunidades femeninas que había fundado se diseminaban en numerosas ciudades, multiplicando trabajos y preocupaciones.

Exorcista valiente, distinguido con insignes gracias


O Beato Pio IX alertou muitas vezes sobre as conspirações secretas contra a Igreja
El Beato Papa Pío IX alertó muchas veces
contra las conspiraciones secretas de enemigos de la Iglesia
Entre las casas que fundó sobresale la de Santa Cruz de Vallcarca – proximidades de Barcelona – por el papel que jugó en sus últimos y más fértiles años de vida. Allí estableció un colegio de niñas a cargo de una comunidad femenina.

Pero sus proyectos eran más amplios. La experiencia pastoral, la meditación de las Escrituras y la contemplación de la iniquidad que se arrastraba en el mundo, lo habían puesto frente a frente a la influencia que Satanás y los ángeles rebeldes ejercen sobre el quehacer humano.

El leviatán de doctrinas revolucionarias y convulsiones políticas, la progresiva descomposición moral, la vertiginosa desarticulación de la organización social so capa de maquinización y comunicaciones tenía, ante sus ojos, algo de una marcha incomprensible si no se toma en consideración los poderes del averno.

P. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma

El P. Gabriele Amorth, famoso exorcista de Roma (1925 - 2016) sobre el Bienaventurado Palau:

Yo busco seguir la línea iniciada por un santo español, el Beato Francisco Palau, carmelita, que en 1870 vino a Roma para hablar sobre el exorcismo com el Papa Pío IX.

“Después, volvió a Roma durante las sesiones del Concilio Vaticano I, para que se tratase sobre la necesidad de exorcistas.

“Com la interrupción de aquél Concilio en virtud de la invasión de Roma, el asunto nisiquera fué discutido.”

Él concluyó que delante de potencias espirituales maléficas nada mejor ni más imperioso y urgente que la Iglesia desplegase su arsenal espiritual.

En especial, pasase a usar sistemáticamente el ministerio del Exorcistado.

Un hecho inusual pesó decisivamente en esta determinación.

Él creía tener la vocación de infatigable predicador. Los grandes frutos apostólicos recogidos le confirmaban esta idea. Pero, siempre ávido de atender del modo más perfecto la voluntad divina, rogaba luces con insistencia a Dios.

En carta al Procurador General de la Orden del Carmen en Roma, del 1º de agosto de 1866, describe una gracia extraordinaria que le aclaró el rumbo tan ardientemente implorado:

“Diez años ha que en los veranos vengo a ese monte [n.r.: Vedrà] a dar cuenta a Dios de mi vida y a consultar los designios de su providencia sobre la Orden a que pertenezco. (...)

“El año 1864, habiéndome retirado a este monte, una voz grande, que 20 años había me hablaba en los desiertos sobre los destinos de nuestra Orden y la cual no sabía de dónde procedía, me dijo con gran fuerza lo que sigue:

« Yo soy el ángel de quien habla el capítulo XX del Apocalipsis; a mí me está confiada la custodia del pendón del Carmelo y la dirección de los hijos de esta Orden. (...)

« Vengo a ti enviado por Dios para instruirte sobre el porvenir de la Orden a la que perteneces para que sepas la misión que has de cumplir y su forma ». (...)

Bienaventurado Francisco Palau y Quer O.C.D.
Bienaventurado Francisco Palau y Quer O.C.D.
« Elías, profeta grande, y los hijos de su Orden sois, y en adelante seréis, mi dedo y el dedo de Dios y mi brazo en las batallas contra los demonios y contra la revolución, y para que vuestra fe en el día de las batallas no falte, Dios me ha enviado a ti que vives en los desiertos, atento a mi voz para instruirte acerca y sobre la materia y objeto del Exorcistado” ([17]).
Desde entonces, la puesta en pie de guerra del ministerio del Exorcistado ([18]) atrajo poderosamente su pensamiento y empeño.

Él pedía al Papa que movilizase los 400.000 sacerdotes del Clero para expulsar la influencia de las potencias infernales que animan la revolución del mundo. Con ese fin viajó dos veces a Roma. En 1866 fue a exponer sus argumentos al Papa Pío IX.

En 1870 volvió a la Ciudad Eterna para distribuir un alegato impreso a favor de la renovación y movilización del Exorcistado a los obispos reunidos en el Concilio Vaticano I.

En la ocasión, presentó verbalmente sus raciocinios a los padres conciliares de habla hispana. El asunto, sin embargo, no fue abordado dada la invasión militar de la Ciudad y la interrupción violenta de los trabajos conciliares ([19]).

Construyó la mencionada gran casa de Vallcarca para recibir a cuantos diesen señales de posesión o se sintiesen acosados por la influencia del maligno.

Cuando – esperaba él – el Papa convocase una cruzada sacerdotal contra el diablo y sus sicarios que incluyese retiros espirituales especializados, aquel edificio estaría listo para la gran empresa.

En el medio tiempo, muchos enfermos que visitaron Vallcarca se declararon curados milagrosamente, y otros se decían librados del demonio después de haber sufrido horrendas posesiones. Tales curas y liberaciones las atribuían al bienaventurado.

El B. Palau practicaba exorcismos solemnes cuando el obispo le autorizaba. Otras veces sus oraciones y carismas personales eran suficientes para poner el diablo en fuga.

Una meticulosa obediencia a las normas canónicas y un acertado discernimiento le hacían distinguir los casos que pertenecían a la medicina. Entonces conducía los pacientes a médicos de confianza.

Impávido polemista


'El Ermitaño' foi o jornal do Beato nos últimos anos de vida. Na foto o nº 59
'El Ermitaño' fué el valiente periódico editado por el B. Palau (nº 59)
En los círculos políticos se desataron furias incomprensibles contra el misionero apostólico. Difamaciones periodísticas, amenazas, falsas denuncias, allanamientos intentaron demoler la obra de Vallcarca y, si posible, silenciar para siempre su animador ([20]).

Para cúmulo de males, el 29 de septiembre de 1868 estalló una revolución de cuño jacobino. La reina Isabel II fue destronada y partió al destierro. Iglesias y conventos fueron saqueados e incendiados. Juntas Revolucionarias reprimían a los descontentos.

En Madrid, so pretexto de libertad, una dictadura velada se volcó contra la religión y las instituciones que florecen bajo su sombra protectora. Se multiplicaron las leyes anti-familiares y los impuestos abusivos que carcomían la propiedad.

Una casta de funcionarios públicos enriquecidos de la noche a la mañana sancionaba leyes y decretos poco o nada concordantes con la realidad local y los legítimos intereses de todas las categorías sociales.

En las calles, piquetes fanatizados agredían a quien usase indumentarias eclesiásticas, invadían casas, robaban y asesinaban a quienes consideraban monarquistas tradicionalistas o carlistas.

Del lado opuesto, el partido carlista recobró vigor. Circulaban perturbadores rumores de una nueva guerra civil que servían de óptimo pretexto para enardecer la saña revolucionaria.

En ese clima de miedo, opresión y atropello, el B. Palau concibió un proyecto audaz. Los revolucionarios se inspiraban en los pseudo-ideales de la Revolución Francesa derivados del mito del buen salvaje de Jean Jacques Rousseau.

Contra ellos, el bienaventurado opuso un personaje literario que aunque pueda parecerse al buen salvaje, constituye la antítesis catolicísima del naturalismo ateo y del libre pensamiento ([21]).

Se trataba de un mítico ermitaño viviendo hacía más de medio siglo en una gruta de un islote escarpado, alimentándose de hierbas y peces, vestido toscamente. Desde su alta y lejana isla comunicaba todo lo que pensaba sin coerción de ninguna especie.

En fin, un hombre sin los vicios de la sociedad, lleno de bondad y fe.

Fue así que en el fragor de la tempestad anticristiana apareció el primer número de “El Ermitaño”, un boletín semanal religioso-político-literario.

Era literario por el estilo adoptado, político por el objeto inmediato que focalizaba, religioso por la dimensión más alta y sutil de la política que analizaba. Tomaba el nombre de su principal redactor: el ermitaño.

A revolucionarios y carlistas pedía una cosa fundamental: coherencia con sus principios. Los revolucionarios gritaban “¡Libertad!”, y el ermitaño respondía: “¡¿Y por qué no dan libertad a la Iglesia?!”

– “¡Igualdad!” exigían los amotinados. – “¡¿Y por qué no conceden libertad a las órdenes religiosas prohibidas de existir?!” retrucaba.

El gobierno revolucionario de Madrid propuso cortar los subsidios económicos a la Iglesia con el argumento capcioso de que Ella se mostraría verdaderamente espiritual desasida de cualquier medio material.

El Ermitaño respondía que también suprimiesen los salarios de ministros, diputados y funcionarios públicos para que éstos pudiesen poner en evidencia la sinceridad de su patriotismo.

Los revolucionarios vociferaban “¡Soberanía popular!” y el ermitaño exclamaba que si el pueblo es soberano que él mismo decidiese cuántos impuestos debía pagar, y no una cáfila de ministros y diputados en los palacios de la capital.

El partido carlista inscribía en sus banderas: Dios, Patria, Rey y Religión. El ermitaño respondía que los dirigentes carlistas comenzasen por dar ejemplo de práctica de la religión.

Los carlistas anunciaban próximos alzamientos y una nueva guerra civil y el ermitaño les recordaba que de poco servía tomar las armas sin conocer ni combatir los grandes jefes de la Revolución contra la cual pretendían luchar: los espíritus infernales.

“El Ermitaño” obtuvo un rápido eco inicial. En el boletín, no aparecía el nombre del B. Palau y con razón!

Sólo salió impreso cuando la Revolución de 1868 inició retrocesos estratégicos que culminaron con la restauración de la monarquía.

Detalle del políptico del Juicio Final. Roger van der Weyden.
Beaune, Musée de l'Hôtel-Dieu

Impasible en medio de la persecución


El odio revolucionario contra “El Ermitaño” se desencadenó implacable. La onda denigradora no economizaba epítetos.

Loco, mente trastornada por el aislamiento, supersticioso, alarmista, incitador al odio, enseña doctrinas falsas y arma a los enemigos de la Iglesia, visionario delirante, para él todo es diablo, desanima a los católicos, estafador y farsante que acoge gente de mala vida, soñador monomaniático, curandero inmoral, su casa es un establecimiento donde se ofende el pudor y la moral pública: es casa de blasfemia, director fanático y anti-endiablado que ejerce la nigromancia religiosa: contra tales acusaciones precisó defenderse el gran enemigo de la Revolución anticristiana y del padre de la mentira.

En septiembre de 1870 se declaró una pavorosa epidemia de cólera morbus en Barcelona. En ese entonces no había remedio para la enfermedad que mataba en pocas horas. La población huyó en masa, los cadáveres quedaban insepultos en las calles y hasta las cárceles se vaciaron.

Fue entonces cuando soldados del gobierno allanaron la casa de Vallcarca, arrestaron al B. Palau, a la comunidad allí establecida, un grupo de niñas que recibían instrucción y algunos enfermos y familiares huéspedes.

Fueron subidos a carretas y lanzados en las prisiones apestadas. La intención era clara: que muriesen infectados. La prensa anticlerical se regocijó por el hecho.

“Me parecía – escribió el bienaventurado – hallarme en Francia allá el año 92 entre los rojos; conducidos a la guillotina. (...) esto era una figura de lo que harán los rojos en su día” ([22]).

El pérfido intento no se concretizó. Dos meses después, el B. Palau obtuvo libertad condicional. Pero tuvo que sufrir un proceso judicial que lo atormentó hasta el fin de sus días.

El sobreseimiento definitivo fue dado a conocer a su abogado el 19 de marzo de 1872, pero nunca llegó a manos del bienaventurado, que falleció de peste en Tarragona al día siguiente.

Su salud había quedado quebrantada por la infección y los malos tratos en la cárcel de Barcelona. Pero su ánimo estaba más vigoroso y decidido que nunca.

Como si todos sus trabajos y dolencias fuesen pocos, a fin de febrero de 1872 fue a Calasanz a ejercer el ministerio sacerdotal entre las víctimas del tifus.

En marzo se trasladó a Tarragona, donde arribó gravemente enfermo. Después de una edificante agonía, el 20 de marzo, a las 7:30 de la mañana, irguió el brazo que tantas veces había levantado la Cruz en predicaciones y exorcismos, y exclamó con sus últimos alientos: “Ahora [Santa] Teresa, llegó la hora”, y entregó su alma al Creador.

Fue enterrado con el hábito carmelita.

La fama de su santidad se esparció rápidamente. El proceso diocesano rumbo a la beatificación fue abierto el 20 de marzo de 1951. La causa ingresó en Roma el 15 de abril de 1958.

S.S. Juan Pablo II lo declaró Bienaventurado el 24 de abril de 1988. Su cuerpo aguarda la Resurrección en Tarragona y su fiesta se celebra el 7 de noviembre.









Capítulo 2: Un profeta de ayer para los días de hoy

El origen de sus previsiones


Ermita de Saint-Antoine, Gorges de Calamus, Francia
Ermita de Saint-Antoine, Gorges de Galamus, Francia
En los reiterados períodos de aislamiento eremítico que jalonaron una vida pública repleta de obras apostólicas y persecuciones, el B. Palau reflexionó detenidamente sobre los acontecimientos de su época y los probables desdoblamientos futuros. 

Lo hizo asistido por luces sobrenaturales que sus biógrafos no vacilan calificar proféticas. Formó una vasta ante-visión del porvenir confirmada innumerables veces en sus días, y de un interés para nuestro tiempo y para los venideros que asombra a los estudiosos.

El bienaventurado alimentaba su pensamiento en fuentes diversas.

1. Meditación y estudio a la luz de la fe: el motor de sus elucubraciones era una fe inquebrantable:

“Perdida la fe – decía –, nada sabemos. Queda la política de hoy por lo que tiene de porvenir, en completas tinieblas. La fe católica es la columna que nos guía y da luz en nuestro porvenir y presente: consultémosla” ([23]).

Esa reflexión de fe era completada por el estudio:

“Dios no obra en nosotros sin nosotros, no salva al hombre sin el hombre, y no restituirá a su debido orden la sociedad actual sin cooperación del hombre.

Y bajo esta ley que la Providencia guarda inviolable nos es lícito, y hasta es deber, estudiar, buscar, adquirir un conocimiento de los medios ordenados en la previsión divina para la restauración de la sociedad humana” ([24]).

A su vez, usaba el fruto de estudios y meditaciones como instrumento de análisis de los hechos que ocurrían en las esferas eclesiástica y temporal.

2. El Magisterio tradicional y los Doctores de la Iglesia:  para la interpretación de los textos bíblicos, el bienaventurado recurría inflexiblemente al Magisterio y a los doctores tradicionales de la Iglesia:

“Nosotros no admitimos otras revelaciones, que aquellas que la Iglesia nos propone en los libros de la Escritura Sagrada. – esclarecía – Y en su explicación y aplicación no reconocemos otros órganos que los de la misma Iglesia.

Rechazamos todo cuanto se oponga, o no esté conforme a estos principios (...) todas las profecías modernas, que no sean una explicación de las que la Iglesia nos propone, deben rechazarse” ([25]).

Por lo que toca a revelaciones, no admitimos otras fuera de aquellas que la Iglesia Católica nos ha propuesto y propone como tales siguiendo en su interpretación la doctrina de los P.P. y D.D. eclesiásticos” ([26]).

Interior de la ermita de Aitona
Interior de la ermita de Aitona
En algunas ocasiones, el Bienaventurado reprodujo revelaciones privadas. Si bien que muy dignas de respeto – sobre todo cuando declaradas exentas de error por la Santa Sede –, tenían un papel subalterno en su amplia visión global.

Con alguna frecuencia, el bienaventurado hacía suyas afirmaciones contra-revolucionarias de autores eclesiásticos de su siglo, como Mons. de Ségur ([27]) o Mons. Gaume ([28]).

Pero su corazón vibraba de entusiasmo al hacerse eco de las enseñanzas de los Papas en cuyo reinado vivió. De modo especial, del Beato Pío IX, cuyo pontificado se extendió desde 1846 hasta 1878:

“La revolución es inspirada por el mismo Satanás. Su objeto es destruir completamente el catolicismo, y reconstruir sobre sus ruinas el orden social del paganismo” ([29]);  es el diablo quien ha acometido y acomete la casa del Señor” ([30]).

Éstas eran algunas de las frases del venerado Pontífice que el bienaventurado más citaba.

3. Fidelidad inquebrantable a los anuncios de las Sagradas Escrituras: él colocaba en el centro de sus reflexiones los prenuncios divinos contenidos en los Evangelios, Epístolas y en el Apocalipsis, al igual que en el Antiguo Testamento, relativos a una gran crisis de la Iglesia y de la humanidad en los últimos tiempos.

Como carmelita él era, a justo título, un “hijo de los profetas” ([31]). Así se explicaba por la boca del “ermitaño” refiriéndose a las Sagradas Escrituras:

“como hijo de los profetas he estado y estoy atento en mi soledad a los designios de Dios sobre la sociedad humana, y al modo con que los realiza. (...)

Yo no soy Elías ni el Bautista, ni profeta, pero como hijo del desierto he tenido en mis manos el libro de las profecías y de las revelaciones que Dios ha hecho a los que separados del mundo, han estado atentos a los designios de su Providencia, y estas revelaciones las guardo, las leo, las estudio y fundado en ellas os diré a vosotros que vivís en sociedad, todo aquello que me sea permitido” ([32]).

Como hijo espiritual de San Elías decidió extraer las últimas conclusiones de las palabras de Nuestro Señor a los discípulos al pie del Monte Tabor. 

San Elías contemplando proféticamente la Madre de Dios
San Elías contemplando proféticamente la Madre de Dios
En efecto, después de la Transfiguración, el Divino Salvador prometió que antes del fin del mundo enviaría al profeta Elías para restaurar todas las cosas: 

“Elías, en verdad, está para llegar, y restablecerá todo” (Mt, XVII, 11; Mc. IX, 12).

4. Devoción a la Ssma Virgen: El bienaventurado se consumía de celo por la gloria de Dios y de la Iglesia. La Ssma. Virgen retribuyó esta actitud con insignes gracias que tuvieron un papel clave en su cosmovisión del pasado, del presente y del futuro. 

Utilizando un lenguaje dialogado, puso los siguientes propósitos, expresión de gracias recibidas, en los labios de la Ssma. Virgen del Carmen:

“Sobre tres artículos voy a fijar tu misión. (...): 1º. la revelación de mis glorias al mundo, 2º la restauración de la Orden del gran profeta Elías, 3.º la misión de este profeta en la tierra.

“1.º Por lo que toca a lo primero, (...) Yo dirigiré tu pluma y el pincel y el lápiz; y tras las sombras, las figuras, las especies y enigmas, yo me daré a conocer a los que tengo escogidos para que, venida la hora tremenda del combate, me amen y sean fieles.

“2.º Despliega las armas del Monte santo del Carmelo, para que se acojan a su protección los que están escogidos para hijos del gran profeta Elías, y dirígelos en los desiertos, preparándolos allí para recibir el espíritu doble de este gran Profeta. (...)

Entiéndete sobre ellos con tu padre San Elías; y diles que están bajo su cuidado y dirección, que le reconozcan por su General, que el superior general tenga el título de secretario del General; que pidan les dé Dios el espíritu fuerte del Profeta” ([33]).

5. Conocimiento racional de las leyes de la Historia: el estudio y la meditación le habían desvendado las leyes con que la Providencia rige la Historia. 

Él veía la mano de Dios guiando el acontecer terreno, sirviéndose de los revolucionarios como instrumentos de Su supremo gobierno, al cual nada escapa.

“Nuestros cálculos – escribió – están fundados no en los principios de una política impía, errante, sino en las leyes de la justicia de Dios que con una lógica inexorable rigen la sociedad actual y cuantos seres se rozan con ella bajo un orden fijo, invariable, seguro, que aunque invisible por ser descreído convierte en instrumentos ciegos en la ejecución de los decretos de Dios a esos hombres, que constituidos en autoridad han formado un trono de los huesos descarnados de la sociedad actual” ([34]). 

“La historia tiene una lógica terrible, invariable, inflexible: puesta la causa se sigue como agua de su manantial todos los efectos que ella produce.

Los hechos están encadenados unos con otros, pasados, presentes y futuros. Juntos forman la historia de la vida social y en vista de los antecedentes juzgamos por lo presente de lo que será mañana, y a este juicio es propiedad de todo hombre previsor” ([35]).

El Ermitaño nº 1, 5 de noviembre de 1868
El Ermitaño nº 1, 5 de noviembre de 1868
6. Análisis crítico de las informaciones de prensa: el bienaventurado formuló la mayoría de sus predicciones en “El Ermitaño”, boletín del cual fue fundador y director desde el 5 de noviembre de 1868 hasta su muerte el 20 de marzo de 1872.

Sus consideraciones sobre el futuro se presentan como un eje de sólidas certezas en torno del cual se despliega una espiral de hipótesis multiformes que van desde las más próximas a lo cierto y confirmado, hasta las más sutiles y sujetas a perfeccionamientos sucesivos. 

Esta variedad es acentuada por el hecho que el P. Palau las ajustaba metódicamente a las realidades concretas siempre cambiantes y a nuevos datos extraídos del estudio y de la reflexión sobre las verdades de la fe.

Él se aplicó a la lectura de los periódicos españoles y franceses y de los cables de las agencias telegráficas que llegaban a Barcelona. Con lo más notable de ese caudal informativo destilaba resúmenes semanales para sus lectores.

Muchos de sus más luminosos comentarios parten de estas síntesis informativas. Forzosamente tales comentarios dependían de las noticias no siempre precisas. 

En todos los casos, llama la atención el ojo avizor y la prudencia del bienaventurado. No era presa de informaciones falaces. 

Discernía la realidad de los hechos por detrás de la confusión del noticiario. Distinguía el verdadero enredo de la política que subyacía al magma cambiante de las intrigas y revoluciones.

Velos, enigmas y misterios del futuro


Hay verdades inmutables de fe y de naturaleza ontológica que iluminan como un faro el discernimiento de los futuros posibles. Pero toda reflexión sobre el futuro contingente tiene necesariamente mucho de brumoso. 

Pues el hombre sólo puede hacerla a título de conjetura o hipótesis. Y la concretización de esas hipótesis envuelve incontables variantes que la mente creada no es capaz de conocer o abarcar.

No extraña, pues, que la inspirada inteligencia del B. Palau se deparase con velos y enigmas. Él no tenía miedo de reconocerlo. 

Antes bien, prevenía sus lectores contra cualquier simplificación o juego de palabras que pretendiese disimular las limitaciones que la materia impone. 

Se sometía dócilmente a los impenetrables designios divinos al mismo tiempo que recurría a los argumentos de la fe y de la lógica para discernirlos en un auge de fidelidad:

El dragón intenta inutilmente destruir la Iglesia.
Ottheinrich-Bibel, Bayerische Staatsbibliothek, Cgm 8010, Folio295r
“La Iglesia Católica – advertía – atacada por todos los poderes del infierno y de la tierra triunfará: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. (...)

¿Cómo? ¿Por qué medios? He aquí un misterio, ahí tenemos un porvenir que nos es desconocido, es un secreto, es un hecho futuro pero cubierto con el velo que llevan consigo todos los sucesos futuros” ([36]).

Las legítimas consideraciones sobre el porvenir habrían sido más desarrolladas en un mundo con más fe y reflexión. La falta de ambas virtudes empobreció los horizontes culturales. Por eso, ciertos velos tienen algo de un castigo:

“Dios salvará la Iglesia por medios que en su Providencia tiene previstos, y ordenados; pero (...) esta acción salvadora, es un misterio, y es un misterio, por la incredulidad de los hombres, que desconocen la mediación del ministerio espiritual en el gobierno de la sociedad humana” ([37]).

Había realidades claras para el bienaventurado, pero la prudencia no le recomendaba divulgarlas:

“La maldad y las abominaciones del lugar santo es un misterio, está cubierta, nadie la cree tal, (...) pero adentro está escondida, y [n.r.: “El Ermitaño”] no tiene misión de revelarla” ([38]). 

“Aquellas verdades que os convengan saber ahora, las diré con claridad – explicaba el ermitaño –, y lo demás lo envolveré con el velo del enigma y del misterio.

Hay eventos que Dios ha revelado a sus profetas, pero no quiere se sepan sino en épocas designadas, y estas revelaciones las propondré con la oscuridad de las sombras, tropos [39] y figuras” ([40]).

Él también notaba incógnitas propias del período revolucionario. Entre ellas incluía un extraño anochecer en las almas que les disminuía la fuerza de raciocinio, les debilitaba la voluntad y amortiguaba las sensibilidades:

“Es noche, una noche oscura cubre con su negro manto su inteligencia [n.r.: de los pueblos y naciones], y no volverán en sí, hasta que nazca la aurora” ([41]).

A la somnolencia de las potencias del alma se sumaba la creciente tibieza religiosa comparable a un letargo moral, notadamente en partes del clero. En un diálogo entre los personajes literarios ermitaño y sombra exponía esta triste realidad:

“Todo lo que resta a Dios de fiel y leal, levántese como un solo hombre, y armados al estilo de los primitivos cristianos lanzémosnos todos juntos sobre el enemigo. Juntos batallemos como un solo hombre, y juntos venceremos.

– Está muy bien: marcha y organiza si puedes una cruzada.

– ¿A donde iré?

– ¡A los Claustros! ¡A las Iglesias!

– ¿Qué hay allí?

– Católicos...

– Sí. Pero el diablo ha sido tan sagaz, que el primer, el primordial de todos los artículos de fe que ha combatido y combate es el que se refiere a demonios, de tal modo que apenas encontrarás quien te entienda si hablas de estas materias.

– Lo sé bien. Pero ¿cómo es posible que las monjas que viven encerradas en la soledad del claustro, y los que oran en el silencio de los templos, no entiendan este lenguaje? ¿Cómo puede un cristiano olvidar el enemigo de su raza? (...) ¿Cómo un católico puede dejar de tomar parte en esta lucha?

– Marcha, ya lo verás” ([42]).

En tales circunstancias, es claro que muchas de sus advertencias caían en el vacío.

“Nosotros los vigilantes nocturnos – registró – damos el grito de ¡Alerta! ¡A las armas católicos! ¡Alerta!

Pero la gente duerme tan profundamente que no nos oyen y si alguno hay que esté despierto no nos entiende. Piensa que el sereno se ha vuelto loco, anunciando catástrofes y desgracias” ([43]).

Centinela en una noche de la fe y de la civilización


El B.Palau enfrentó impávido los embates furiosos de la adversidad aferrado a la promesa divina de la venida de Elías Profeta y a las gracias recibidas de la Ssma. Virgen. Sería blasfemo y absurdo que el mundo acabe sin que se cumpla el divino anuncio al pie del Tabor, pensaba.

Sus actividades y reflexiones apuntaban a discernir los ecos de los pasos de esa venida. Y, en toda la medida de sus posibilidades, a apresurarlos:

Santo Elias, século XVIII. igreja do Santo Anjo, Sevilha, Espanha.
San Elias, siglo XVIII, iglesia de San Angel, Sevilla, España.
“Hasta que venga Elías nosotros lidiaremos a fuerza de brazos sosteniéndonos como podamos.

Ahí está el mérito: la misión extraordinaria de Elías será el fruto de nuestros trabajos y esfuerzos.

Nos batiremos razón contra razón, doctrina contra doctrina, y contra la fuerza material opondremos la sangre de nuestras venas” ([44]).

Él se apostaba psicológica e intelectualmente como un vigía nocturno que en la profundidad de una noche de la fe, de la razón y de la civilización, aguardaba el rayar de la aurora del día de Justicia y Misericordia en que la Iglesia y las naciones serán restauradas.

La idea traducida en la expresión bíblica “custos quid de nocte?” (Is. XXI, 11) (“centinela, qué hora es de la noche?”) aparece una y otra vez en su pluma. Estaba atento para anunciar a los hombres tan luego cuanto posible la buena nueva de los albores del día de Dios:

“no me creo otra cosa sino una pobre y simple centinela que en avanzada de los ejércitos del cielo anuncia que la hora suprema del combate ha sonado. Tras de mí viene el orbe entero armado por el brazo de Dios contra los insensatos” ([45]). 

“¿Hasta cuándo el impío se gloriará en su triunfo? ¿Hasta cuándo será noche? ¿Cuándo amanecerá la aurora? Tal es la consulta que ante el trono de Dios elevan los ángeles del cielo, y los justos sobre la tierra” ([46]).

“El Ermitaño”: el medio para decir lo que nadie quería oir


El ambiente difícilmente podía ser más adverso a las verdades que el bienaventurado predicaba. 

Pero Fray Palau no se intimidó. Ingeniosamente encontró en el boletín “El Ermitaño” una fórmula para difundir su pensamiento de forma vivaz, incisiva, de alto efecto propagandístico y apologético. 

En “El Ermitaño” hablaban y actuaban personajes literarios nacidos de su talento con una notable dosis de fantasía ordenada al servicio de la fe y de la civilización cristiana. Este estilo lo resguardaba de venganzas de los adversarios.

¿Qué piquete de asesinos iría a la inaccesible, íngrima y feérica isla a trucidar al “ermitaño” de literatura, quien bajo pleno sol enfocaba y descubría los demonios invisibles con una linterna a vela? 

¿Quién se escandalizaría con los imaginativos cuentos de la sombra, un personaje literario capaz de volar sobre el planeta, infiltrarse por las ranuras de las puertas, espiar las logias masónicas, bajar a los infiernos o subir a lo más alto de los cielos en un abrir y cerrar de ojos? 

¿Qué católico tibio se sentiría arañado y turbado por las generosas increpaciones de Fray Onofre – el tercer personaje literario y secretario de redacción – establecido en una cueva pirenaica, desde donde con un fantástico telescopio veía el trajín de los pobres mortales sobre el orbe y sorprendía los demonios en sus contubernios?

Con imaginativos diálogos e instructivas fábulas, el B. Palau daba a conocer, para quien quisiese entender, lo que dicho de otra manera encontraría incomprensiones airadas o represalias injustas:

“es noche – explicaba –, la gente duerme, y les parece que todo esto es sueños, visiones, y cuentos y por esto lo cuento en estilo de cuento, para que al menos como cuento uno lo cuente y explique a otro” ([47]).

Coloquios y metáforas ponían al alcance de todos las realidades impalpables más complejas:

“Las visiones del Ermitaño – esclarecía – tienen por objeto representar verdades que demostradas con términos propios de los literatos, están fuera del alcance del común de las inteligencias.

Una figura es entendida tan pronto como es vista, y facilita la inteligencia de la verdad que se intenta explicar no solo a los literatos, sino a los más idiotas” ([48]).

Un mensaje enviado en el pasado para los días de hoy


El Beato Palau echó mano de tales recursos de propaganda dada la hostilidad anticlerical y la reticencia muelle dominante entre los católicos. Él mismo consideraba, paradójicamente, que esas condiciones no podrían durar mucho más. El derrotero de la Revolución y la consumación de las promesas divinas conducían a una época que dispensaría tales artificios didácticos:

“Cuando aparezca visible ante los reyes y pueblos el otro poder; el poder de los novísimos apóstoles, el poder de Dios y su Iglesia; (...)

“cuando Satanás sea otra vez arrojado al abismo; (...) entonces la sociedad entrará en una nueva época.

“Entonces el Ermitaño ya no tendrá necesidad de presentar sombras y figuras, sino hechos, hechos estupendos, horrendos, horripilantes, que acreditarán la omnipotencia de Dios, el poder de su Iglesia y la ruina del poder adverso” [49]).

El bienaventurado percibía lúcidamente que en momento venturo las verdades de “El Ermitaño” encontrarían una receptividad inesperada:

“Estamos en el siglo XIX; una niebla densa y negra envuelve los espíritus en el caos de una noche fea: (...) huirán las tinieblas por su propio curso, y se presentará un día bello, como el de la más encantadora primavera.

“En este día despertarán los que ahora duermen y extáticos contemplarán y abrazarán la verdad católica, que ahora somnolientos no conocen; y aborrecerán las tinieblas del error que ahora defienden y predican.

“En este día los ciegos recuperarán su vista, y atónitos comprenderán las doctrinas que ahora rechazan.
“Entonces, y únicamente entonces entenderán lo que ahora, en este período de tinieblas, enseñamos, predicamos, escribimos, y estampamos” ([50])
.

El bienaventurado dejó esta tierra sin conocer esa época. Las palabras finales de su último artículo publicado repetían el acto de fe incontablemente renovado: “Dios nos ha dado su palabra: su palabra nos dice [n.r.: Elías] vendrá y restituet omnia [n.r.: restablecerá todo] ” ([51]).

Después de fallecido, sus escritos fueron guardados en bibliotecas eclesiásticas y privadas. El tiempo hizo su obra: muchos ejemplares se perdieron. De los restantes, las hojas se amarillaron.

El polvo y el olvido se acumularon. Todo parecía acabado. Hasta que un día, manos piadosas y ojos curiosos abrieron los volúmenes enmohecidos.

Sorprendidos, comenzaron a interesarse y a entender lo que allí estaba escrito. La época anunciada había llegado.

En brevísimo tiempo centenas de publicaciones le han sido consagradas mostrando el vivo – quizás apasionado – interés suscitado por el pensamiento del bienaventurado.

De esta manera, en el umbral del siglo XXI, las predicciones del Ermitaño llegan al lector como un mensaje que le fue enviado hace más de cien años anunciándole lo que puede suceder hoy.







Capítulo 3: Atendibilidad de las profecías del Beato Palau


En el Antiguo Testamento los profetas anunciaron la venida del Mesías y la Redención del género humano ocurrida siglos después. Al mismo tiempo, profetizaron hechos de mucho menor relevancia cumplidos en plazos breves.

El gran San Jerónimo explicó esta peculiaridad:

"cuando la predicción de un acontecimiento próximo se ha cumplido, es prueba de que las predicciones de acontecimientos más lejanos se cumplirán" ([52]).

Para mejor sopesar la credibilidad de las previsiones del B. Palau a respecto de nuestros días conviene lanzar una mirada crítica, si bien que somera, sobre los anuncios que hizo a su siglo. En base al grado de acierto de éstos se juzgará mejor el valor de lo que anunció a nuestra época.

1. Impedimento por la fuerza del Concilio Vaticano I


El Papa entonces gloriosamente reinante, el bienaventurado Pío IX, convocó un gran Concilio, el Vaticano I, solemnemente abierto el 8 de diciembre de 1869. 

El virtuoso pontífice anhelaba refutar los errores de la época y quebrantar la cerviz de la Revolución que serpenteaba en el mundo. Pero no ignoraba los tremendos contravapores que serían desencadenados para impedir que ese Concilio cumpliese pacíficamente su tarea.

El B. Palau compartía las aprehensiones del Bienaventurado Pío IX. Pero muchos ambientes contagiados de displicencia y miopía no secundaban las preocupaciones del Papa y recibían con desconfianza o antipatía los prenuncios del fraile carmelita. 

Este último, yendo contra el sentir de la mayoría, alertó para el peligro de una maniobra de fuerza que impidiese la concretización de los objetivos del Concilio Vaticano I:

"¿Qué hará de bueno el Concilio? (...) Organizará el apostolado, pero las potestades invisibles coligadas con los poderes políticos de la tierra impedirán la predicación de las verdades católicas, y con la fuerza brutal prevendrán el fruto de esta misión" ([53]).

El 18 de julio de 1870, mientras Pío IX proclamaba el dogma de la infalibilidad pontificia – una gran meta del Vaticano I – se abrían las hostilidades de la guerra franco-prusiana. Acto continuo los obispos de lengua alemana y francesa pidieron dispensa de la asamblea conciliar y volvieron a sus diócesis. 

El 20 de septiembre, el rey excomulgado Víctor Manuel invadió Roma. El 20 de octubre el Concilio Vaticano I fue suspendido indefinidamente en virtud de la ocupación militar de la Ciudad. La previsión había sido trágica y desgraciadamente confirmada.

2. Caída de Napoleón III, liquidación de los zuavos pontificios y abandono del Papa a sus enemigos.


Antes de la expoliación de Roma, el Papa conservaba el gobierno efectivo de un resto de los Estados Pontificios soberanos, gracias a un cuerpo de ejército francés, estacionado en territorios papales en combinación con Napoleón III. 

Formaban parte de ese contingente los famosos zuavos pontificios, unidad de voluntarios de diversas nacionalidades dispuestos a dar la vida por el Papa. Los zuavos pontificios eran armados y sustentados por el comando francés al cual estaban sujetos.

Tal presencia militar parecía una garantía definitiva para muchísimos católicos. No veía así las cosas Fray Palau. Con precisión poco común vaticinó:

Napoleón III fingia defender la Iglesia para atraer el voto católico
La abandonó para satisfacer sus ambiciones políticas.
"A Roma puede de improviso venirle esta sorpresa: llega de París un parte telégrafo y dice  Napoleón III ya no existe  la Revolución dirigida por Richelieu ([54]), y Ledru Rulin ([55]) ha triunfado.

¡Horror! Tiemblan ya los muros del Vaticano, y los Padres del Concilio se reúnen para deliberar la marcha que han de seguir en Roma las cosas eclesiásticas.
Llega otro parte, y va dirigido al general francés, y le dice  Zuavos disueltos: cada cual a su casa.

Toma la corona real del Papa, échala a la fundición, y tráemela para puño de mi espada y si los zuavos resisten dales un aprieto tal, que crujan sus huesos.
Y veis aquí que la Revolución Francesa, que ahora custodia Roma, la entrega al verdugo, para que ejecute la sentencia. Esto no pasa de un sueño, que puede realizarse de un día a otro" ([56]).

También en este caso, el aviso se cumplió. Napoleón III en guerra contra Prusia retiró el contingente que protegía el Papa y Roma quedó entregada a la codicia revolucionaria de Víctor Manuel y Garibaldi. 

El Papa perdió sus Estados y el rey excomulgado se instaló en los aposentos de los Pontífices Romanos, en el palacio del Quirinal.

Los zuavos pontificios fueron obligados a volver a Francia y entrar en la guerra contra Prusia, donde gran parte pereció, en acciones desesperadas, cumpliendo órdenes, dando admirables pruebas de heroísmo. 

En las operaciones en torno de Mans, de 1000 zuavos sólo volvieron 350 y de nueve comandantes sólo quedaron dos ([57]). 

En Loigny, el 2 de diciembre de 1870, menos de un tercio sobrevivió a una carga épica contra tropas prusianas y bávaras muy superiores en número ([58]).

Por su parte, Napoleón III se quedó sin corona el 4 de septiembre de 1870. Una revolución, cuyos elementos más dinámicos eran socialistas avanzados, erigió la III República francesa sobre los escombros del espurio segundo imperio.

El 15 de diciembre de 1870, el propio Beato registró cuánta incomprensión habían suscitado sus certeras previsiones entre los católicos:

"La fuerza ha invadido los Estados del Papa, y la fuerza posee Roma. (...) 

"Nosotros teníamos este hecho previsto, y le anunciamos desde los primeros números de nuestro periódico en época en que mil profecías y pronósticos prometían grandes glorias y nuestra previsión fue considerada con una especie de sospecha sobre nuestra fidelidad a Pío IX y a la Iglesia. 

"Fuimos a Roma estando la ciudad en una paz octaviana, ejerciendo el Concilio sus funciones en tal calma que parecía un sueño, un delirio lo que le dijimos. 

"Desgraciadamente nuestros cálculos han sido ciertos: (...) 

"La corona del Papa rey ha pasado de hecho a las sienes de su adversario. Éste es el hecho de hoy" ([59]).

3. Incendio comunero de París


Paris incendiada pelos "communards" (adeptos do comunismo) em 1871.
Vista panorámica de los incendios de París provocados por la Comuna de 1871
La guerra franco-prusiana tuvo breve duración. En pocas semanas Napoleón III fue vergonzosamente derrotado y destronado. Después de la revolución republicana la prensa hizo pensar en un despertar patriótico que invertiría el malhadado curso de la conflagración. Remando contra la corriente, el bienaventurado profetizó humillaciones e incendios sin igual en la Ciudad Luz:

"Los ejércitos alemanes marchan victoriosos contra París. La Francia ha proclamado la república, y se prepara para una nueva campaña 

"¡Infeliz! No conoce la mano justiciera de Dios que pesa sobre ella: no se humillará, pero será humillada. París está preparada para recibir ¿A quién? 

"¡Oh! Descendit ignis de cœlo, et devorabit eos. ¿Se convierte el impío? No. ¿Qué espera París? Un fuego que la reduzca a polvo y a cenizas ¡Justos juicios de Dios!" ([60]).

De hecho, de la revolución republicana se gestó la Comuna, primera explosión comunista de proyección mundial. Los comuneros desataron su saña anti-jerárquica e igualitaria incendiando palacios y edificios eclesiásticos.  

Pétroleurs y pétroleuses redujeron a cenizas el palacio real de las Tullerías, el Palais-Royal, el Hôtel de Ville, y numerosos edificios públicos y privados. Socialistas y anarquistas utópicos, criminales liberados de las cárceles y mujeres públicas, saquearon y profanaron los templos católicos. 

Éstos fueron transformados en clubs masónicos, antros de crápula sacrílega o depósitos de pólvora y munición. Las sepulturas eclesiásticas fueron morbosamente violadas, los paramentos y vasos sagrados usados en bacanales blasfemos, los tabernáculos violados con satánico odio. 

Sacerdotes en gran número, entre los cuales el arzobispo de París, Mons. Darboy, fueron despiadadamente martirizados. 

El 26 de mayo de 1871, los comuneros intentaron quemar la catedral Notre Dame, que fue salvada por un esfuerzo supremo de los vecinos. Fue "milagroso, ajeno a toda previsión y a toda verosimilitud humana que haya quedado de pie un solo edificio religioso", escribió un testigo ([61]).

Después de dos meses de enconado sitio, tropas gubernamentales se abrieron paso entre las ruinas humeantes de la Ciudad Luz cobrando terribles represalias. La lluvia de fuego profetizada había caído sobre la humillada París.

4. Expansión del comunismo en el mundo.


En los tiempos del bienaventurado, la Internacional socialo-comunista no pasaba de un movimiento extremista, ferozmente igualitario y anticristiano, pero muy minoritario. La Comuna de París le sirvió de gigantesco trampolín a la notoriedad.

Revolucionarios bolcheviques durante la Revolución Comunista rusa de 1917
Europa se horripiló viendo los excesos cometidos. Pero cuando el brote revolucionario fue aplastado, respiró tranquila e imaginó que jamás se repetiría tan hedionda convulsión.

En esa ocasión, destellaron nuevamente las luces proféticas del B. Palau, aisladas y mal recibidas. Él anunció que el movimiento comunista liquidado en París propagaría su obra de destrucción y muerte por las grandes ciudades del planeta. Puso estas palabras en la boca del ermitaño:

"veo una mujer arrogante que erguida su frente sale de entre las llamas [n.r.: de París], se eleva a lo alto y dice a Dios, al Dios verdadero, al Dios que adoran los católicos  no reinarás tú, reino y reinaré yo en las altas regiones del poder.

Te he desechado, te he arrojado, con tu Iglesia del seno de Europa, de Europa Política del mismo modo que de las demás partes del globo terrestre.

“Esa mujer ebria de sangre humana convierte en un lago de sangre la capital del mundo político, la entrega a las llamas ¿La veis? Con una antorcha encendida en la mano, incendiada París, marcha.

“¿Y sabéis dónde va? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de las capitales del mundo actual! (...)

“Mañana al despertar se nos dará la noticia de que aplica a Roma, a Viena, a Berlín, a Londres, a Madrid, a Barcelona su tea incendiaria... (...)

“Esta mujer, que veis con una antorcha ardiendo en la mano trae un nivelador: ¡Igualdad! Sí. ¡Igualdad! bajo la losa fría del sepulcro.

“¿Vendrá a Barcelona?

“Sí, el Ermitaño os lo previene" ([62]).

Sería demasiado largo historiar aquí la expansión del comunismo por el mundo con sus secuelas de revoluciones, reformas igualitarias, crímenes y devastaciones. 

Baste mencionar, como muestra, las atrocidades cometidas por los "rojos" durante la Guerra Civil Española de 1936-1939, inclusive en la propia Barcelona, a la cual el bienaventurado Palau había precavido especialmente. 

En dicha guerra civil, en toda España los rojos martirizaron 13 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 religiosos y 283 religiosas, es decir, el 13% del clero secular y el 23% del regular ([63]).

5. La lucha de clases, las potencias emergentes y decadentes del futuro.


En la España del siglo XIX la organización social conservaba fuertes restos de armonía y jerarquía. Los conflictos sociales engendrados por la Revolución Industrial eran nuevos y, para muchos, pasajeros. 

Pero el B. Palau veía en ellos el crecimiento de la lucha de clases que se abatiría sobre la civilización, atizada por el comunismo internacional, especialmente en el siglo XX, con sus corolarios de revueltas y genocidios niveladores:

"Mientras en pactos secretos reparten el señorío del mundo Prusia, Rusia, y los Estados Unidos (...)

se levanta de en medio las masas una voz, y esta voz toma fuerza, y esta voz se convierte en un clamor y en un pronunciamiento y esta voz dice

“¡Guerra de exterminio a los reyes y a los constituidos en gloria, honor, dignidad, autoridad!

¡Guerra a los ricos!

“¡Guerra al clero por ser rico! ¡Fuego a los palacios! ¡Salud a las cabañas!

“Esta voz organiza la clase que dicen baja, y los bajos forman en todas las naciones un solo cuerpo, una sola familia, y este cuerpo se arma contra todos los reyes y he aquí la Internacional" ([64]).
¿Cuántas tragedias habrían sido precavidas, cuánto derrame de sangre habría sido evitado, cuántas destrucciones de masa habrían sido apartadas, si la voz del B. Palau hubiese sido tomada en serio?

El mismo texto llama la atención, pues en él el bienaventurado deja entrever las grandes potencias que marcarían el siglo XX: EEUU, Rusia y Alemania. 

Y, por omisión, las grandes potencias de entonces que pasarían a un plano de menor relevancia: Austria, Inglaterra, Francia y Turquía.

6. Malogro de Amadeo de Saboya.


En 1870 se intentó injertar en España un rey que contentase a monarquistas y republicanos. La maniobra consistió en la entronización del príncipe Amadeo de Saboya, duque de Aosta, segundo hijo del rey excomulgado de Italia, Víctor Manuel II. 

El poder de hecho quedó fundamentalmente en mano de políticos anticristianos de pensamiento democrático revolucionario. Por su parte, el nuevo jefe de Estado salvaba las apariencias monárquicas y anestesiaba las resistencias disfrazando las maniobras de la Revolución:

"¿De qué sirven Víctor Manuel en Roma, y su hijo Amadeo en España? Es la revolución que tras el oropel del manto real esconde su plan de destrucción" ([65]), alertó el bienaventurado.

El B. Palau vaticinó que esa artimaña política estaba condenada a un amargo fracaso:

"¿Y el trono de S. Fernando? Miradle: está vacante. ¿Cómo? ¿Y D. Amadeo? Es un demócrata. No es rey en el sentido de la palabra. (...)

es la revolución en España coronada ¿la veis?, y siendo una cabeza ficticia, ilusoria, aparente, y no una cabeza natural; la mujer [n.r.: la Revolución] que se la ha metido y la lleva sobre el cuello, la echará a rodar por el extranjero, cuando así se le antoje" ([66]).

El fugaz reinado de Amadeo I naufragó en intrigas de gabinete, rebeliones militares y civiles. El monarca asumió en enero de 1871 criticado por casi todas las facciones políticas. 

En 1872 estalló nueva guerra civil, se produjeron alzamientos republicanos y el monarca escapó de un atentado mortal. Viendo su autoridad desconocida por todos, en un auge de desánimo Amadeo I exclamó que se encontraba en  una casa de locos. 

El 11 de febrero de 1873 fue proclamada la república, mientras el monarca de fachada buscaba asilo en la embajada de Italia. Poco después abandonó España para no volver nunca más.

7. Fracaso de una guerra civil promovida por carlistas.


Los excesos de la mencionada Revolución de setiembre de 1868, acabaron detonando la tercera guerra carlista. En ella, el pretendiente Carlos VII y sus seguidores esperaban el apoyo de importante parte de la población.

El B. Palau, si bien que simpatizante del carlismo, intentó disuadir a Carlos VII de semejante aventura.

"Yo no creo que el joven Carlos tenga por ahora esta misión, – advirtió – si desenvaina su espada sin orden especial de Dios y emprende la batalla, esto es lo que le sucederá: el diablo entrará por las filas de su ejército, corromperá sus soldados.

Esta corrupción de costumbres le convertirá en un instrumento inútil para la gloria de Dios, y por esto el señor Dios de los ejércitos no estará en sus batallones.

Será vencido, no por la fuerza de las armas, sino por el diablo. (...) si en el terreno espiritual no vence, menos en política y con armas" ([67]).

Esta tercera guerra civil carlista empezó pocas semanas después de la muerte del P. Palau, es decir en mayo de 1872. Y concluyó desastrosamente en 1876.

El 21 de julio de 1876 el gobierno abolió los Fueros (derechos regionales) en cuya defensa el carlismo había declarado la guerra. Ese movimiento tradicionalista legitimista nunca más se recuperó de la derrota.

                       *     *     *

Podrían agregarse sin duda cuantiosos ejemplos de previsiones religiosas, políticas, sociales, culturales, etc. del B. Palau. 

Igualmente numerosas serían las predicciones sobre el futuro individual de personas que a él recurrieron o simplemente cruzaron sus vidas con la del bienaventurado.

El P. A. Duval, por ejemplo, refiere varias otras previsiones cumplidas:

"en Mallorca, en presencia de varios testigos, anunció, en 1866-1867, (...) el derrocamiento de Isabel II y la epidemia de cólera en Barcelona, lo cual se produjo luego"; 

"con relación a la capilla de Vallcarca, un día anunció: 'Aquí hice una guerra sin cuartel al demonio, pero él destruirá esta capilla, hasta que no quede ni una piedra sobre otra de ella'. El tiempo le dio la razón"; 

"en otra ocasión, el Padre previó que habría una guerra mundial y que después la República llegaría a España, y que la sangre correría en abundancia... '

Nosotros veremos eso, Padre?', le fue preguntado. 'Puede ser que sí, y puede ser que no', respondió, 'pero es más fácil y más cierto será que lo vean vuestros hijos'". 
Fue lo que sucedió. El mismo padre Duval escribe que el Beato "anunció su próxima muerte" ([68]).





Capítulo 4: Profecías para ayer y hoy: la Revolución

Sucesión de los conceptos


“La Revolución es hoy sobre la tierra
aquello mismo que fue en el cielo al crear Dios los ángeles".
San Miguel Arcángel, Gérard David, (1460 - 1523). Kunsthistorisches Museum, Viena
Las antevisiones del B. Palau para su tiempo impresionan por el número y la penetración de vistas. Las que se refieren a nuestros días son, sorprendentemente, mucho más pormenorizadas, extensas y trascendentales.

El B. Palau veía desarrollarse los hechos venideros siguiendo una sucesión fundamental de acontecimientos:

1º. marcha del mundo rumbo a la disolución social y el establecimiento de un pseudo-orden caótico sobre el cual se manifestaría la cabeza de la Revolución;

. denuncia de la Revolución por una misión enviada por Dios y desencadenamiento de los divinos castigos sobre la iniquidad revolucionaria;

. renovación de la Iglesia y de las naciones por obra del Espíritu Santo y advenimiento de un período en que los pueblos penetrados del espíritu del Evangelio rendirán gloria sin igual a Dios. Esta época durará hasta el pecado final y el fin del mundo.

La Revolución en la Tierra, reedición de la revuelta de Lucifer en el Cielo


El B. Palau deploraba los sucesivos resquebrajamientos de las instituciones fundamentales del orden cristiano como la familia y la propiedad. 

Censuraba la demolición de las buenas costumbres y de los estilos de vida consuetudinarios por obra de la revolución industrial al igual que el derrumbe de las formas de gobierno tradicionales por constantes golpes políticos.

Él no aceptaba que tantas acciones convergentes fuesen fruto de un azar ciego. Antes bien, la multitud de crisis le parecía fruto de una única causa.

Y se preguntaba si por detrás de ésta no habría alguna inteligencia que la comandaba.

Sí, respondía, el mismo Lucifer que sedujo un tercio de los ángeles en el Cielo ha cautivado cierto número de hombres claves en la tierra y agita una vez más su bandera de revuelta.

Este nuevo “no serviré” es la gran causa de las crisis del mundo. Y tiene un nombre propio: “Revolución”.

“¿Qué es la revolución? – explicaba – Es hoy sobre la tierra aquello mismo que fue en el cielo al crear Dios los ángeles:

“Satanás (...) ha seducido todos los reyes y gobiernos de la tierra y bandera desplegada dirige sus ejércitos a la guerra contra Dios, (...)

“esto es revolución, esto es anarquía entre los hombres y guerra a Dios” ([69]).

“Satanás es el padre de la revolución – enseñaba parafraseando a Mons. de Ségur –, esta es obra suya, comenzada en el cielo, y que viene perpetuándose entre los hombres de edad en edad.

“Por primera vez después de seis mil años ha tenido la osadía de tomar en la faz del cielo y de la tierra su verdadero y satánico nombre ¡revolución!

“Ella tiene por lema como el demonio la famosa palabra: no obedeceré.

Satánica en su esencia, y aspirando a derribar todas las autoridades tiene por fin postrero la destrucción total del reino de Jesucristo en la tierra” ([70]).

Esta Revolución, para el P. Palau, realiza los anuncios de las Sagradas Escrituras relativos a la apostasía de los últimos tiempos. El análisis racional, tranquilo y vigoroso de los sucesos socio-políticos le confirmaba esta convicción ([71]).

La Revolución conduce a una catástrofe que el B. Palau quería evitar


En el siglo XIX el orden eclesiástico y el temporal en ciertos puntos ofrecían resistencias notables a la Revolución. Esto no obstante, la humanidad inmergía displicente y velozmente en la anarquía impelida por las tendencias desordenadas que alimentan la Revolución.

Guerra Civil Espanhola: um passo na marcha da Revolução
La Guerra Civil Española foi um paso rumbo a la horrible catástrofe
que el Beato Palau queria evitar.
Por ello, el B. Palau concluía que la dinámica revolucionaria conduce al caos y a la disolución social de un modo implacable.
El beato se sirvió para ilustración de un accidente que conmovió a sus contemporáneos. Un temporal derribara un puente de ferrocarril en Cataluña. 

Durante la noche, un tren expreso – en aquel entonces símbolo embriagador del adelanto industrial – sin saber de lo acaecido, viniendo de Gerona se precipitó en el abismo.

La catástrofe marcó época: la euforia del progreso meramente maquinal y la alegría de los pasajeros dentro de vagones con butacas de cuero, cortinas de seda, vidrios con filigranas, vajilla de porcelana y cubiertos de plata, contrastaba estridentemente con la desesperación en el momento de despeñarse en un oscuro y mortal precipicio.

Esta era la parábola de un mundo superficial y despreocupado, aún con restos de cultura y religión, conducido por la Revolución rumbo a un desastre que el B. Palau deseaba evitar:

“Una horrorosa catástrofe anunciada, por los profetas, por Cristo, por los Apóstoles, y por todos los órganos más autorizados del catolicismo.

La sociedad actual conducida en masa por el poder de las tinieblas y el poder político ha subido en un tren de ferrocarril.

“Sus maquinistas se la llevan a los infiernos. La estación de donde ha salido, se llama revolución, la inmediata se titula ¡catástrofe social!

“Ahora corre la línea que media entre estación y estación. Ella no lo piensa, el Ermitaño da gritos desaforados de ¡alto! ¡atrás! Esta voz, la voz del catolicismo queda sofocada por el ruido del tren (...)

Una tempestad se llevó un puente de ferrocarril, no ha muchos años. Era noche, salió el tren de Gerona, marchaba, los viajeros no sabían del peligro, el puente faltaba, pero marchaban.

“Las tinieblas encubrían el riesgo, llegaron, la locomotora da un vuelo, le faltan alas, falta la línea, está cortada por el abismo, cae, arrastra tras de sí los coches y a la gente, y las aguas se tragaron a los viajeros.

No creyeron en el peligro, pero existía, era una verdad, y su incredulidad no los salvó sino que les perdió. Los maquinistas y conductores del tren en que va la sociedad actual están ebrios, han perdido el juicio.

“¿No lo veis que no aciertan? Bajad si podéis, y echáos en brazos de la Iglesia vuestra Madre y así os salvaréis” ([72]).

Quien no ve la Revolución no comprende el curso de los acontecimientos


Judas vende a Jesucristo Giotto di Bondone
El bienaventurado sustentaba que el conocimiento de la Revolución es la clave para descifrar el acontecer moderno. Si no se considera la realidad a la luz de ella, decía, se pierde la noción de lo que sucede.

Pero sus contemporáneos mal veían la Revolución. Por eso, ella había tomado cuenta de los poderes materiales y marcaba el rumbo de los acontecimientos en la tierra:

“el miserable mortal no ve (...) una combinación para el mal, (...) sostenida y defendida por todos los poderosos de la tierra animados, dirigidos y ordenados bajo un solo príncipe, que es el diablo.

No ve a este ángel revolucionario, que bajo un plan fijo corriendo los siglos por su carrera ha llegado a coronarse con la gloria y el poder de todos los reyes del mundo civilizado” ([73]).

El bienaventurado se dolía que las buenas iniciativas sufriesen continuas frustraciones. La razón estaba en que los seguidores de las causas justas no atinaban con la unidad y la universalidad de la Revolución:

“¿Qué es la revolución de España? – explicaba – Un cuerno, una corona en una de las siete cabezas del dragón infernal, y esta cabeza se ha hecho visible en los actos de demolición y destrucción de todo orden social; (...)

esa cabeza va unida en un mismo cuerpo de delito con las demás naciones, formando en todas ellas una sola maldad, un solo ejército, un solo dragón, una sola cosa y esta unidad la sostiene el príncipe tenebroso” ([74]).

“Si la revolución de España se mira tras los cálculos de la política, su triunfo no tiene explicación. Si lo que ahora está anunciando la prensa sobre su porvenir, se juzga según las leyes de la prudencia humana, todo es tenebroso, incierto y movedizo.

“Pero si esta misma revolución se considera encadenada con la de Italia, la de Francia en el siglo pasado, la de los protestantes, (...) nuestros juicios y cálculos serán más acertados y provechosos” ([75]).

La Revolución y los efectos de la Redención


Ejecuciones de masa durante la Revolución Francesa
Para él, la Revolución no era una teoría para coordinar ideas y apariencias. Tampoco un fenómeno surgido de la nada, sino el resultado de un largo proceso histórico con profundas raíces teológicas y morales.

En efecto, entre los mejores frutos de la Redención está la conversión de numerosos pueblos a la verdadera religión de Nuestro Señor Jesucristo, tanto en Oriente cuanto en Occidente.

Desde la perspectiva anticristiana, el rescate de esas naciones, es un “robo” al imperio de Satanás. Y éste no podía sino trabajar para recuperar su reino de perdición.

Retrospectivamente, el B. Palau identificaba cuatro grandes ofensivas históricas sucesivas contra la Iglesia y la civilización cristiana.
1. La primera radicó en el mahometismo. Con él, el enemigo de la raza humana consiguió arrebatar la Tierra Santa y enormes extensiones cristianizadas de Asia y Africa. Esa ofensiva aún perdura, pero sin completar su meta.

2. La segunda gran ofensiva consistió en los cismas – destacadamente el griego – que desgarraron colosales sectores de la Cristiandad otrora pertenecientes al imperio greco-bizantino y la totalidad de Rusia. Salvo gloriosas excepciones, el Oriente evangelizado sucumbió a los dos primeros asaltos. Pero aún quedaba Occidente.

3. Vino entonces el tercer gran asalto. La punta de lanza fue el protestantismo que arrastró en su revuelta la mayoría de Europa del Norte e importantes sectores de Europa Central. Sin embargo, resistieron naciones católicas como Francia, Italia, España y Austria.

4. La ofensiva final comenzó con la Revolución Francesa de 1789. Esta ofensiva, por desdoblamientos sucesivos, llevó al paroxismo del movimiento comunista que debía preparar, a su vez, el caos final.

En el siglo VI – explicó el bienaventurado – salió Satanás de su cárcel, y armado presentó batalla a la Iglesia. Fundó el imperio de la Turquía. (...)

Tras esta batalla Satanás presentó otra a la Iglesia, pero bajo otra forma. (...) Internado dentro mismo del santuario promovió un cisma. (...) el Oriente se separó de la Iglesia latina, y sobre estas ruinas levantó el segundo imperio más terrible que el primero, tal el de las Rusias.

Desconocido Satanás en estas dos primeras batallas, preparó contra el centro de la Europa católica un tercer ataque. Lutero fue el escogido; (...) El protestantismo estableció en el seno de la Europa el tercer imperio de Satanás (...)

[4º] Triunfante en estas tres batallas, armó el cuarto ataque. Italia, España, Francia, estas tres naciones se habían salvado, y el Austria aún no había sucumbido. (...)

el catolicismo aún se sostenía firme sobre estas cuatro columnas. Satanás armó todas sus legiones, y dio un asalto. Y después de una lucha la más sangrienta que jamás se haya visto, ha vencido.

“Apareció sobre las ruinas de la Iglesia en Francia a últimos del siglo pasado una bandera, y era aquella misma que en el cielo ondeaba sobre las cabezas de las legiones revolucionarias ¡Guerra a Dios! ¡Revolución!” ([76]).

Encadenamiento procesivo protestantismo-Revolución Francesa-comunismo y anarquia final


Las dos primeras ofensivas – mahometismo y cismas – fueron desencadenadas separadamente, con poca o ninguna relación ostensiva. Pero entre la tercera y cuarta, la conexión era patente según el bienaventurado.

Él consideraba al protestantismo como verdadero padre de la Revolución Francesa y ésta del comunismo.
Profanação das igrejas durante a Comuna (1ª revolução comunista) de Paris
Mujer predica en una iglesia de París durante una ocupación comunista
Él explicó esta generación procesiva de revoluciones comentando el aplastamiento de la Comuna de París por tropas republicanas:

“Desaparecerán de París los Rojos, pero ella [n.r.: la Revolución] quedará reina y señora en medio de los vencedores adorada por todos los que al parecer la combaten.

“¿El rojo y el tricolor no son acaso hijos de una misma madre? ¿Y esta madre cruel que quema vivos sus hijos no es la Revolución Francesa de 1793, concebida en el siglo XV por el protestantismo alemán?” ([77]).

Y aún sobre la aparente derrota de la Internacional socialo-comunista en París:

“La Revolución representada en Francia acaba de recibir un golpe, al parecer mortal, pero no es así: la Revolución tiene cabeza de serpiente pero oculta, escondida en los clubs masónicos, y visiblemente ataca toda autoridad.

La Revolución no tiene por ley orgánica ni rey ni cabeza porque su rey, su cabeza, es el diablo; y el diablo encarnado en el protestantismo alemán, viendo que Napoleón III daba forma de imperio a la Revolución su hija (...)

invadió la Francia y con pasmo y admiración del orbe entero en un cerrar y abrir de ojos echó a rodar por el suelo extranjero la tal cabeza y ahora presenta su obra tal como ella es. Esto es, sin cabeza, sin rey, bajo la forma que la dio cuando nació en 1792” ([78]).

Retorno al neo-paganismo


Obispos chilenos ofrecen culto a la Pachamama después de una consagración episcopal
A medida que demuele los restos de la civilización cristiana, la Revolución hunde el mundo en las aguas estancadas y fétidas del neo-paganismo:

“Dominados los reyes, siguiendo las masas del pueblo a sus gobiernos, resulta que en este mundo político material visible han vuelto a constituir el paganismo antiguo, pero acomodado en su forma a la especialísima situación de la época” ([79]).

En el siglo XIX alegremente encandilado por el progreso estas afirmaciones podían parecer osadas. Aún no se proclamaba abiertamente el culto de Gaia – la diosa tierra de los ecologistas. 

Tampoco se generalizaban, como ahora, los sombríos cultos paganos de Oriente – budismo, hinduismo, etc. – ni las prácticas y creencias supersticiosas o fetichistas de tribus africanas o americanas, muchas veces traídas por “católicos-progresistas”, misioneros comuno-tribalistas o carismáticos a la búsqueda de “nuevas formas” de oración!

Adoptar los decadentes cultos paganos representa una apostasía radical del dulce yugo de Nuestro Señor Jesucristo. El bienaventurado la comparaba a un nuevo deicidio cometido en la persona de la Iglesia:

“Las naciones (...) oficialmente han dicho por boca de sus representantes: no reinarás.

“Lo han dicho a Cristo y a su Iglesia, lo han dicho a Cristo y al Papa, lo dicen al catolicismo, y abusando de su poder y autoridad han arrojado ignominiosamente de su seno, esto es, del mundo oficial, a la Esposa del cordero inmaculado. (...)

“¿No es este acto un matricidio? Sí. Es un matricidio cien veces más feo y abominable que el deicidio cometido por los judíos” ([80]).

El B. Palau estaba convencido de que en el combate apostólico contra la Revolución se juegan los frutos de la Redención. Renunciar a la lucha contra la Revolución equivale a rendirse al mundo, al demonio y a la carne, y a abandonar la Iglesia en un lance decisivo:

“Pues no es posible transigir ni concordar sino para prepararnos unos y otros a un golpe decisivo. Entre estos dos extremos no hay término medio: o la revolución acaba con el catolicismo, o éste devora la revolución” ([81]).

Los mentores de la Revolución


Conferencia en la ONU sobre cambios climáticos con jefes de Estado de todo el mundo
Él observaba que desde un prisma meramente material, la Revolución es obra de minorías activas capaces de remover los obstáculos que encuentran a su paso, con una astucia y un vigor que exceden las fuerzas naturales.

¿Cómo explicar – se preguntaba – que grupúsculos revolucionarios puedan impresionar y modificar el rumbo de naciones enteras?

¿Cómo interpretar la especie de fatalidad y las extrañas coincidencias y casualidades que sistemáticamente en los momentos decisivos, se vuelven contra las buenas iniciativas en favor de las peores?

El efecto no puede ser mayor que la causa y la fatalidad no existe. Luego, concluía, debe haber energías impalpables muy superiores al hombre que cooperan decisivamente para las victorias de la Revolución. Sin ellas, los agentes revolucionarios no perpetrarían su labor demoledora con la velocidad y sincronización con que lo hacen:

“Hay entre nosotros, – explicaba – residente en estos aires que respiramos, un vastísimo imperio, cuyos príncipes reconocen un rey, y es rey absoluto. (...)

“son espíritus puramente tales, inteligencias que subsisten como el hombre, pero independientemente de la materia, superiores al hombre en fuerza física y espiritual, considerado éste como ser puramente natural.

“Exceden al hombre en ciencia, en inteligencia, en malicia y astucia. (...)

“El hombre que vive sobre la tierra, desde que apostata de Dios y de la Iglesia Católica forma con estos seres espirituales familia, pueblo, nación, imperio, quedando súbdito de su poder.

Sabat de las brujas. Francisco Goya (1746 – 1828), Museo del Prado, Madrid
“Estos hombres, apóstatas de Dios, soldados de Satanás constituyen sobre la tierra en unión con los demonios ese reino visible de maldad que llamamos mundo. (...)

“Los príncipes y potestades superiores rigen desde los aires los reyes de la tierra que se les han rendido por la apostasía, y les dirigen a una anarquía completa, a una disolución social universal, y a la guerra contra Cristo y su Iglesia” ([82].

Del punto de vista natural no tiene sentido, observaba el P. Palau, que las obras revolucionarias se mantengan de pie desafiando las leyes de la naturaleza.

La anarquía debería producir derrumbes irreparables en la Babel revolucionaria. Sin embargo, ésta se yergue caóticamente escarneciendo toda lógica y razón:

“Esos poderes políticos – preguntaba – que han impuesto a los pueblos un yugo tan pesado, (...)

“¿Quién les da este poder? ¿Qué fuerza les sostiene uno y más años esclavizando, destruyendo, desorganizando, disolviendo hasta el orden de la naturaleza?

¿Cómo pueden prevalecer en España 200 mil hombres en pugna continua contra 18 millones?

“¿Cómo esta masa de pueblos no se levanta cual mar enfurecido y hunde esa frágil barquichuela donde navegan unos cuantos hombres tenidos en abominación y execración por la multitud?

“Explicadme este enigma. Sin fe católica ¡imposible! (...)

“Esos hombres famosos, (...) que vemos a cabeza de la revolución en España, Italia y Francia, forman un solo cuerpo moral, un solo ejército, un solo y un mismo imperio con aquellos ángeles rebeldes, que en el empíreo fundaron la revolución.

“Con sola la diferencia, que estas inteligencias siendo superiores al hombre que han vencido, son las potestades y poderes verdaderos que dirigen esta lucha.

“Y el hombre alucinado por la seducción es un instrumento que sirve a la ejecución de proyectos combinados muchos siglos atrás por estos espíritus de maldad” ([83]).

El “sacerdocio” de la Revolución


La nueva religión universal ecuménica
se define en torno del culto de la naturaleza, diosa Pachamama, o "Gaia",
El bienaventurado llamaba la atención para el hecho que no todo y cualquier secuaz de la Revolución entra en contacto explícito y formal con demonios que se presentan encuanto tales.

Antes bien, un importante número de revolucionarios se horrorizaría – y tal vez abandonaría la Revolución – si se les propusiese semejante relacionamiento.

Por eso, afirmaba que los espíritus de las tinieblas se comunican directamente apenas con un número restricto de líderes de la Revolución.

Éstos generalmente no aparecen dirigiendo la política revolucionaria. Sujetos a esas inteligencias tenebrosas y respaldados por su influjo activo, comandan la Revolución con maligna precisión.

Esta categoría selecta y oculta, para el bienaventurado constituye una especie de sacerdocio de la Revolución. Actúa como una caricatura monstruosa y antagónica del único sacerdocio verdadero, instituido por Nuestro Señor Jesucristo:

“Así como el Verbo encarnado tiene sus sacerdotes y pontífice para relacionarse oficialmente y comunicarse por su órgano a los pueblos y naciones; los demonios nuestros adversarios han establecido (...)

“una especie de sacerdocio para entrar por estos en relación oficial con la sociedad humana” ([84]).

Para la Revolución, esta categoría de súbditos, obviamente adaptados a las circunstancias modernas, tiene importancia análoga a la de los magos del paganismo.

En efecto, “destruida la idolatría, – decía el beato – y levantada en público la religión católica sobre sus ruinas, los demonios concibieron otro plan de ataque contra la Iglesia.

“No les convenía presentar en público y oficialmente su sacerdocio, porque el poder real de la Iglesia no les toleraba, y aquí empezó la fundación del masonismo. (...)

“Convino a los designios de Satanás esconder su sacerdocio; no tienen éstos color oficial, han tomado, toman varias formas y escondiendo en las tinieblas de la noche su obra allá dentro las cavernas de la tierra, no siendo creídos, ni conocidos, su obra está salva de los ataques de la ley y de la autoridad.

“Existen falsos sacerdotes, falsos doctores y escritores, existen ahora más que nunca maléficos, magos, que disponiendo de ejércitos invisibles matan, envenenan, corrompen, seducen, y pervierten” ([85]).

Sabat de las brujas. Francisco Goya (1746 – 1828),
Museo del Prado, Madrid
El bienaventurado destacaba que así como los verdaderos sacerdotes de Nuestro Señor Jesucristo distribuyen los sacramentos, estos ministros de la Revolución recurren a las artes mágicas en una escala insospechada.

En efecto, como advierte el Ritual Romano ([86]), es frecuente que en casos de maleficios, posesiones y prácticas mágicas, el mago o hechicera mande entregar a la víctima algún fetiche u objeto embrujado. A tal objeto está unida una tal o cual influencia diabólica. 

Ciertos jefes revolucionarios que tienen contacto con los demonios recurren a prácticas semejantes. Pero no se sirven de hechizos vulgares, sino que la influencia diabólica es unida a leyes o normas anticristianas o antinaturales. Así lo explicaba el bienaventurado:
“Si el maleficiador es un hombre de política, (...) he aquí el maleficio político.

“Consiste éste en dañar no al individuo o familia, sino directamente a una nación entera.

“¿Cómo? Por leyes impías, bárbaras, que despojan a la nación de todo lo que hay en ella de santo y sagrado.

“De estos centros proceden los decretos que se expiden contra los prelados, contra las órdenes religiosas, contra la religión. (...)

“El maleficio político cuenta en su apoyo con el poder de los demonios de jerarquía superior. (...)

“El maleficio político es el más terrible porque coge en masa una o más naciones, o el mundo entero” ([87]).

Jesabel. Ottheinrich-Bibel, Bayerische Staatsbibliothek Cgm 8010. Folio300r_Rev17
En los estratos más subterráneos del “sacerdocio” revolucionario, la posesión es voluntaria:
“En esta asociación abominable el secreto de todo cuanto se practica es impuesto so pena de muerte y siendo los demonios los encargados de castigar al perjuro, el sigilo raras veces se rompe. 

“Estos hombres y estas mujeres son una especie de energúmenos, pero voluntarios, y porque ya en vida han hecho entrega de su alma, cuerpo, persona y bienes al diablo, es raro el caso de que pueda uno de éstos convertirse a Dios” ([88]).

El P. Palau identificaba el centro de este sacerdocio en la francmasonería ([89]):

“Los demonios, (...) en los antros tenebrosos de las logias los francmasones constituyen con ellos familia y sociedad, comunicándose con ellos bajo mil formas y mediums.

El diablo rey es con el Gran Oriente ante la francmasonería, aquello que es con Cristo Pío IX para toda la Iglesia: Pío IX es la cabeza visible de la Iglesia, y Cristo cabeza invisible. 


“El Gran Oriente es la cabeza visible del imperio del mal, y el diablo rey es su cabeza invisible. No hay soberano en la tierra que no esté iniciado en los secretos de la francmasonería” ([90]).
También y de un modo más difundido, pero más perceptible para el hombre común, dicho “sacerdocio” se ejerce por medio del espiritismo y de las prácticas supersticiosas y mágicas en general. 

Estas últimas en el siglo XIX presentaban formas que se han metamorfoseado. Hoy han dado lugar a la camaleónica proliferación de satanismo englobada bajo rótulos genéricos como New Age y sospechosas “medicinas alternativas”.

“El espiritismo – decía – es el sacerdocio del paganismo moderno, y sus apóstoles hacen cosas muy prodigiosas. Entre otras tienen el poder de curación, no la gracia, sino poder comunicado por Behelzebud príncipe de todos los demonios” ([91]).

El B. Palau reconocía tres niveles de demonios en función de su contacto con los hombres. 

Por lo general, los que se adueñan de los cuerpos humanos pertenecen a categorías menos relevantes. 

Los demonios de un grado superior poseen figuras revolucionarias de destaque como, por ejemplo, Lutero. 

Por fin, la tercera y peor categoría está en connubio con los máximos dirigentes de la Revolución que habitualmente actúan ocultos para el común de los hombres e incluso para muchos revolucionarios.

“Yo veo – explicaba – todas las fuerzas enemigas divididas en tres grandes cuerpos de ejército: cada uno de estos cuenta por millones sus combatientes.

Uno de éstos está alojado en los cuerpos humanos, (...)  


Otro cuerpo de ejército ocupa (...) las altas regiones de la política.
Destronados todos los Reyes católicos, ocupan sus tronos hombres poseídos del diablo (...)

Hay otro ejército, que es el que dirige a estos dos. Su cuartel general está en una sociedad de hombres que se titulan espiritistas, por otro nombre magos y maleficiadores. (...) 


Los demonios (...) dirigen desde estos clubs masónicos todas sus fuerzas en batalla contra Cristo y su Iglesia” ([92]).

La experiencia pastoral permitía al B. Palau denunciar esa colusión de hombres y demonios con documentos y ejemplos concretos. 

En numerosos artículos de “El Ermitaño” se encuentran descritos exorcismos practicados por el B. Palau con confesiones de los demonios poseedores, y/o transcripción de pactos con Satanás.

La consideración del recurso revolucionario a los demonios no inspiraba al bienaventurado ningún desánimo. 

Por el contrario, él creía firmemente que es mucho más verdadero que del lado del bien, combaten los ángeles de luz. Estos, además de sus incalculables poderes naturales, son portadores de la gracia divina. 

Por sobre ellos, él veneraba a la Ssma. Virgen Reina de los Angeles ordenando cual generala suprema, que las milicias celestiales iniciasen los movimientos que conducen al aplastamiento de la Revolución, sus jefes y secuaces. 

Si los fieles se volviesen hacia Ella y las cohortes celestes, invocando su socorro, tendrían aliados invencibles.

La Revolución infiltrada en la Iglesia


La conspiración de Claudius Civilis.
Rembrandt (1606 – 1669), Nationalmuseum, Stockholm
Las mencionadas asociaciones más o menos secretas estaban ampliamente diseminadas y articuladas en la sociedad civil. A partir de ella se habían introducido en la esfera eclesiástica.
En un diálogo a respecto del Concilio Vaticano I, el B. Palau pone en los labios de Dios la siguiente explicación:

“Por la corrupción de costumbres [Satanás] se ha metido dentro el Sancta Sanctorum, y mientras dirige en batalla contra mí allá en las afueras de la ciudad santa, a todos los reyes y poderes políticos de la tierra, desde dentro mismo de mi alcázar paraliza mi acción, entorpece mis empresas, y frustra mis proyectos” ([93]).

Refiriéndose a los aludidos “sacerdotes” del demonio, escribió:

“presentan algunos de estos hombres y mujeres, una virtud religiosa aparente, confiesan, oyen misa, comulgan muy a menudo,

pero ¿qué? ¡Horror! Recogen las formas, se las llevan a casa, y las presentan en sus satánicas funciones para pisotearlas.  


Estos son los Judas dentro mismo del santuario, que han introducido los demonios en el lugar que no les compete, y han llenando el templo de Dios de abominaciones” ([94]).

“Satanás ha entrado en el santuario, – agregaba – y le ha llenado de abominaciones sostenido por poderes que se titulan católicos, y desde dentro mismo del santuario nos hace la guerra, una guerra atroz, la más peligrosa que jamás haya sostenido la Iglesia. (...)

porque le conviene al enemigo combatirnos de dentro mismo de la fortaleza, por esto lleva el uniforme de católico, y el nombre, y con el nombre nos presenta ciertos actos religiosos, para fascinar las turbas y meter la confusión hasta en el cielo” ([95]).

En 1968, S.S. Pablo VI afirmó que “la humareda de Satanás entró en el lugar sagrado” ([96]). Cien años antes, el B. Palau ya denunciaba con horror esta penetración en la Iglesia.

La misteriosa estirpe espiritual de Judas


En numerosas ocasiones, el bienaventurado alude a la existencia de un “Judas” enquistado en la Iglesia. Con esta expresión no se refiere a un individuo en particular sino a una especie de estirpe espiritual que a lo largo de los siglos trabajó dentro de la Iglesia contra Ella.

Ese linaje se manifestó patentemente en ciertos heresiarcas. Pero la mayor parte del tiempo maquinó en el secreto y a ocultas de la masa del Clero y de los fieles.
¿En qué consiste esa estirpe? ¿Cómo entró en la Iglesia Sacrosanta? ¿Cómo se mantiene? ¿Cómo actúa? ¿Qué la distingue particularmente?

El bienaventurado no abundó en pormenores de carácter histórico. El veía, sin embargo, que siempre hubo maniobras diabólicas para infiltrar y organizar agentes dentro de la Iglesia. 

El primero fue en la persona de Judas Iscariotes. Pero éste acabó auto-denunciándose al vender el Cordero Inmaculado. 

Pocos años después, aún en los tiempos apostólicos, este filón de perdición ya estaría actuante. Es lo que sugiere la primera epístola de San Juan:

“muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros.

“Si de los nuestros fueran, hubieran permanecido con nosotros, pero así se ha hecho manifiesto que no todos son de los nuestros” (I Jn, II, 18-19). El mismo Apóstol añade que el Anticristo “al presente se halla ya en el mundo” (I Jn, IV, 4).

Detalhe del Juicio Final. Stefan Lochner (1410 - 1451).
Wallraf-Richartz-Museum, Colonia
Los Hechos de los Apóstoles narran la historia de Simón el Mago, a quien San Ireneo llama padre de los gnósticos. Él intentó comprar a los Apóstoles el poder de comunicar el Espíritu Santo – dando origen al término simonía – y tuvo papel importante en la historia de las primeras herejías (cfr. Act, VIII, 9-24).

A esta estirpe de Judas, el bienaventurado atribuye la gestación de los errores y desórdenes en la Iglesia:

“Judas y el diablo se convinieron contra Cristo, pero los dos fueron arrojados de en medio del colegio apostólico. (...)

El diablo buscó puertas para entrar en el seno del catolicismo, y la encontró en los herejes. Se la abrieron los mismos cristianos, entregándole las llaves de la incredulidad y corrupción de doctrinas.  


Está dentro. ¿Queréis verle? Entrad, y ¿qué veréis? Veréis a hombres que se titulan católicos, pero blasfeman como demonios, y persiguen con furor el catolicismo. (...)  


Veréis al diablo dentro del mismo santuario, retando la omnipotencia de Dios con blasfemias proferidas ante sus altares.  


Veréis en el santuario, esto es, en el pueblo católico las abominaciones predichas por Daniel profeta.  


Veréis el anticristianismo constituido en el poder. Veréis que el diablo se ha introducido en el lugar sagrado, y corrompe, pervierte, tienta, prueba” ([97]).

El Beato pone en la boca de un demonio las siguientes palabras, a respecto del plan de acción de este linaje de herejes:

“nuestra obra que con tanto recato urdimos desde Judas traidor hasta esta fecha, encubriendo el plano bajo la que ha sido concebida, y que con sumo placer vemos consumada en la apostasía de todas las naciones” ([98]).

Ese plan – preveía él – crecería hasta alcanzar su plenitud:

“Ermitaño, (...) escucha: deja que el diablo y el impío completen el misterio de iniquidad que empezó dentro mismo del santuario, en Judas traidor” ([99]).

Contra tal linaje lucharon los grandes santos de la Iglesia sin nunca haberlo conseguido extirpar totalmente. 

San Pío X en la célebre encíclica Pascendi del 8 de septiembre de 1907, condena con lujo de detalles, la actividad de los herejes modernistas, antecesores de los actuales progresistas.

La descripción de la conjuración modernista hecha por el Santo Pontífice concuerda admirablemente con la idea que el B. Palau se había formado de esta sibilina estirpe de Iscariote:

San Pío X también vió y denunció la conjuración dentro de la Iglesia
“Ya no es necesario buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos abiertos, – enseña San Pío X – sino que, con grande y angustioso dolor los vemos introducidos en el seno mismo de la Iglesia, y son por ello tanto más peligrosos cuanto que son más difíciles de descubrir. (...)

se alzan como reformadores, con una absoluta falta de humildad; como ejército compacto arremeten contra lo que de más santo hay en la obra de Cristo. (...)  


no exageraría quien los incluyese entre los peores adversarios de la Iglesia. Pues, como hemos dicho, no desde fuera, sino dentro mismo de la Iglesia llevan a cabo su perversa actividad; por eso, el peligro se encuentra metido en las venas y en las entrañas de la Iglesia; con mucha mayor eficacia dañina, puesto que conocen tan íntimamente a la Iglesia. (...)  


no hay aspecto de la verdad católica en donde no pongan su mano y que no traten de corromper. Emplean tales tácticas para hacer daño, que no se encuentran otras más malvadas ni más insidiosas (...)  


Además, suelen llevar una vida llena de actividad, con gran dedicación al estudio, y unas costumbres intachables que les atrae la estima de todos, lo cual es muy adecuado para engañarles.  


Pero lo que hace pensar que no tienen remedio es que tienen el espíritu tan absorbido por sus doctrinas, que no admiten ninguna autoridad ni aceptan ningún freno; y como obran con conciencia errónea, creen que es celo por la verdad lo que en realidad sólo es efecto de la soberbia y de la obcecación” ([100]).

Marcha descontrolada de la Revolución


A Revolução é o assalto de Satanás contra a Igreja e a Cristandade
El imperio de Satanás es un movimiento que no consigue detenerse
El P. Palau veía la Revolución avanzando como un bólido descontrolado impedido de detenerse:
“el imperio del mal ha tomado su marcha, y corre con tanta más rapidez cuanto mayor es el crimen que pesa sobre él, siendo ya un imposible detenerse.

En su carrera rompe, aplasta, destruye, hace trizas, vence todos cuantos obstáculos le oponemos para hacerle retroceder ¡Progreso! ¡adelante! ¡progreso! gritan sus conductores” ([101]).

El B. Palau no se hacía ilusiones. Si el mundo encharcado de orgullo y sensualidad no se convirtiese, la catástrofe prefigurada por el desastre del tren de Gerona se tornaría espantosa realidad.

¿Cuándo sucedería esto? Él no ponía fecha, pero anticipaba señales certeras. Entre ellas, la reacción de los hombres cuando el desastre fuese inminente:

“A proporción que la sociedad humana se acercará al cataclismo sentirá convulsiones, conmociones horribles, tendrá un presentimiento seguro, que le anunciará la desgracia. Dirá en voz baja, sorda, pero fuerte ¡Vamos mal! (...)

¡Atrás! ¡Alto! Parad el tren. Clamará a los conductores la sociedad entera con voz ronca y de trueno ¡Alto!!! ¡Estoy perdida! Deteneos, maquinistas, apretad el freno ¡Ay de mí! ¡Me pierdo!  


Y los conductores contestarán en tono arrogante ¡No! Vienes maldita con nosotros a los infiernos: nosotros te hemos formado a imagen de los vicios que te merecen este castigo (...) 


el fuego voraz de tu concupiscencia es el que en la máquina produce el vapor de tus doctrinas impías, obscenas, impuras, blasfemas, y ese vapor, que tu misma respiras, esa respiración inmunda es el móvil que da impulso a todo el tren donde han subido.  


Baja maldita raza conmigo al abismo” ([102]).

La red de intercomunicación global: condición exigida por la Revolución


La inauguración del Canal de Suez fué conmemorada con liviana euforia.
Pareció prenunciar la paz globalizada en la confusión de las religiones,
resultante de la convergencia de los intereses comerciales de los pueblos.
Según el bienaventurado estaban puestas casi todas las condiciones para que la Revolución alcanzase su siniestro destino.

Sin embargo, faltaba que el progreso en comunicaciones y transportes permitiese una conexión tan instantánea y global que un sólo ente – sea un hombre o una organización sin rostro – pudiese comandar el planeta con la ascendencia de un supremo guía universal.
A medida que la humanidad – argumentaba el B. Palau – sea sumergida en el caos sentirá escalofríos y podrá ofrecer resistencias. 

Cuando el caos parezca total, la Revolución habrá alcanzado un auge. Pero, al mismo tiempo, el horror que ha de provocar engendrará condiciones máximas para su ruina.

Previendo esta encrucijada mortal, la inteligencia propulsora de la Revolución habría preparado una celada: suscitar un pseudo-salvador o pseudo-profeta. 

Éste surgiría “milagrosamente” ofreciéndose como única opción al caos. A cambio de un espejismo de orden pediría la rendición de las voluntades a su influjo personal. 

Las redes de comunicación irradiarían al mundo los desiderata del pseudo-salvador. Éste vendría en medio de apariencias mentirosas de paz y prosperidad. 

Atraería poderosamene los últimos fieles a cesar la resistencia a la Revolución y adorar su ídolo. En la práctica, semejante poder apuntalaría el reino de la Revolución que amenazaría desplomarse. 

Napoleón I prefiguró esta maniobra al consolidar la Revolución Francesa después del caos del Terror.

“Los ferrocarriles y los hilos eléctricos, – explicaba el P. Palau – han aproximado un pueblo con otro pueblo, (...) en tal modo que con más facilidad puede ahora un solo hombre gobernar y dirigir la sociedad humana toda entera que antes un rey una nación.

“Aproximadas las naciones unas con otras, esta unión ha confrontado tanto en política como en religión todos los programas.


Y el choque en el mundo ideal y moral, semejante al de los trenes que vienen de líneas opuestas, ha producido en su explosión horrorosa, hallando libre la prensa, la litografía y demás medios fáciles y prontos de comunicación, una confusión tal de doctrinas, que podemos afirmar sin temor de ser desmentidos, que llegó la sociedad humana en su curso, a media noche, el día en que se descubrió el vapor y la electricidad.

“La confusión de ideas en las inteligencias ha dado por resultado una revolución en todos los países. Sobre la ruina de las monarquías se levantan repúblicas, (...)


cada nación siente en su seno horribles convulsiones causadas por programas de gobierno que se destruyen. Un rey no puede fiar en la palabra de otro rey, y mirándose enemigos todos unos de otros, están armados hasta los dientes; discurriendo sobre nuevas máquinas de muerte.  


Para evitar un conflicto se convocan congresos europeos, y en ellos no se entienden ni se avienen, y saliendo de allí en desacuerdo, cada uno hace por sí preparativos de guerra que arruinan la nación.  


Y esta ruina es la miseria del país, el país se levanta en revolución, y en esta situación anda la sociedad humana de mal en peor. (...)  


“Aquí tenéis todo cuanto convenía precediera el establecimiento de un imperio universal en el orbe.

“El advenimiento al trono de un emperador que reduzca a una todas las naciones del globo, y a uno solo todos los programas políticos y religiosos que ahora nos dividen será el fin de todas estas revoluciones por las que horriblemente agitados los pueblos, se revuelcan por el suelo como serpientes heridas de muerte.

“Un Dios, un rey, una sola religión, éste es el programa que grabado en las banderas imperiales, llenará de espanto un día al mundo entero, y al siguiente le dará la paz y la prosperidad, y este día está tan cerca, como cerca sentimos la disolución social universal en todos los sentidos, y partes del cuerpo social” ([103]).
Algunas veces, el B. Palau se refiere al sagaz artificio final de la Revolución como un imperio para definir su perfil dictatorial.

Otras veces, lo define como una república federal universal para resaltar la nota de rechazo a toda forma de autoridad y desigualdad legítima. 

La coexistencia contradictoria del absolutismo odioso y del libertismo radical es intrínseca a la Revolución y caracteriza la tiranía caprichosa y despiadada de Satanás sobre el caos de la eterna noche infernal. 

Puede verse ejemplos en los momentos ápices de las revoluciones: en el anabaptismo en Münster, en el Terror durante la Revolución Francesa o en el régimen stalinista en la ex-URSS.

Una religión “ecuménica” en la cual se amalgamarían todas las creencias


I encuentro mundial ecuménico de Asís
Semejante imperio o federación planetaria acarreará el afloramiento de una religión universal.

“Oficialmente no habrá más religión que la del Estado. Un solo dios, una sola religión y este dios será el Anticristo, y esta religión la anticristiana” ([104]), decía.

En ella se deberían amalgamar todas las creencias, en una convergencia caótica impuesta por los hechos, sin demasiados miramientos a la verdad o al error. 

Pero, preveía el B. Palau, esa confluencia no traerá la verdadera paz. Por el contrario, disfrazada de conocimiento y comprensión mutua, llevará al paroxismo el desentendimiento y la discordia:

“unidos por el vapor y la electricidad, en un mismo coche el cristiano, el moro, el judío, el protestante, el cismático, el misionero, la monja, el fraile, la mujer ramera, puestos de frente todos los programas religiosos de todas las naciones, en religión ha sido inevitable otro choque sin comparación más terrible que el político, y esta guerra religiosa, dividiendo el padre contra su hijo, un vecino contra otro, un pueblo contra otro pueblo y una nación contra otra, completa la disolución social en el orbe entero, la cual partiendo del seno de la familia, llega hasta el trono del rey en los palacios” ([105]).

El bienaventurado discernía el trasfondo satánico de esa religión universal en un convite lanzado por el espiritismo:

“Esta secta acaba de hacer una invitación general a todas las religiones, esto de orden de los espíritus superiores, para que se unan todas constituyendo una sola religión bajo la dirección de ellos, incluso el catolicismo. ¿Podemos llegar a más? ¿Qué es esto? ¿A que vendremos a parar?” ([106]).

La inauguración del túnel bajo el San Gotardo
propició una ceremonia de tipo satánico.
Aparentemente impropia para una obra públca,
concuerda con la preparación del reino del Anticristo
como lo revia el bienaventurado español.
Un siglo antes de la perforación del túnel bajo el Canal de la Mancha el bienaventurado comentó un proyecto de unir Gran Bretaña al Continente:

“Se establece un puente gigantesco entre Calais y Douvres, que pondrá a Inglaterra en comunicación con el continente.  


Según el plano presentado por el ingeniero francés M. Boutet, el puente se apoyará sobre veinte y nueve arcos, y se tiene completa seguridad de colocar los correspondientes pilares, rodeados además de cables, que serán en vez de un peligro, un abrigo para los buques contra las terribles tempestades del estrecho.  


El Istmo de Suez abre su canal, y pone en comunicación las aguas del Mediterráneo en el mar de las Indias en el octubre del año que rige.  


Damos estas noticias, porque los hechos a que se refieren desenvuelven, y explican las profecías referentes al imperio universal sobre la tierra del Anticristo primero, y después de Cristo y su Iglesia.  


Por el puente monstruo tendremos a la Inglaterra unida a las demás naciones de Europa, y por el canal de Suez el presidente de la república federal comunicará con las cuatro partes del globo” ([107]).

En la inauguración del Canal de Suez el bienaventurado registró otro indicio premonitorio de esa religión universal:

“El canal de Suez está ya abierto a la navegación para todas las naciones. Al comunicar el Mediterráneo con los mares de la India, fueron bendecidas simultáneamente las aguas por un sacerdote católico, un popé griego, un pastor protestante, un armenio, un ulema y un budista” ([108]).

Un siglo atrás, el B. Palau discernía en gestos como éste – hoy repetitivamente banales – un ecumenismo imprudente porque penetrado del espíritu de la Revolución. 

El fin último no era conducir todas las almas a la única Iglesia verdadera. 

Por el contrario, se incubaba un falso ecumenismo que lleva a adorar Satanás como que inhabitando alguna figura que hará de sumo representante de la Revolución ([109]).

Imperio de la Revolución y Anticristo


Dicha república federal universal consistiría en un estado de cosas erigido en abstracción desafiante del Creador. Contemplando la inmensa pero periclitante Babel revolucionaria fruto de sus manos, los hombres serían tomados de una auto-satisfacción rayana en la adoración.

El Anticristo. Lucca Signorelli, catedral de Orvieto
Sería el resultado más osado del “no serviré” coreado por voces humanas: un mundo construido caprichosamente según leyes que los hombres se dieron a sí propios, ignorando la autoridad del Legislador Supremo.

Siendo así, el bienaventurado estaba seguro que los tiempos del Anticristo profetizados en el Apocalipsis habían llegado:

“Lo que San Juan vio en visión profética [n.r.: Apocalipsis] nosotros lo miramos con nuestros propios ojos.  Satanás, nos dice en el Cap. XX. será desencadenado, saldrá de su cárcel y seducirá las naciones que viven en las cuatro partes del mundo  Esta corrupción, seducción y apostasía es ya un hecho consumado” ([110]).

Semejante imperio o república universal concretizaría el sueño del hijo de la perdición previsto por San Pablo en su segunda epístola a los Tesalonicenses. Comentando las palabras de San Pablo sobre el hijo de la iniquidad (II Tess, 1-12), él afirmaba:

“Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo (...) antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo” (II Tes, II, 1-12) ([111]).

Para los espíritus superficiales, desinteresados de la existencia y de los objetivos de la Revolución, la instalación de ese poder de seducción universal tendrá algo de repentino. 

Para dar una idea de hecho tan sorprendente el B. Palau acudía a los ejemplos de las fulgurantes campañas militares de Napoleón I y Guillermo de Prusia. 

Aún el mundo no conocía las conquistas desconcertantes de que son capaces la guerra psicológica revolucionaria ni las bruscas elevaciones de líderes políticos y cambios de opinión operados por los medios de comunicación social:

“El Anticristo nos cogerá de sorpresa – decía –. Hoy somos lo que somos, y mañana al despertarnos se nos anunciará que un genio guerrero ha batido las potencias más fuertes del globo, y que perdida la nacionalidad estamos a su dominio.  


Al día siguiente un decreto imperial anunciará la supresión del culto católico en todo el universo. Otro día se publicarán las penas en que incurren los que no se rindan a las leyes del emperador” ([112]).

Sobre la persona del Anticristo


El Anticristo. Vitral en la iglesia de Santa Maria.
Frankfurtt, Alemania
El P. Palau amaba lo sólidamente anclado en las anfractuosidades de la vida concreta, la verdad vista de frente aunque dura o complicada. 

Sabía objetar sus propios raciocinios y hacia suyo lo mejor de los contra-argumentos. Nada más contrario a él que las simplificaciones fáciles, los panoramas caprichosamente despegados de lo razonable.

Así abordaba asuntos de los más delicados, y que piden la más cautelosa y matizada respuesta. Entre ellos estaba el discernir el perfil del Anticristo para el cual la Revolución prepara los caminos.

Sus escritos reflejan la diversidad de opiniones existente entre los mejores intérpretes de las Escrituras. Para él era indudable que será encarnación del poder de Satanás en un individuo o en un grupo:

“el Anticristo es el triunfo del diablo y del pecado en la batalla contra Cristo y su Iglesia en el terreno de la política y de la fuerza brutal. Es el diablo encarnado y hecho visible en su poder comunicado a los hombres” ([113]).

No asombra, pues, que en muchas ocasiones llame Anticristo al conjunto de la Revolución y sus seguidores, considerándolos un solo cuerpo moral:

“el Anticristo es el imperio del mal sobre la tierra protegido, escudado, y auxiliado por los poderes políticos de los reyes. El Anticristo es el dragón encarnado en ellos personificado en sus doctrinas y en su autoridad.  


Y el Anticristo se revela y revelará cada día más en signis et portentis mendacibus, comunicándose familiarmente con cuantos quieran acogerse a sus banderas” ([114]).

Sin embargo, el B. Palau suponía que un individuo de carne y hueso habría de ser exaltado como expresión suprema de la Revolución. A éste se aplicaría, por antonomasia, el nombre de Anticristo.

El demonio es un puro espíritu y encuanto tal no puede ser percibido físicamente por los hombres. Para hacerse adorar por una humanidad ateizada y carnal en la etapa última de la Revolución, precisa manifestarse a través de algún ser visible y palpable. 

El demonio, entonces, escogería un ser humano en el cual haría refulgir sus energías infernales como siendo “divinas”. Sería una parodia blasfema extrema de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que le hace merecer el estigma de Anticristo.

¿De dónde saldría este demiurgo? Así responde hablando sobre los revolucionarios iniciados en las artes que manipulan energías ocultas:

“Estos hombres tienen sus escuelas normales o logias (...) y en ellas los demonios se hacen visibles no como tales, sino bajo la apariencia de ángeles de paz, custodios de los intereses sociales. De estas logias saldrá amaestrado el Anticristo. (...)  


Esta sociedad maléfica (...) tomará siempre mayor incremento hasta que aparezca sin máscara, visible en la cabeza del Anticristo” ([115]).

Tendrá, pues, íntimas relaciones con formas de satanismo tipo Nueva Era o ciertas “medicinas alternativas” más o menos empapadas de parapsicología u ocultismo.

¿Procederá de la estirpe de Judas enquistada en la Iglesia? No encontramos nada en el bienaventurado que permita afirmarlo o negarlo taxativamente.

Inspirado en la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (II Tes, 1-12), el bienaventurado destacaba que el Anticristo tendrá talento para embaucar con fantasías falaces, cautivar con ilusiones engañosas y hacer fulgurar seductoramente la mentira. 

Por eso aparecerá como un mago o gran ilusionista que fascinará y/o dejará perplejas las almas, por medio de influjos comunicados por el rey de la ambigüedad infernal. 

Esa facultad hechizante se orientará especialmente a quienes no hayan caído en las redes de la Revolución. Sus imposturas prodigiosas podrán ser confundidas con virtud ([116]):

“El Anticristo será el mago más famoso y célebre que haya habido jamás” ([117]), decía.  


Al frente, y a la cabeza de estos magos famosos está más o menos cerca aquel célebre hombre, de quien está profetizado que se presentará al mundo in omni operationi Satan , en signos portentosos para seducir hasta aquellos que tienen escritos sus nombres en el libro de la vida, si posible es” ([118]).

El tiempo que le ha sido dado para tentar a los últimos fieles será breve, según el bienaventurado.

Mientras semejante embaucador no se exhiba descaradamente a los últimos hombres con fe, el B. Palau designaba con el rótulo de Anticristo al cuerpo moral de la Revolución que aguarda a ese demiurgo:

“La revolución es todo el poder político de los gobiernos de la tierra, y su cabeza es el Anticristo. Vemos ya todo el cuerpo, esto es, todos los reyes de la tierra ligados bajo un solo principio: ¡Guerra a Dios!  


Falta aparezca la cabeza, y ésta ha de recibir la potencia de parte del diablo. En el Anticristo el diablo llegará a tener el poder en el más alto grado que pueda dársele sobre la tierra” ([119]).  


Esto es lo que tenemos a vista: vemos el cuerpo del Anticristo, su cabeza no aparece aún, pero si vemos ya formado su imperio” ([120]).

En el Anticristo se reconocerán las facetas de las revoluciones anteriores. Eso le atraerá la confianza de las diversas formas de Revolución. Las falsas religiones descubrirían en él trazos de la divinidad que adoran, suscitándose en torno de él una convergencia pseudo-ecuménica universal.

¿Cuándo se revelará a los hombres? ¿Ha de venir en nuestros días? ¿O tan sólo se manifestaría alguna prefigura?

El bienaventurado juzgaba que la marcha extremamente avanzada de la Revolución prepara directamente su inminente aparición. 

Pero, al mismo tiempo, creía que la Misericordia divina cortaría el paso de la iniquidad revolucionaria, enviando alguien revestido de la misión de Elías profeta, para convertir a las naciones.

Casi medio siglo antes de las apariciones de la Ssma. Virgen en Fátima, el bienaventurado presentía proféticamente lo que Nuestra Señora anunció a los tres pastorcitos: después de grandes castigos, el mundo se convertirá y tendrá paz. Es decir, un reino triunfal de Su Inmaculado Corazón ([121]).

En esta expectativa, lo que toca al Anticristo está en un suspense. Para intentar descifrarlo, el B. Palau volvía su mente para los misterios que envuelven al gran profeta del Carmelo y su venida futura.





Capítulo 5:Venida del Restaurador prometido en las Escrituras

El Consistorio divino


En la perspectiva del P. Palau, la Revolución es el gran asunto político en torno del cual giran las cuestiones importantes. No el ajetreo mezquino de los políticos profesionales o de los periódicos de su tiempo, sino la Política con P mayúscula.

Es decir aquella en que se debate en torno del principalísimo de los fines terrenos del hombre: el bien común en la práctica de las virtudes o, por oposición, el caos revolucionario.

La política, explicaba, es por excelencia un asunto de inteligencias. En ella no participan los seres sin intelecto.

Pero, insistía, los impíos y los miopes suponen que en ella sólo entran inteligencias humanas. En realidad, participan también las angélicas y las demoníacas. Y, por encima de todas, el Juez Supremo del universo.

Siendo la Revolución la cuestión política de la cual pendía el destino del orbe, para el B. Palau, el problema central se concentraba en una interrogación:

¿Qué hará Dios? ¿Dejará todo ser tragado por la Revolución? ¿Destruirá el mundo en virtud del pecado revolucionario?

¿O, por el contrario, en atención a Sus promesas, lo rescatará de la conjuración de Satanás?

El bienaventurado estaba seguro de que Dios preparaba la restauración del mundo. ¿Cómo lo haría? ¿Cuándo? ¿Qué faltaba? ¿Qué factores apresuraban o retardaban el momento en que Nuestro Señor dirá basta a la Revolución?

Para ilustrar esta problemática, el bienaventurado recurría a la imagen del Consistorio divino. Ésta parte de una realidad teológica fundamental: el entendimiento divino todo lo escudriña y nada le escapa.

El universo de los actos virtuosos o pecaminosos está contínuamente presente ante Dios como un inmenso mosaico vivo.

Todos y cada uno — inclusive los más insignificantes u ocurridos en lo más íntimo de las conciencias — pesan ante la Majestad Infinita. Unos inclinándola a la misericordia, otros reivindicando mayores márgenes de maniobra para la Revolución y sus agentes en castigo de los hombres.

El Bienaventurado representaba esta realidad como un Parlamento, o Consistorio, que se congregase a los pies del trono divino, y del cual participasen todas las criaturas inteligentes del Universo.

Desde María Santísima Reina de los Cielos, pasando por San Miguel Arcángel y todos los coros angélicos, todos los Santos, todos los hombres en la tierra — sean nobles, burgueses, campesinos u olvidadas religiosas enclaustradas — hasta Satanás con sus legiones diabólicas y los precitos del infierno.

Cada uno con sus méritos, oraciones y sacrificios — deméritos y pecados en sentido contrario — trabaja para inclinar en su favor las balanzas de la Justicia Divina. La imagen de ese Consistorio con sus discusiones está claramente inspirada en el libro de Job (I, 6-ss) ([122]).

El B. Palau figuraba discusiones en que cada ser inteligente pedía la palabra, defendía su causa y era interpelado por sus opositores. En tales polémicas, él representaba a Satanás alegando los pecados de una nación para arrancar de Dios permiso para perderla más espantosamente.

En sentido opuesto, el ángel protector de ese pueblo le defendía y pedía la confusión del demonio de condenación. Dios como Juez Soberano concedía o no la palabra y dictaba la sentencia final.

He aquí un ejemplo ilustrativo. La sombra del ermitaño disputa con Satanás defendiendo la humanidad decaída:

“Señor, hemos pecado nosotros los católicos, pueblo y sacerdotes, y nuestros reyes y príncipes, y todas las naciones de la tierra. Justa es vuestra ira y sobradamente merecidos los castigos.  


En justicia habéis procedido al entregarnos al furor de los demonios. Por nuestras maldades nos hemos rendido voluntariamente al dominio de Satán. Justo sois y justos vuestros juicios. Señor, contra nuestras maldades apelo al trono de vuestra clemencia.  


La redención de las naciones actualmente existentes sobre la tierra es un contrato celebrado y consumado en el Gólgota entre Vos y Vuestro Hijo, y renovado noche y día en el orbe entero en millares de altares erigidos a vuestra gloria. 


Y en virtud del sacrificio perenne y perpetuo el título sobre el que funda sus derechos la Iglesia Católica vuestra hija tiene toda su fuerza y vigor, no obstante las maldades y crímenes de los hombres.  


Y contra este título es falso y nulo todo cuanto alegan a su favor los demonios, quienes no pueden pacíficamente poseer, ni presentar título de posesión (...)

¡Satán! dijo el Juez (...) Defiéndete, y si no tu causa está perdida. (...)

[Satanás:] Vengan las balanzas de vuestra justicia: pesad el deicidio y la incredulidad de los judíos, la resistencia de las naciones paganas a la predicación del Evangelio, el cisma de los griegos y rusos, la apostasía de los protestantes, las horribles blasfemias con que os hecha el reto la Francia, la España, la Italia y demás países revolucionarios, la corrupción de costumbres de los católicos, y en cuanto a vuestros sacerdotes pesad....  


Poned a la otra parte los méritos y virtudes de los que Os sirven, y veréis de qué parte caerá el peso... Dejaríais de ser justo ¡oh Dios! sino castigarais al criminal.  


Además, el que voluntariamente peca infringiendo vuestra ley, voluntariamente se rinde a mi bandera, el mando me pertenece, porque por sus maldades, voluntariamente se ha sujetado a mis órdenes; y por este motivo mi posesión es legítima” ([123]).

El bienaventurado consideraba que en esa alta esfera, donde se dirime verdaderamente la suerte de la Revolución y del catolicismo, la decisión estaba tomada: la Justicia Divina ha resuelto fulminar la Revolución, Satanás y sus secuaces.

María Santísima, como soberana de las milicias celestes ha dispuesto las cohortes angélicas para que bajo el comando de San Miguel entren en la batalla.

Por su parte, Satanás y la Revolución — conociendo este dictamen irrevocable — estimulan toda clase de pecados, especialmente los colectivos, como revoluciones, decretos impíos, separación de la Iglesia del Estado, leyes dañinas a la Iglesia, blasfemias oficiales o generalizadas, con el fin de postergar lo más posible el día de la Misericordia para los buenos y de la Ira divina para los revolucionarios.

En ese Consistorio, lugar por cierto de fabulosas oposiciones, el bienaventurado veía algo parado. Todo aguardaba el instante en que Dios enviase el profeta Elías, o alguien revestido de su misión. Explicando esto, ponía en la boca del ermitaño las siguientes palabras:

“Veo (...) el consistorio celeste congregado ante el trono de Dios. (...) Aquí ante el trono del legislador supremo ha sido juzgada la causa de la sociedad actual. (...)  


Veo ante el trono de Dios a Elías Tesbites armado ya, y preparado para entrar en batalla. La serpiente infernal ha sido también citada a juicio ante Moisés, Pedro y Elías.  


Y ésta es la sentencia fulminada por el juez supremo:  Dæmones effugate ecce ego dedi vobis potestatem  ha sido condenada a ser aplastada y encerrada al abismo con la revolución de quien es autor y cabeza. Y Elías es el encargado de ejecutar esta sentencia” ([124]).

Necesidad de una misión extraordinaria y de la venida de Elías


Santo Elias, Monte Carmelo, Terra Santa,  mosteiro de Elias, estátua onde exterminou os profetas de Baal.
San Elias, Monte Carmelo, Tierra Santa
El B. Palau preveía que por causa de la decadencia de la fe y la moral, las meras fuerzas humanas y las vías ordinarias de la gracia eran insuficientes para derribar la Revolución. Solamente una intervención providencial extraordinaria podría iluminar y rescatar los fieles desconcertados por el caos revolucionario:

“Siendo impotente [n.r.: la sociedad actual] para salvarse con el auxilio ordinario de su gracia, Dios le enviará una misión y será la misión última. (...)

desplegada aquella misma bandera, que en el cielo (...) inscribió en su lienzo este lema  ¡guerra a Dios!  y que sostenida nada menos que por el ángel supremo ha rendido ya esta fecha todas las naciones (...)

“Contra esta bandera es impotente Pío IX según el curso regular y ordinario de las cosas; y lo es igualmente el obispo, lo es el párroco, lo son las órdenes religiosas, lo es el clero católico, lo es el pueblo, lo es la Iglesia.

“Confesemos humillados nuestra impotencia. (...) [n.r.: la Iglesia] necesita de una misión extraordinaria. ¿Y quiénes serán esos hombres escogidos de Dios para darle en la batalla triunfo? (...)

“Repetiremos lo mismo: vendrá un apostolado (...) Será tan estupenda la última misión que Dios prepara para su Iglesia, que la voz de los apóstoles acallará la política” ([125]).

“Satanás — añadía — ha entrado en el seno del catolicismo, y nos combate por dentro. (...) Para arrojarles de dentro del santuario, no bastan nuestras fuerzas ordinarias.

Dios en su providencia tiene preparado un auxilio extraordinario y éste está tanto más cerca, cuanto más se agrava el mal” ([126]).

Mas aún, en el caos creado por la Revolución ¿cómo se discernirá el Anticristo real de alguna de sus prefiguras eventuales y cómo se resistirá a sus seducciones?

La pregunta es acuciante si se considera que, en cualquier caso, será un ambiguo dotado, según San Pablo, de gran capacidad de fraude:

“La venida del inicuo irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría.

Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad” (II Tes, II, 8-12).

Ahora bien, el Apocalipsis enseña que llegados los últimos tiempos dos testigos — Elías y Enoc, según la interpretación predominante en la teología — conservados en la presencia del Altísimo serán enviados a la tierra para una predicación postrera antes del fin del Mundo (Ap, XI, 3-ss.). Además, Nuestro Señor Jesucristo prometió al pie del Tabor que

“Elías, en verdad, está para llegar, y restablecerá todo” (Mt, XVII, 11), confirmando lo que dijera el profeta Malaquías: “He aquí que yo enviaré a Elías el profeta antes que venga el día de Yavé, grande y terrible.

El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, no sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema” (Mal, IV, 5-6).

De estos trechos, el bienaventurado concluía que se hacía necesaria la manifestación de Elías:

“la máquina del cuerpo social marcha con la velocidad del ferrocarril a su disolución. O Dios acaba con el hombre, o le redime de nuevo y restaura. (...)

En el primer caso ha de venir pronto Elías Tesbites, precursor del Juez supremo para anunciar al mundo su fin. En el segundo caso, ha de venir también, porque es el restaurador prometido” ([127]).

¿En cuál de esos dos casos nos encontramos?
¿Elías vendrá en persona o en espíritu?


San Elias. Hermandad de Nuestra Señora del Carmen Coronada. Sevilla
El B. Palau ardía de deseos que viniese el propio profeta Elías ([128]). Pero reconocía que podría no tratarse de él mismo, sino de alguien revestido de su espíritu y de su misión. Es decir, otra persona que, como San Juan Bautista, por similitud de virtudes y de tarea providencial mereciese ser llamado Elías:

“¿Será Elías Tesbites, aquél mismo que profetizó durante el reinado de Acab y Jezabel, reyes de Israel? — se interrogaba —

No lo sabemos. Pero nada hay contra la fe en creer que sea un hombre cualquiera, un pescador como Pedro, el hijo de un carpintero como Jesús, un pobre hombre, ignorante según la ciencia del mundo, y sabio para su misión” ([129]).

“Vendrá él mismo, el Tesbites, — reflexionaba en otra ocasión — o bien su espíritu y su misión en un Moisés.

No nos atrevemos a pronunciar juicio. Tal vez sea su misión, y no su persona, y en tal caso caerían muchos en error, porque dirían de él lo que de Jesús  es hijo de un carpintero, y de mujer llamada María  (...)
un hombre con misión especial de Dios: este hombre, dígasle Elías, Enoc, o lo que quieras será el Restaurador” ([130]).

“Este apóstol será Elías, el Elías prometido, sea cual fuere el nombre que al parecer se le dé. Llame Juan, Moisés, Pedro, el nombre importa poco; la misión de Elías restaurará la sociedad humana porque así Dios lo tiene en su Providencia ordenado” ([131]).

La distinción entre la persona de Elías y su espíritu y misión es fundamental. Mas presenta dificultades que la relación entre San Juan Bautista y San Elías ayuda a aclarar.

El profeta Zacarías comparó San Juan Bautista a Elías y anunció que sería el precursor de Nuestro Señor Jesucristo:  

“caminará delante del Señor en el espíritu de Elías para reducir los corazones de los padres a los hijos, y los rebeldes a la prudencia de los justos a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc, I, 17). 

Por su parte, cuando los discípulos preguntaron a Nuestro Señor como entender que estaba escrito que sería precedido por Elías, el Divino Maestro respondió:  

“Yo os digo: Elías ha venido ya, y no le reconocieron; antes bien hicieron con él lo que quisieron; (...) Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista” (Mt, XVII, 12-13).

De esta manera, en sentido simbólico-místico, San Juan Bautista fue el Elías anunciado para antes de la primera venida de Nuestro Señor. Como tal es distinto del Elías histórico que retornará a la tierra antes de la segunda venida de Nuestro Señor y del Juicio Final.

El acatadísimo comentarista de las Sagradas Escrituras P. Cornelio a Lapide SJ explica que

el “espíritu de Elías” consiste en “el espíritu de la virtud, es decir, de la fuerza y de la eficacia. (...) Este espíritu fue semejante en Elías y en Juan Bautista. (...)

“así como Elías preceder6 con gran fuerza de espíritu y eficacia la segunda venida de Cristo, de modo a debelar los infieles y convertirlos a la fe, así también Juan, con el mismo espíritu y la misma eficacia, precedió la primera venida de Cristo 'para convertir los hijos al corazón de los padres, y los incrédulos a la prudencia de los justos'“ ([132]).

Por todo esto, si no viene Elías en persona, el bienaventurado creía que quien venga a restaurar la Iglesia y la civilización cristiana estará dotado de la fuerza y de la eficacia del gran profeta del Carmelo.

Dos horizontes históricos distintos y dos hipótesis fundamentales


San Juan Bautista precedió a Cristo con el espíritu y la virtud de Elia'.
Pinturaen St-Mary-Thornham-Parva, Suffolk, Inglaterra
Para el B. Palau el pecado de Revolución tiene tal gravedad que su castigo implicaría el fin del mundo. Pero, por otra parte, él estaba seguro de que Dios, a ruegos de la Ssma. Virgen, se apiadaría de la humanidad pecadora.

La clemencia divina suavizaría los castigos que la Revolución atrajo sobre la humanidad. En consecuencia, abriría como un paréntesis histórico: una era de resplandor sin igual de la Iglesia y de la civilización cristiana.

La parte del castigo debida por Justicia quedaría pendiente como una espada de Damocles. Cuando los hombres reincidiesen en la Revolución, Dios cerraría el paréntesis y se desencadenarían los episodios trágicos y grandiosos del fin del mundo.
De esta manera, el bienaventurado reflexionaba habitualmente sobre dos horizontes históricos distintos que tienen mucha semejanza:

1. el de los castigos, también anunciados en Fátima, en nuestra era; y

2. el fin del mundo.

Lo que se dice de cada uno de esos horizontes se puede aplicar al otro, con las necesarias adaptaciones. Los grandes momentos de la punición de la Revolución y de la glorificación de la Iglesia podrán ser vistos como una “avant-première” de los últimos días de la trayectoria humana en la Historia.

A su vez, cuanto está escrito a respecto del día en que los cielos se enrollarán como un pergamino (Ap, VI, 14) iluminaría la intelección de cuanto sucede en nuestros días.

¿En cuál de esos horizontes vendrá el Elías histórico y cómo lo hará? En varios artículos el B. Palau levanta la hipótesis de que será en los días que corren:

“Ya hemos dicho varias veces, que es infundada la opinión de aquellos que creen, que estos dos profetas [n.r.: Elías y Enoc] han de venir al mundo a las vigilias de su fin.

No es así. Será, es verdad, el fin, porque puede durar el mundo aún un siglo, medio siglo, y en este intermedio las naciones han de ver el triunfo de la Cruz” ([133]).

En esta primera hipótesis, el Elías histórico vendría en persona en el apogeo y derrota de la Revolución. Su gesta precedería una acción del Espíritu Santo revivificadora de la Iglesia y de las naciones.

Tal acción inauguraría un período histórico que coincide con el Reino de María profetizado por San Luis María Grignion de Montfort y con la victoria del Inmaculado Corazón de María prometida por Nuestra Señora en Fátima.

La conversión de las naciones acarrearía la postergación del fin de los tiempos. El mundo oiría en aquella ocasión el anuncio de la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo. Y tan luego lo olvidase, se desencadenarían los hechos conclusivos de la peregrinación humana en el tiempo.

Pero en muchos otros textos, el bienaventurado reflexiona sobre una segunda hipótesis que difiere de la anterior en apenas un punto fundamental. Según ella, ahora vendría un Restaurador distinto de Elías para cumplir idéntica tarea.

 El Elías histórico solamente vendría cuando la iniquidad revolucionaria volviese a tomar cuenta de los hombres, y precedería inmediatamente a Nuestro Señor Jesucristo, al Juicio Final y al cierre del tiempo.

En ambas hipótesis se constata una estructura común:

1. misión de un enviado de Dios que derrotará la Revolución en nuestros días;

2. una época de fe y florecimiento de los pueblos convertidos;

3. nuevo pecado colectivo, Juicio Final y fin del mundo.

Este abanico de futuros posibles con una estructura común explica un cierto vaivén en la formulación y en la cronología de las hipótesis del bienaventurado. Pues ora escribe teniendo en vista una, ora la otra, o las dos al mismo tiempo.

El tiempo y las circunstancias se encargarán de esclarecer cuál es la más adecuada.

Siempre dentro de la estirpe espiritual del profeta del Carmelo


En la perspectiva palautiana el “espíritu de Elías” ha estado siempre vivo en la Iglesia identificándose con el espíritu militante. Él lo sentía presente en el Venerable Pío IX y en la Jerarquía Eclesiástica en lucha contra los espíritus instigadores de la Revolución:

“Elías es Pío IX, Elías es el obispo, Elías es el cura párroco de un pueblo ¿Ves? ¿Ves en sus manos el báculo pastoral? ¿Ves en Pío IX unas llaves? Es el símbolo del poder sobre toda potestad enemiga: tiene una misión alta y sublime, Dios le dice:  Te doy potestad: lanzad los demonios  Ligado y encadenado el príncipe y el rey de todos los herejes, impíos y blasfemos, vencido y preso el que dirige la revolución del mundo, salvas son todas las naciones” ([134]).

Esto no obstante, él ponderaba que el extremo alcanzado por la Revolución clama por una intervención tan intensa que se equipare a la acción personal del profeta del Carmelo.

Esa “misión”, según el P. Palau, está reservada para alguien del linaje espiritual del gran fundador de la Orden del Carmen:

“Los apóstoles al bajar del monte [Tabor], preguntan a su maestro sobre la misión de Elías, y Jesús contesta  Elías en verdad vendrá, y cuando venga, restablecerá todas las cosas  Mat. cap. XVII. He aquí un restaurador, preparado para la ley de gracia, como Moisés lo fue de la ley escrita. Este restaurador ¿vive? Lo afirma la tradición, y así debemos creerlo.

“En el siglo XVI escogió una española, la gran Teresa de Jesús, y la escogió para restaurar el Carmelo. Se le apareció muchas veces, asegurándola, que en los últimos tiempos su Orden se presentaría con gran fuerza al combate” ([135]).

Si este restaurador vive aún ¿Dónde está? En el Carmelo, esto es, entre los carmelitas, que heredaron por manos de Eliseo su capa, y con su capa su espíritu, y su misión” ([136]).

El Moisés de la ley de Gracia


Moisés, vitral de la catedral de Edinburgo. Escocia
El bienaventurado se hacía innumerables preguntas y elaboraba conjeturas de jerarquizada plausibilidad sobre la venida de Elías, en espíritu o en persona.

Entre otras cosas se preguntaba si vendría solo, o acompañado por Enoc. ¿O vendrían uno antes y el otro después? También indagaba si sería un individuo, o por el contrario, un Elías colectivo, es decir un grupo de apóstoles que cumplirán su misión ([137]).

Analizadas todas las hipótesis, el bienaventurado juzgaba más provechoso describir a sus lectores el perfil moral y religioso del Restaurador prometido. Quien cumpla con los requisitos de ese perfil será el Elías esperado.

A ese perfil le puso un nombre: Moisés de la Ley de Gracia. La Ley de Gracia es el Nuevo Testamento. Será un Moisés pues fue prefigurado por el profeta Moisés que liberó los judíos del cautiverio de los egipcios. El Elías prometido libertará los católicos oprimidos bajo el yugo de la Revolución:

“Busquemos en la historia un modelo — decía —, una figura de la situación actual de la Iglesia, y en ella veremos tal vez los medios que la Providencia tiene prevenidos para salvarnos. Encontramos todo cuanto apetecemos en la misión dada por Dios a Moisés para salvar su pueblo esclavo en Egipto” ([138]).

“Así como Dios salvó a Israel de la esclavitud del rey de Egipto por manos de Moisés y de Aarón, así salvará con su brazo omnipotente la sociedad humana del enemigo, que ahora la tiene esclava, sirviéndose de un apostolado, dándole al efecto una misión la más extraordinaria que hayan visto los siglos” ([139]).

Veamos algunas características esenciales de ese Moisés de la ley de Gracia.

1ª - tendrá el don de desvendar la Revolución y desbaratar sus maniobras: Moisés disputó contra los Magos de Egipto en la presencia del Faraón. Los Magos eran prefiguras de los sacerdotes de la Revolución, que con sus artes mágicas tenían seducido el pueblo escogido. El Faraón simbolizaba los poderes políticos que gobiernan la tierra.

El Restaurador prometido tendrá el don de desvendar a los hombres lo que es la Revolución, exorcizar sus jefes diabólicos y confundir sus secuaces humanos.

Y así como los Magos egipcios realizaron contra-prodigios contra Moisés, así también los jefes de la Revolución desencadenarán contra-golpes que el Restaurador conjurará.

2ª - despertará los católicos para la Revolución instalada en la Iglesia: él hará que los católicos perciban verdaderamente la abominación de la desolación entronizada en el propio santuario de Dios (cfr. Dan, IX-27), es decir, en la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Tal denuncia será determinante en la renovación de la Iglesia:

“Elías volverá las cosas eclesiásticas a su debido orden con mano potente, lanzará del seno de la Iglesia a los falsos políticos, anticristianos, a esas falanges de escritores y doctores, que en nombre de Cristo seducen los pueblos, y limpiará el templo de Dios de las abominaciones con que le ensucian los malos católicos” ([140]).

3ª - Llegará cuando nadie crea en su venida: el P. Palau no quería fijar fecha para la venida del Restaurador que anunciaba. El imaginaba que su llegada ocurriría cuando el resto de fieles estará desesperanzado y deprimido:

“No hay día ni hora. Cuando nadie, ni apenas los carmelitas le esperarán, ni creerán en él” ([141]).

4ª - organizará el resto de buenos contra la Revolución: vendrá especialmente a insuflar nuevo ánimo a los restos de catolicismo, organizarlos en todo el mundo y ponerlos en orden de batalla contra la Revolución:

“El objeto principal de la misión de Elías será constituir en orden todos los elementos católicos fieles a Dios” ([142]).

“A su ejemplo los elementos católicos, que en medio de las pruebas terribles a que están expuestos, habrán perseverado fieles, tomarán vida, virtud, fuerza.” ([143]).

5ª - Predicará penitencia: no tendrá las apariencias que lisonjean el mundo y la carne. Conclamará individuos y naciones para que adoren al Dios verdadero que habían abandonado y quemen el ídolo de la Revolución. Es decir, predicará penitencia:

“No esperéis de la política sino engaños y traiciones. La restauración no vendrá de aquí: vendrá del cielo, y nos traerán hombres que vestidos de un tosco sayal anunciarán al mundo penitencia” ([144]).

Sus palabras y su ejemplo tendrán la singular virtud de reavivar el espíritu de las naciones, revigorizar sus elites, restaurar sus principios fundamentales y así conducirlas poderosamente a la conversión:

“si viene la restauración verdadera que consiste en la conversión a Dios de todas las naciones y de sus reyes, el restaurador no puede ser un rey, sino un apóstol” ([145]). 

“Restablecerá sobre sus propias bases el orden social” ([146]).

6ª - Será perseguido, inclusive por los falsos cristianos: el B. Palau no se había forjado una idea triunfalista de la vida y apostolado del Restaurador prometido.

Antes bien, tenía por cierto que sería incomprendido y perseguido por la Revolución. En esto también se asemejará a Nuestro Señor Jesucristo:

“La política farisaica prometía al pueblo judío un Mesías. La fe verdadera de los profetas de la Iglesia prometía también un Mesías. Vino el Mesías, y la política no le reconoció, no era el que esperaba, no era el que deseaba. No era el suyo, y le crucificó. Así sucederá ahora: (...)

Vendrá el Restaurador, y no siendo el que la política promete, desea, quiere y espera, no siendo un rey que dé honores, dignidades, empleos, dinero, sino un profeta, un mártir, que nos acompaña al martirio, la política farisaica le hará una guerra atroz” ([147]).

Los malos católicos no querrán saber ni de penitencia ni de sacrificio. Entrarán en combinaciones con la Revolución para obstar su apostolado y, por fin, para perseguirlo junto con sus seguidores:

“será despreciado y horriblemente perseguido de los mismos católicos, porque son éstos los que han perdido al mundo con su incredulidad.

Los elegidos se unirán a él y los malos católicos formarán contra él, liga con los reyes apóstatas” ([148]) ([149]).

La muerte del Restaurador prometido


La muerte del 'Moisés de la Ley de la Gracia'
prefigurará el asesinato de Elias y de Henoc por el Anticristo.
Oxford, Ms. Douce.
El bienaventurado Palau, preveía como siendo cierta, revelada y gloriosa, una guerra feroz, sutil e implacable contra el Restaurador prometido. Sobre este punto, extraía lo mejor de su inspiración de los versículos del Apocalipsis relativos a la muerte de los dos testigos enviados por Dios.

En efecto, Elías y su compañero predicarán el tiempo necesario para hacerse oír por las almas sensibles a la voz del Altísimo.

El Anticristo urdirá mil insidias contra los heraldos de Dios, que las desbaratarán con los poderes extraordinarios recibidos para cumplir su misión. Pero, por fin el Anticristo o pseudo-profeta les hará guerra y les matará (cfr. Ap, XI, 3-ss.).

Estos versículos se aplican directamente a la lucha de Elías y su compañero contra el propio Anticristo. El bienaventurado consideraba que se concretizarían en nuestra época.

Caso no venga ahora el propio Elías sino un Restaurador con la “misión de Elías”, el bienaventurado juzgaba que se verificaría algún episodio análogo, en una confrontación con alguna prefigura del Anticristo.

Se aplicaría al Restaurador lo que está dicho de los dos testigos: podrá caer muerto frente a la Revolución pero “cuando todos los elementos católicos estén ya organizados” ([150]).

En efecto, cuando se produzca la muerte del Restaurador prometido, éste ya habrá dejado discípulos que continuarán su obra: “ya habrá quien sostenga la lucha” ([151]).

En esto diferirá del fin del mundo: la muerte del Restaurador es un hito dentro de una guerra que se prolonga con la victoria de la Iglesia y la conversión de pueblos enteros.

En el fin del mundo la muerte de los dos testigos es uno de los lances conclusivos de una batalla que termina luego con el retorno de Nuestro Señor Jesucristo y el Juicio Final.

Padecimientos y muerte que rehacen el camino del Calvario


En una interpretación teológico-moral de la Historia, el B. Palau consideraba que la Iglesia, fiel al ejemplo del Divino Redentor, había subido con Él la Vía Sacra. Espiritualmente clavada en la Cruz, conquistó los pueblos para Nuestro Señor Jesucristo y así los gobernó desde los tiempos apostólicos.

Sin embargo, pasados algunos siglos los llamados a mantener la Iglesia siempre unida a la Cruz, creyeron que el poder de la Esposa de Jesucristo ya estaba sólida y suficientemente establecido.

Entonces, imaginaron erróneamente que podrían relajar la ascesis y gozar de las delicias de la paz y del predominio conquistado. A partir de ese momento histórico-psicológico — que el bienaventurado ubica en el fin de la Edad Media — comenzó una decadencia continua.

Los enemigos de Ella pudieron desarrollarse en Su seno y entronizar la Revolución en lo más íntimo e insospechado del santuario.

Proporcionalmente a la distensión y al relajamiento creciente de la jerarquía eclesiástica y de las costumbres en la sociedad civil, el camino fue siendo allanado al demonio.

Éste pudo cautivar personas paradigmáticas, articular la Revolución y empujar la humanidad al caos en que hoy se debate.

Puestos estos antecedentes, para que la Iglesia y la civilización puedan ser reerguidas esplendorosamente se impone una inversión de rumbos. Que la Iglesia militante — clero y pueblo — que durante siglos se alejaba del sacrificio y del holocausto volviese a abrazar la Cruz rehaciendo el camino del Calvario.

Los sufrimientos, incomprensiones, persecuciones y muerte que padecerá el Restaurador esperado atraerán poderosamente los verdaderos fieles a las vías enseñadas por el Divino Redentor con Su Pasión y Muerte.

“Si Dios en los altos designios de su Providencia ha escogido por centro del catolicismo el Monte Calvario, llegada la hora allá irá, allá llegará la Iglesia coronada de espinas, y allá será crucificada, y allí el mundo será de nuevo redimido.

Aquí, en este mundo, recibirá al pie de la cruz la Esposa del Cordero todas las naciones de nuevo redimidas con la sangre de Jesús y de los últimos mártires” ([152]).

Siguiendo el ejemplo del Restaurador, bajo el acoso opresor de la persecución revolucionaria, la Iglesia militante subirá de nuevo a lo alto del Calvario, para desde allí reinar refulgente de gloria y santidad sobre el orbe renovado.

Aplacamiento de la ira de Dios


Caída de los Ángeles rebeldes. Nicolás Francés, (1390-1468). Cincinnat Art Museum
La inmensidad de pecados acumulados a lo largo de siglos de Revolución no ha hecho sino provocar la ira de Dios. Éste, para ejercer la Justicia indispensable y para que los hombres caigan en sí, recurre a castigos. Para ejecutarlos se sirve de los demonios, como un juez se vale de los agentes de justicia para aplicar las penas:

“Veo — decía — amenazando actualmente nuestras cabezas la ira de Dios en el cielo, provocada por los crímenes de los hombres.

“Los demonios no se rinden, porque son la vara de hierro con que azota las naciones y pueblos criminales.

“Dios parece proteger a los demonios como el juez al instrumento de venganza ante la ley como igualmente la revolución dirigida por los ángeles malos” (
[153]).

Y agregaba: “es el fuego de la ira de Dios el que encendido por el soplo del diablo, y del hombre corrompido, arde siempre, produciendo en sus erupciones revolución sobre revolución, ruinas sobre ruinas y una disolución social universal” (
[154]).

Cuando el sacrificio de buen olor de la misión eliática, en unión a los méritos infinitos de Nuestro Señor Jesucristo, suba hasta lo más alto de los Cielos — argumentaba el B. Palau —, el Altísimo se sentirá llevado a cambiar Su ira en misericordia.

Cuando ésto ocurra, Dios echará por tierra los instrumentos de castigo de que se sirve, es decir, el diablo y sus secuaces. Entonces serán despreciados, pisados y expulsados del mundo por los católicos fieles:  

“Dios para acabar con la revolución no tiene que hacer otra cosa más que abandonarla a sí misma. Dejada a su propia malicia, cae sin más armas que su propio peso” ([155]).

La muerte del Restaurador prometido parecerá, según el estrecho modo de ver humano, la instalación para siempre del imperio revolucionario. Pero, paradójicamente, precipitará la derrota de la Revolución y de cualquier eventual prefigura del pseudo-profeta:

“Satanás (...) también venció a Cristo y a S. Pedro, pero corporal, y momentáneamente, y su sangre fue la redención del mundo” ([156]), explicó el bienaventurado.

La “época de los martirios”


Los pliegues del misterio envuelven el episodio de la muerte del Restaurador. Tal vez fuese uno de los enigmas del futuro que el B. Palau reconocía no ver claro. Para él, sin embargo, era cierto que el sacrificio de “la misión de Elías” sería seguido por el de otros:

“Elías (...) es la cabeza, el jefe de todas las víctimas que con su sangre han de aplacar la ira de Dios, y juntamente presentada con la de Jesús merecerá esa paz que en vano ahora se busca” ([157]).

Tales martirios completarían el sacrificio del enviado de Dios. Tienen, por tanto, un número limitado conocido solo por la Providencia.

El B. Palau vivió en décadas de persecución anticlerical sanguinaria, de la cual él mismo fue víctima. Imaginaba, en consecuencia, que las arbitrariedades del seudo-profeta serían un paroxismo de las que él asistía.

No conocía las formas refinadas de presión y tortura moral elaboradas en el siglo XX. Él consideraba que después del fallecimiento del Restaurador, la Revolución eventualmente representada por alguna prefigura del Anticristo creerá posible realizar sus delirios megalomaníacos. Intentará entonces la dispersión o la aniquilación de los fieles que queden, pues salió de la tierra el obstáculo que lo impedía:

“aquí empezará la época de los martirios, no en esta o aquella nación sino en el mundo entero; y éstas son las víctimas de propiciación que están marcadas y numeradas por el supremo sacrificador para aplacar la ira de Dios irritado por los crímenes enormes de los hombres y que merecerán la redención de esa sociedad esclava por sus maldades del diablo y de los reyes actuales” ([158]). 

“Solo quedarán firmes aquellos, que Dios con misión especial tiene escogidos” ([159]).

Estas víctimas sumarán sus méritos para atraer la misericordia sobre los hombres y el fin de la Revolución que los aflige:

“Consumado el sacrifico de expiación, y degollada la última de todas las víctimas que Dios en su previsión tiene marcadas, el brazo de Dios omnipotente volviendo las iras de su justicia contra el instrumento de las pruebas, acabará de un modo terrible y mucho más como acabó con Napoleón I, y III” ([160]).

En el contexto palautiano, la expresión “época de los martirios” no sugiere una fase históricamente prolongada, mas sí una sucesión marcante de padecimientos y holocaustos, recibidos por fidelidad al mensaje del Elías prometido.

El sacerdocio y el papel central de la Santa Misa para aplacar la ira de Dios


Missa na abadia de Dorchester, 2008 El B. Palau, como celoso sacerdote, tenía una ardiente devoción al Santo Sacrificio de la Misa. El sacrificio del Calvario es el centro de la Historia y el punto de irradiación de las gracias de la Redención sobre la pecadora descendencia de Adán y Eva.

Por eso mismo, veía en la renovación incruenta del sacrificio del Gólgota, el alma de la resistencia contra la Revolución y contra las falacias y obras dolosas del Anticristo y de sus prefiguras:

“La batalla se da bajo este orden: desde el altar lidia el sacerdote y con el sacerdote el pueblo contra la ira de Dios provocada por el crimen. (...)

El triunfo de la fe relativa a la redención de todas las naciones, obtenido sobre el altar mediante la oración y el sacrificio trae consigo la victoria en la parte segunda del campamento, que es la que ocupa la magia maléfica, el espiritismo y los demonios visibles en los cuerpos energúmenos. (...)

“Vencido el príncipe del mundo ante el trono de Dios, desde el altar (...) queda el mundo sin rey y se disuelve como un cadáver” (
[161]).

Por las mismas razones, la persecución revolucionaria empeñará los recursos más rebuscados para suprimir el Santo Sacrificio — centro del culto católico — y disuadir a quienes lo quieran celebrar.

El B. Palau creía firmemente que el culto católico nunca cesará aunque en la apariencia la religión universal anticristiana lo haya expulsado de los templos y ceremonias oficiales. Será el único que no se doblegará ante la Revolución.

También en ésto se diferenciará radicalmente de los falsos cultos resplandeciendo en santidad, veracidad y luz divina.

“No siendo posible acabar con el culto católico — afirmaba — ; éste será el solo que sostendrá la lucha contra los decretos del emperador. El culto católico desaparecerá como acto público y se sostendrá en las catacumbas, desiertos y sitios escondidos” ([162]).

La resurrección de Elías


San Elias, col.part.
El Apocalipsis anuncia los festejos por la muerte de los dos testigos enviados de Dios: las gentes danzarán, festejarán e intercambiarán regalos, alegres por haberse librado de los profetas de penitencia.

Pero ellos resucitarán para confusión de los participantes del clima engañoso de riqueza y distensión del Anticristo. El Apocalipsis agrega que ambos profetas subirán a los Cielos al ser llamados por una gran voz.

La asunción será seguida de un terremoto en que muchos malvados perecerán, y muchos restantes tomados de temor darán gloria a Dios (Ap, XI, 7 ss.).

Para componer un escenario posible para este acontecimiento, el bienaventurado recurría a la disputa entre Simón Mago y San Pedro en Roma, narrada por la historia eclesiástica y reproducida en cuadro de la Basílica Vaticana.

San Pedro había operado milagros y portentos que admiraron la capital imperial. Simón Mago, especie de pontífice del paganismo y una prefigura del pseudo-profeta, le lanzó un desafío.

Aseguró que se elevaría al Cielo por fuerzas propias delante de la multitud. El día marcado, en el anfiteatro romano, delante de inmenso gentío, el mago subió por los aires por influencia diabólica.

San Pedro exorcizó los demonios, y el embustero sucumbió por efectos de la caída.

Con estos elementos, el bienaventurado Palau imaginaba que cuando el Anticristo quiera como que igualarse a Elías y su compañero parodiando su asunción se desplomará trucidado por una acción directa divina.

En efecto, el fin del Anticristo no vendrá por mano humana, sino por intervención divina. En el auge de su influencia, cuando todos los recursos del bien parezcan agotados, el soplo de Dios le dará el castigo merecido:

“Muerto Elías, el Anticristo perecerá como el blasfemo Senaquerib ([163]) por la acción inmediata de Dios” ([164]). 

“Esta acción inmediata de Dios consiste en que (...) el hombre en uso del poder que ha recibido de Dios para arrojar de todas partes los demonios y en uso de una misión que tiene fundada en el precepto  lanzad los demonios  manda con imperio, con fe, con autoridad, (...)

“El ángel bueno interviene intimando de parte de Dios la rendición a los mandatos del hombre. Resistiendo el demonio a uno y a otro, Dios interviene, y por sí y ante sí sin mediar criatura alguna ejecuta el mandato dado por el hombre a Satanás” (
[165]).

En el caso de que Elías no venga ahora en persona, el bienaventurado consideraba que algo análogo podría suceder a la misión de Elías. Habiendo muerto el Restaurador, el mundo revolucionario se regocijará.

Pero en un momento imprevisto, la voluntad de Dios hará refulgir de un modo asombroso la vocación divina del Restaurador. Caso alguna prefigura del Anticristo haya querido parodiarlo será fulminada por la acción inmediata de Dios.

El fin súbito del hijo de la perdición, o de alguna prefigura suya, sonará como toque de finados de la Revolución. Satanás comprenderá que sus planes están deshechos y su causa perdida. Frustrado y enloquecido dará libre curso a su furor desesperado contra los últimos fieles:

“Satanás (...) al sentirse arrollado por las cadenas que emanan de la mano de Dios Omnipotente, bramando de furor, sabiendo le queda poco tiempo para obrar la maldad, viéndose descubierto por la fe de los últimos apóstoles, (...) declarará la guerra, guerra abierta a la Iglesia organizada, restaurada y preparada para el combate” ([166]).

Esa fase postrera de la persecución revolucionaria revelará lo más hondo de los corazones:

“Los hipócritas y falsos católicos se alejarán de los verdaderos, la luz se dividirá contra las tinieblas, y aquí principiará aquella persecución horrenda anunciada por toda la tradición en masa, contra la Iglesia, contra estos escogidos para los últimos tiempos” ([167]).

El Beato Palau agregaba que el desvarío en que caerá Satanás le llevará a destruir sus propias obras con toda especie de cataclismos. Ese será un modo de reparar el daño que ha hecho.

También el bienaventurado preveía que el demonio se cebaría en sus cómplices humanos. Lo haría especialmente contra aquellos que negando la existencia de los espíritus de las tinieblas, desmovilizaban las resistencias de los católicos y allanaban el camino a la Revolución.

En todo, sin embargo, actuará como instrumento de la Justicia celeste no pudiendo hacer ni más ni menos de lo que Dios le consentirá:

“Cuando en aquellos días tenebrosos el Angel de la justicia de Dios entre en las habitaciones de los católicos para castigar su incredulidad

“¿Encontrará en ellas fe en la existencia de los demonios?

“Aquí estoy yo, dirá revelándose al incrédulo en figuras horripilantes, aquí estoy ¿Me ves?

“Crees porque me ves. Tarde has creído: vengo no como apóstol para predicar mi existencia, sino como verdugo para castigar tu incredulidad.

“Ven conmigo, serás mi compañero de infortunio en los infiernos ” ([168]).

Una catástrofe súbita y sorpresiva para los desprevenidos


El bienaventurado constató en vida los malos resultados de la mediocridad y de la imprevidencia. Una y otra vez fue blanco de la incomprensión, e incluso de la difamación, cuando prenunció hechos lastimosos.

Sintió también al vivo la ingratitud de los que se podrían haber beneficiado con sus avisos, cuando éstos vieron que se cumplieron. Temía con razón que esa actitud nefasta se repitiese el día del castigo de Dios.

Las personas tranquilas y optimistas con la falsa paz y prosperidad de la república universal revolucionaria, no querrán saber ni pensar en castigos. Cuando éstos lleguen les caerán como una sorpresa súbita.

Ausentes, desatentos, o instintivamente adversos a la predicación del Restaurador prometido, no se habrán interesado seriamente por sus consejos y advertencias. Habrán continuado indolentes su vida cotidiana, sin querer entender lo que sucedía.

Entonces, ciegos, desnortados, sufrirán la tragedia que les había sido anunciada y contra la cual no quisieron ni precaverse, ni trabajar, ni evitar. Les llegará como algo repentino, incomprensible y asombroso:

“la última persecución se nos echará sobre en una época que todos creeremos ser de paz; y cogerá de sorpresa a la multitud de católicos insensatos, que no creen en ella, y que han de perder la fe, porque su fe no va con la caridad” ([169]).

Para el bienaventurado, dadas las dimensiones adquiridas por la Revolución, el desplomamiento será tremendo:

“no puede caer la obra del diablo sin una estrepitosa y ruidosa catástrofe social, universal” ([170]).

“La prisión del diablo en el mundo oficial político donde reina, será una catástrofe la más horrenda de cuantas hayan presenciado los siglos” ([171]).

Los Apóstoles de los Últimos Tiempos


La Iglesia amilitante, detalle de mural de Jan Henryk Rosen (1891-1982). Washington DC, col part.
Apóstoles de los Últimos Tiempos o apóstoles novísimos: con estas expresiones el P. Palau designa en primer lugar a Elías, sea su persona o su espíritu en un Restaurador, y a Enoc:

“Elías y Enoc (...) son los apóstoles novísimos que Dios nos tiene preparados para restaurar el mundo” ([172]).

En segundo lugar las aplica a los discípulos del Restaurador, quienes secundarán su epopeya y perpetuarán su obra hasta que caiga definitivamente el telón de la Historia:

“Veo bajar del cielo un orden de apóstoles: son los novísimos, y por estos Satanás es arrojado de en medio la sociedad humana, y el mundo se convertirá por su predicación” ([173]

“Elías vendrá, y vendrá en una orden de apóstoles, o misioneros” ([174])

La esperanza profética de la venida de estos Apóstoles de los Últimos Tiempos ardió en numerosas almas virtuosas, algunas de las cuales la Iglesia elevó a la honra de los altares.

San Vicente Ferrer aconsejaba meditar sobre esos apóstoles venideros ([175]).

San Buenaventura los comparaba a los serafines y preveía que llegarían en medio a grandes tribulaciones ([176]).

El gran predicador de la devoción a Nuestra Señora, San Luis María Grignion de Montfort los describió proféticamente con estos términos:

“el Altísimo con su Santísima Madre, deben formarse grandes santos que sobrepujarán en santidad a la mayor parte de los otros santos, tanto como los cedros del Líbano exceden a los arbustillos.

“Estas grandes almas, llenas de gracia y de celo, serán escogidas para oponerse a los enemigos de Dios, que bramarán por todas partes. Serán, de una manera especial devotas de María (...) lucharán, derribarán y aplastarán a los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los pecadores con sus impiedades, (...)

“María ha de brillar más que nunca en misericordia, en fuerza y en gracia en estos últimos tiempos; (...) ha de ser terrible al demonio y sus secuaces como un ejército colocado en orden de batalla, principalmente en estos últimos tiempos,

“porque el diablo, sabiendo que tiene poco tiempo y mucho menos que nunca para perder las almas, redobla todos los días sus esfuerzos y sus ataques; suscitará en breve nuevas persecuciones y armará terribles emboscadas a los servidores fieles y a los verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los otros.

“De estas últimas y crueles persecuciones del diablo, que irán aumentado de día en día hasta que venga el reinado del Anticristo, es de las que principalmente se ha de entender aquella primera y célebre predicción y maldición de Dios, fulminada en el paraíso terrenal contra la serpiente. (...) (Gen, III, 15)

“Crearé enemistades entre ti y la mujer y entre tu descendencia y la suya; ella misma te aplastará la cabeza, y tú pondrás asechanzas contra su talón . (...)

“El poder de María sobre todos los diablos brillará particularmente en los últimos tiempos, en que Satanás pondrá asechanzas a su talón, es decir, a sus humildes esclavos y a sus pobres hijos, que Ella suscitará para hacerle la guerra.

“>Serán pequeños y pobres, según el mundo, y rebajados ante los otros como el talón, hollados y oprimidos, como el talón lo es respecto de los demás miembros del cuerpo; mas, en cambio, serán ricos de las gracias de Dios, que María les distribuirá abundantemente, grandes y exaltados en santidad delante de Dios, superiores a toda criatura por su celo inflamado y tan fuertemente apoyados en el socorro divino, que con la humildad de su talón, en unión de María, aplastarán la cabeza del diablo y harán triunfar a Jesucristo.

“(...) Serán fuego abrasador, ministros del Señor, que encenderán el fuego del amor divino por todas partes; serán sicut sagittæ  in manu potentis, flechas agudas en la mano de esta Virgen poderosa para atravesar a sus enemigos. (...)

“Serán tronadoras nubes que volarán por los aires al menor soplo del Espíritu Santo y que, sin apegarse en nada, ni asombrarse de nada, ni inquietarse por cosa alguna, descargarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna;

“tronarán contra el pecado, retumbarán contra el mundo, herirán al diablo y a los suyos y atravesarán de parte a parte, para la vida o para la muerte, con la espada de dos filos de la palabra de Dios, a todos aquellos a quienes serán enviados de parte del Altísimo.

“Serán los apóstoles verdaderos de los últimos tiempos, a quienes el Señor de las virtudes dará la palabra y fuerza para obrar maravillas y obtener gloriosos trofeos sobre sus enemigos (...)

“He aquí los grandes hombres que han de venir, pero a quienes María formará por orden del Altísimo, para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos.

“Mas ¿cuándo y cómo será esto?... Sólo Dios lo sabe” (
[177]).

*     *     *

Por fin, es indispensable destacar la distinción esencial existente entre las expresiones “últimos tiempos” y “fin de los tiempos”.

La primera indica las fases finales de la historia que pueden abarcar varios siglos dependiendo de la fidelidad o infidelidad de los buenos.

La expresión “fin de los tiempos” indica los episodios que cerrarán definitivamente la Historia, los cuales, por definición, serán breves y conclusivos.

¿Cuándo comienzan o comenzaron los “últimos tiempos”? Hay divergencia cuanto a la fecha marco. En todo caso, en la perspectiva palautiana, los días del Restaurador prometido nos inmergen plenamente en esa era histórica.








Capítulo 6: Restauración de la Iglesia y de las naciones por obra del Espíritu Santo

Protección divina del Papado y gloriosa restauración


El bienaventurado admitía que la persecución revolucionaria podría obligar el Papa a dejar Roma temporariamente y sufrir las humillaciones de un forajido:

“¿Qué será de Roma? Lactancio, Tertuliano. S. Jerónimo, S. Agustín, Orosio, Andreas, Cesariense, Aretas, Victoriano, Sixto, Senense, Lindano, Bellarmino, Bozóo, Suárez, Salmerón, Pererio, Prado, Cornelio a Lapide, Alcázar, citados por Tirini aplican a Roma no a la Iglesia ni al Papa, sino a Roma ciudad, a la ciudad de Roma capital de Italia, a Roma pagana todo cuanto se lee en los cap. VII y VIII del Apocalipsis.

“Roma será destruida (...) ¿Es posible que el Papa traslade su silla a otra parte? No cabe duda: ubi Petrus, ibi Ecclesia ... Varias veces ha sido forzado a huir de Roma.

“¿Es posible se instale en Jerusalén? Sí. Así como se trasladó a Aviñón (Francia) puede establecerse por más o menos tiempo en Jerusalén. (...)

“Roma, esto es, la Iglesia Católica, no puede faltar a la fe, pero Roma, como cabeza de las naciones gentiles sí puede apostatar de Dios y de Cristo. Puede volver al paganismo.

“Si tal sucediera ¿a qué vendrá a parar?

“Está de ella escrito:  et tu excideris  también tú serás cortada del árbol de la vida, como lo fueron los judíos, si no permaneces en la fe, y eres ingrata a los favores de Dios” ([178]).

Esta perspectiva era sumamente viva en los tiempos del B. Palau. El Vaticano estaba asediado y posteriormente fue ocupado por la soldadesca del rey apóstata Víctor Manuel II y Garibaldi.

La vida del Pontífice, así como la del Clero romano corría serios riesgos. Las arengas anticlericales más radicales reclamaban la destrucción de los templos romanos y la extinción del catolicismo por la violencia.

Estos siniestros propósitos no se concretizaron, pero denunciaron el fin último acariciado por la Revolución.

“Roma, no la Iglesia Católica, sino los católicos falsos, traidores, será castigada, abocando contra Ella Dios el vaso de su ira con más severidad que sobre París.

Tal es el juicio que tiene formado El Ermitaño de Roma” ([179]), escribió el Beato poco antes de los desmanes de la Comuna de París.

“¿Qué será de Roma? — se preguntaba — ¿Qué del trono pontificio? El trono del Sumo Pontificado jamás caerá en ruinas. Siéntese en él Pedro, Pablo o Pío, ya esté en Roma, o en Jerusalén subsistirá hasta el fin de los siglos.

“¡Dentro de una cueva, sobre una roca tosca y fría! ¿Y qué?

“Allá donde está Pedro, allí está su silla. Si Pedro se sienta en un desierto sobre el tronco de un árbol, este tronco tosco es su trono, y si le crucifican su trono es la cruz” (
[180]).

Las amenazas revolucionarias contra la Cátedra de Pedro lo llevaban a vaticinar que un día el Vicario de Cristo debería esconderse en alguna especie de catacumba:

“un orden de cosas que la mano del hombre no puede contener, conduce la sociedad humana a la abolición del culto público religioso católico, substituido en el mundo oficial por la Religión del Estado.

“El Papa volverá a las catacumbas” (
[181]).

En la perspectiva del bienaventurado, la confusión y el caos en la Iglesia podrá ser tanta que debería ocurrir una intervención extraordinaria de Dios para dejar claro quién sería el legítimo sucesor de Pedro:  

“Derrotado el Anticristo, (...) entonces Dios, él mismo nombrará un Papa, que sea según su corazón” ([182]). 

Esa serie de humillaciones, por tanto, precederá una retumbante glorificación del Papado.

La Iglesia renovada por el Espíritu Santo


Por ocasión de los desesperados furores persecutorios de Satanás la Iglesia buscará refugio en lugares menos al alcance de la tempestad. Allí resistirá a los asaltos finales del estertor revolucionario.

En esos momentos extremos, ponderaba el bienaventurado, el Espíritu Santo enviará su soplo regenerador sobre la Iglesia perseguida. Y ésta, renovada por gracias extraordinarias emprenderá la contraofensiva:

“La Iglesia cambiará una segunda vez la faz del mundo, pero antes ha de bajar al silencio de los sepulcros. Arruinados sus templos se recogerá a la soledad del monte.

Allí recibirá el Espíritu Santo en la plenitud de los dones que necesita para salvar la sociedad moderna” ([183]).

Tal acción del Espíritu Santo tendrá notable analogía con el descenso del Paráclito sobre los Apóstoles en el Cenáculo. Pero esta vez, entre persecuciones y martirios, en plena lucha contra la Revolución desvariada.

Condiciones bien opuestas de fiesteras manifestaciones más o menos identificadas con pentecostalismos interconfesionales:

“Es que entre truenos relámpagos y tempestades el Espíritu Santo bajó sobre el Monte Sinaí para anunciar al pueblo la ley del Decálogo, que había olvidado.

En tempestad bajó el Espíritu Santo sobre los Apóstoles. En tempestad bajará otra vez, y arrojará al abismo el espíritu malo, impío, espíritu tenebroso revolucionario, que posee el cuerpo moral de la sociedad humana, y la agita desde estos aires que respiramos, en horribles convulsiones políticas” ([184]).

La Iglesia contraataca


La Iglesia bajo el soplo renovador del Espíritu Santo iniciará el contraataque. Ella denunciará por todas partes la Revolución, sus jefes y secuaces. Tal predicación tendrá un vigor irresistible:

“Reconocido como un hecho histórico, que Satanás dirige la obra de la revolución, la sostiene, le da fuerza, poder, forma, la Iglesia es consecuente: le atacará en guerra ofensiva, y le vencerá” ([185]). 

“La Iglesia (...) sola se presentará impávida al campo de batalla en guerra ofensiva, sola luchará, sola vencerá, y a ella sola darán gloria y honor sus hijas las naciones” ([186]). 

“No será la revolución quien se pronunciará oficialmente contra la Iglesia sino que ésta acometerá a aquella” ([187]).

Delante del mirar atónito de muchedumbres los discípulos del Restaurador prometido — los apóstoles de los últimos tiempos — expulsarán a los verdaderos mentores de la Revolución, denunciando sus artificios y sus verdaderos objetivos.

Les obligarán a confesarse como tales y les ordenarán inapelablemente cesar de hacer el mal a los hombres y abandonar la tierra:
“Cuando veáis un orden de apóstoles o misioneros, que lanzan los demonios y los descubren, (...) al momento, públicamente en las plazas, calles y casas;

“cuando veáis que las enfermedades causadas en los cuerpos humanos quedan curadas al instante;

“cuando veáis que los demonios ya no nos resisten, sino que huyen hasta de nuestra sombra (...)

“Lanzado fuera del santuario el princeps hujus mundi, echado el rey de las tinieblas de los hijos y de las hijas del pueblo de Dios; vencido este en el terreno propio, que es el de la fuerza eclesiástica puramente espiritual;

“este triunfo da por resultado infalible el de la Iglesia en el campo de la política y fuerza material; ha de caer la revolución del mundo” ([188]).

De esa manera, según el B. Palau, en el derrumbe de la Revolución resplandecerá de un modo incomparable el poder de Dios, que en días de la Revolución parecía estar de brazos cruzados:

“La ira de Dios, que ahora castiga la raza de Adán, invisible y espiritualmente, permitiendo el triunfo del error, se hará visible y tan visible, que nadie, absolutamente nadie, podrá dudar de la omnipotencia del Dios que ahora los católicos invocamos y que parece hace el sordo.

Vendrá este día cuando nadie crea en él” ([189]).

Los espíritus de las tinieblas, confundidos y descalabrados, buscarán vindicta en sus cómplices humanos, por permiso de Dios de quien son instrumentos:

“Dios — explicaba — visitará en ira, en anatema y maldición al incrédulo, y entre los incrédulos el que dice ser católico, (...)

“católico de la raza de aquellos que hacen zumba de todo cuanto enseña el catolicismo sobre la justicia divina, y sobre los demonios, que son sus ejecutores; a éstos dirigirá el infierno todas sus furias” (
[190]).
Las obras revolucionarias que se erguían contrariando el orden natural en virtud de la influencia de potencias infernales se desplomarán estrepitosamente. Inclusive, suponía el bienaventurado, regiones enteras se estremecerán al ser abandonadas por los demonios que las poseían:

“Así como los espíritus enviados a poseer cuerpos humanos, substituyen en esta posesión al alma racional, así estos otros [n.r.: espíritus de tinieblas] poseen la naturaleza, y disponen (permitiéndolo Dios) de su virtud contra el hombre.

“Por esta razón será horrendo el día en que estos espíritus de error y de maldad sean arrojados al abismo, porque será Dios quien, como autor del orden natural y social que trastornan, los vomitará sirviéndose de la misma naturaleza. (...)

“el orbe entero al arrojar de su seno tanta maldad dará señales que nadie ignorará lo que significan” ([191]).

“La naturaleza arrojará al abismo en vómito a estos ángeles de maldad en una de aquellas horribles convulsiones, que será más terrible para el incrédulo que el día del diluvio” ([192]).

Delante de tan grandes conmociones, muchos podrían creer que se trate de desastres puramente naturales Por su parte, los apóstoles de los últimos tiempos obligarán los demonios a confesar sus obras para edificación de los hombres de flaca fe.

Los espíritus tenebrosos dejarán claro su papel en la Revolución. La propia “estirpe de Judas” que venía corroyendo la Iglesia en la oscuridad será puesta en evidencia y execrada:

“El diablo ha hecho perder la fe, toda la fe referente a su obra de maldad, que está urdiendo sobre la tierra en unión con el hombre malo.

“Y al ser ahora arrojado al abismo ha de reparar él mismo por si mismo este daño. Ha de dar testimonio de su existencia y del poder comunicado al hombre sobre todo su ejército

“¡Ay de este día! ¡Ay de aquellos que ahora abogan por él y combaten esta fe!

“¡Ay de este hombre!

“¡Ay de Judas que desde el santuario entrega al diablo el templo de Dios, se vende las ovejas, protege los lobos para que las devoren a su gusto!” ([193]).

El bienaventurado esperaba que los apóstoles de los últimos tiempos realizasen portentos que completasen la extinción de la Revolución con todos los males que causa a las almas:
“En aquel día a la voz de los profetas se abrirá la tierra, y el infierno se tragará vivos a los apóstoles de la mentira a la vista de los pueblos, (...)

“En aquel día los profetas enviados por Dios para la Redención de las naciones, rechazarán la fuerza bruta del hombre con la fuerza divina.

“A su voz bajará fuego del cielo, y a la vista de los pueblos reducirá a cenizas al poderoso que intente impedir su misión” ([194]).

Por tremendos que sean estos castigos, mucho mayor será la glorificación de la Iglesia que es la suprema razón de ser de ellos:
“Será tan estupenda la última misión que Dios prepara para su Iglesia, que su voz, la voz de los apóstoles acallará la política, será en voz trueno, en trompeta de arcángel, la que no podrá sofocar el estampido del cañón, ni el grito de los guerreros” ([195]).

Los tres días de tinieblas


Bienaventurada Anna Maria Taigi, en urna. Iglesia de San Crysogono, Roma
El auge del destrozamiento de la Revolución bien podrá consistir en los llamados “tres días de tinieblas”. Éstos tienen un fundamento bíblico y fueron objeto de comentarios y/o visiones de almas santas o privilegiadas. 

La revelación particular más famosa sobre esos tres días de tinieblas fue recibida por la Bienaventurada Ana María Taigi (1769-1837).

Ya en los tiempos del B. Palau tenía gran difusión. La versión más autorizada se lee en el proceso de beatificación de la B. Taigi. Se trata del testimonio de Mons. Raffaele Natali, confidente de la vidente durante décadas, y quien así declaró:

“En el año de 1818, la Sierva de Dios me describió la revolución de Roma y todo lo que ha sucedido, y a continuación muchas veces me habló, de un modo mucho más espantoso, diciéndome que había sido mitigada por las oraciones de muchas almas amadas por Dios, las cuales se habían ofrecido a El para satisfacer la Justicia Divina.

“Pero que la iniquidad habría marchado en triunfo y muchos creyentes buenos se habrían quitado la máscara.

“Que el Señor quería denunciar la cizaña porque enseguida habría bien sabido qué hacer de ella.

“Que las cosas habrían llegado a un tal punto que el hombre no sería más capaz de ponerlas en orden y que el brazo omnipotente de Dios habría todo remediado.

“Me dijo que el flagelo de la tierra había sido mitigado, pero no así el del cielo que era horrible, espantoso y universal.

“Que Nuestro Señor no lo había comunicado ni a sus almas más amadas en la tierra.

“Que habría llegado inesperadamente y que los impíos habrían sido destruidos.

“Que antes de dicho castigo todas las almas que en su época tenían crédito de santidad habrían sido todas sepultadas.

“Que numerosos millones de hombres debían morir por obra del hierro en las guerras, otra parte en conflictos, otros millones de muertes imprevistas — se entiende que por todo el mundo.

“Que, en consecuencia, naciones enteras habrían retornado a la unidad de la Iglesia Católica, muchos turcos, gentiles y hebreos se habrían convertido y que los cristianos habrían quedado estupefactos y confundidos admirados al ver su fervor y observancia.

“En una palabra, me dijo que el Señor quería purgar el mundo y Su Iglesia, para lo cual preparaba una nueva planta de almas que, desconocidas, habrían realizado obras grandes y milagros sorprendentes.

“Me dijo que, después que se hubiese lavado la tierra con guerras, revoluciones y otras calamidades, habría comenzado el Cielo y dicho castigo habría acabado con una convulsión general de fenómenos meteorológicos los más espantosos y con gran mortalidad.

“La Sierva de Dios me dijo varias veces que el Señor le hizo ver en el misterioso Sol ([196]) el triunfo universal de la nueva Iglesia tan grande y sorprendente que no podía explicarlo” ([197]).
El B. Palau comentó con cierto pormenor esta visión, siguiendo la versión que llegó a sus manos:

Tinieblas sobre Egipto. Gustave Doré.
“El hecho se anuncia en la siguiente forma: mientras en un día claro y sereno el sol estará en su carrera, repentinamente tinieblas tan densas que puedan palparse y tocarse, cubrirán la faz de la tierra.

“El cielo se presentará bajo un aspecto tan espantoso que a su vista las gentes huirán, y se esconderán en lo más recóndito de sus casas, cerrando puertas y ventanas como en tiempo de una horrenda tempestad.

“Aspectos horripilantes aparecerán en los aires, dando aullidos horrorosos.

“Si por un momento la luna se abre paso en medio de las tinieblas, se presentará vestida de sangre al que tenga valor para mirarla.

“Estos serán días de ira y de maldición, días en que la muerte montada sobre el ángel exterminador por corcel, seguida del infierno visitará la casa del impío, del incrédulo, de ese hombre que lleno de arrogancia reta la omnipotencia de Dios; así como visitó al Egipto matando en la noche sus hijos varones primogénitos.

“Perecerá de espanto muchísima gente, que creerá que ha llegado la fin del mundo, y se sentirán envueltos por una noche eterna.

“Horrendas convulsiones de la naturaleza anunciarán que Dios su autor está irritado, y a la manera que una mujer energúmena se estremece al ser arrojado de su cuerpo el espíritu de maldad, así la naturaleza al arrojar de su seno a esos ángeles revolucionarios, que unidos al hombre inicuo trastornan todas sus leyes, hará sentir que ha llegado la hora suprema de su renovación.

“La muerte al entrar en las habitaciones del impío, pasará veloz, y con su guadaña segará ancianos, niños, hombres, mujeres.

“El que deje en vida, buscará luz para ver los cadáveres, y el relámpago descubrirá el rostro amarillo de la esposa, de la hija, del hermano, del padre. Intentará auxiliar al moribundo, buscará fuego, y éste se negará a dar luz y calor.

“El justo, el que cree, encenderá luz y ésta arderá ante el Señor, mientras que postrado en tierra orará; esperando acabe su visita el Dios de las venganzas, y venga su misericordia.

“Cerrará puertas y ventanas y con su familia recogido en el oratorio, se humillará en ayuno, oración y penitencia, ante el Juez que castiga al delincuente, mientras que el impío perecerá con su impiedad.

“En estos tres días será Dios quien batallará contra los insensatos, que ahora insultan su omnipotencia, el orbe entero le seguirá armado para acreditar la verdad católica; y al retirarse del campo de batalla, arrojará vencedor y triunfante las tinieblas, y los espíritus que las producen al fuego eterno del infierno.

“Esto predica la venerable Taigi. ¿Sucederá esto? ¿Cuándo? ¿Puede ser? Si ha de suceder ¿A que época será?

“Contestaremos exponiendo simplemente nuestra opinión, hija de profundas meditaciones.

“1º) Esto sucedió una vez, luego puede venir otra época en que convenga a la gloria de Dios. Léese en el cap. X del Exodo.

Dijo Dios a Moisés, extiende tu mano contra el cielo y vengan tinieblas tan densas, que puedan palparse.

“Extendió Moisés su mano hacia el cielo, y aparecieron horripilantes tinieblas sobre todas las regiones de Egipto, y duraron tres días, en tal manera que cada cual quedó inmóvil allá donde se encontraba. Un hombre no veía a otro.

“Solo había luz allí donde habitaban los hijos de Israel.

“Lo que hizo Dios por manos de Moisés en Egipto ¿puede ahora renovarlo en el mundo entero por manos de otro hombre? Sí, puede. ¿Lo hará? Sí. ¿Cómo se sabe?

“Oigamos los profetas.

Dice Isaías, cap. XIII:

“He aquí que viene el día del Señor, cruel, lleno de indignación, ira y furor. Reducirá a soledad la tierra, y exterminará de ella a los malos.

“Las estrellas negarán su luz, el sol al nacer quedará en tinieblas y la luna se vestirá de luto.

“En este día visitaré la maldad del orbe entero y mi visita será contra la iniquidad del impío.

“Cesará la soberbia de los infieles, y humillaré la arrogancia de los fuertes.

“Ezequiel cap. XXXII describiendo el castigo del impío dice:
 El cielo quedará cubierto y las estrellas encapotadas con un velo negro. La nube esconderá el sol y la luna no dará luz, desaparecerá la luz de todos los astros del cielo y daré tinieblas sobre tus tierras

Joel, cap. II: habrá en el cielo prodigios grandes y la tierra será llena de sangre, fuego y vapor de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna se vestirá de sangre, antes que venga el día del Señor grande y horrible” ([198]).

El B. Palau suponía que en el comienzo de los castigos, el demonio tendría un papel sobresaliente. Pero a medida que avanzasen, la participación angélica y del propio Dios se harían dominantes. 

Estos tres días de tinieblas sucederían en la parte final de los castigos, confirmando la misión del enviado de Dios:

“¿De qué servirían los tres días de tinieblas tales como las predice la venerable Taigi, si no fuesen signos para acreditar una misión, como lo fueron las que introdujo Moisés contra los Egipcios?

Sin la mano de un profeta producirían el mismo efecto que las epidemias y guerras.
Para que no las atribuya el impío a obra de la naturaleza puramente, es necesaria una voz apostólica que las mande y las retire para acreditar la omnipotencia del Dios de los católicos, y la verdad del poder de la Iglesia” ([199]).

En esta perspectiva, los tres días de tinieblas constituirían el lance determinante de la victoria final de la Iglesia.

El Exorcistado en la victoria de la Iglesia


Jesús exorciza un demonio. Puerta de la catedral de Pisa.
La Revolución, repetía el Beato, se ha abatido sobre los pueblos como un inmenso maleficio. Bajo sus efectos, la humanidad decaída se ha hecho pose de Satanás y de los ángeles rebeldes. 

Cuanto más progresa la marcha revolucionaria, más el demonio se enseñorea de la sociedad y la empuja a mayores pecados y desgracias que, a su vez, aceleran la Revolución, como en un círculo vicioso.

A medida que se aproximen los días del pseudo-profeta, esa posesión se hará más intensa. El propio Anticristo encarnará al máximo el poder de maleficiar.

Por ello, el bienaventurado juzgaba imperiosa una acción que envolviese la utilización sistemática y generalizada del ministerio del Exorcistado.

El ideal del B. Palau era que bajo las órdenes del sucesor de Pedro, los sacerdotes se lanzasen en cruzada contra los demonios que infestan el mundo:

“Este es nuestro ideal — explicaba —: bajo la dirección del Papa organízese y póngase a su debido orden el ministerio del Exorcistado y el efecto es infalible.

“Este efecto es la prisión de diablo, la ruina de su imperio y el triunfo del catolicismo en la conversión de los reyes que ahora nos combaten.

“¿Es ésto un sueño dorado que ha tenido el ermitaño? ¿O bien una realidad?

“Si es una realidad, podrá tardar más o menos tiempo, pero por este medio el mundo será renovado.

“Una potencia espiritual prenderá al diablo, y su prisión será la libertad de las naciones.

“Esta potencia ¿cuál es? La que obra en el Exorcistado: éste es el ministerio que tiene el poder inmediato y directo sobre los demonios” ([200]) ([201]).

Este ideal no se realizó. El B. Palau falleció en 1872 y el Venerable Pío IX en 1878. Pocos años después de la muerte de ambos, el nuevo Papa, León XIII, agregó al final de la Misa una oración a San Miguel Arcángel, que es un verdadero exorcismo ([202]).

El 18 de mayo de 1890, el mismo León XIII promulgó el Exorcismus in Satanam et angelos apostaticos cuyos contenidos — observa la Positio del proceso de beatificación del P. Palau —

“entroncan directamente con el pensamiento de Francisco Palau. No deja de sorprender la identidad de doctrina y hasta de lenguaje” ([203]). 

P. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma

El P. Gabriele Amorth, famoso exorcista de Roma (1925 - 2016) sobre el Bienaventurado Palau:

Yo busco seguir la línea iniciada por un santo español, el Beato Francisco Palau, carmelita, que en 1870 vino a Roma para hablar sobre el exorcismo com el Papa Pío IX.

“Después, volvió a Roma durante las sesiones del Concilio Vaticano I, para que se tratase sobre la necesidad de exorcistas.

“Com la interrupción de aquél Concilio en virtud de la invasión de Roma, el asunto nisiquera fué discutido.”


Pero los recursos ordinarios del Exorcistado no fueron puestos en acción del modo sistemático indispensable para encerrar el poder del demonio y de la Revolución como el bienaventurado deseaba.

Anteviendo que ese ideal no se concretizaría, el bienaventurado previó que Dios comunicaría un auxilio fuera de lo habitual:

“Los medios ordinarios que la Providencia tiene para coger y encadenar a Satanás hallan obstáculos insuperables, es verdad.

“Pero también es que Dios en su Providencia para salvar a su Iglesia de la voracidad del lobo infernal, extenderá su brazo omnipotente, le lanzará de dentro mismo del santuario con toda la incredulidad de los católicos incrédulos” ([204]).

Él imaginaba que serían concedidos medios extraordinarios a la misión de Elías, de los cuales participarían sus discípulos. Revestidos de poderes exorcísticos, los apóstoles de los últimos tiempos secundarán en la tierra la acción del arcángel San Miguel y de las legiones angélicas para aplastar la Revolución.

“La revolución — decía — en la tierra ha de morir por la misma mano que la degolló en el cielo (...) Por el ministerio de los ángeles y de los hombres no revolucionarios” ([205]).

El Exorcistado jugará entonces un papel decisivo en la victoria de la Iglesia:

“El Exorcistado va a ser en el mundo el ministerio de la guerra en Religión, que armará a los verdaderos católicos para la lucha directa contra Satanás, así como contra Mahoma, Focio, Lutero se estableció por los Reyes Católicos el de las armas.

Este ministerio está instituido para la guerra contra el Anticristo, y si bien siempre ha servido, pero en la última persecución se pondrá en orden de batalla con plenitud de fuerzas contra la Revolución y su efecto será la prisión de Satanás y la ruina de su imperio, de este imperio que tiene sobre la tierra” ([206]).

“El poder que envuelve en sí el ministerio del Exorcistado, (...) prenderá a Satanás, le ligará, y ligado le arrojará al abismo, cerrará las puertas, y las sellará, para que no vuelva jamás a salir de su cárcel, sino para comparecer ante el juez supremo en el día del juicio universal.

Entonces el mundo tendrá paz, entonces la sociedad humana recibirá la ley, oirá los preceptos del Decálogo, y se rendirá a la predicación del Evangelio” ([207]).

En una carta al Obispo de Barcelona, Mons. Pantaleón Monserrat, del 1.3.1870, el bienaventurado destacaba la razón especial por la cual se interesaba en el Exorcistado. 

Para él, el objetivo más importante era expulsar de la tierra al verdadero padre de la Revolución. El bien de los individuos afligidos por Satanás — por los cuales se sacrificaba denodadamente — ocupaba un lugar menos sobresaliente.

“Si el exorcistado — escribió — fuera un ministerio ordenado al bien individual o de cierto número de familias, tal vez yo hubiera podido desentenderme. No se detiene aquí.

El poder de tras el velo de la fe envuelve, está ordenado nada menos que a prender “directe et inmediate” al fuerte armado, que dirige la revolución del mundo y que custodia bajo su dominio, mediante gobiernos apóstatas, todas las naciones.
Su prisión o su libertad depende del uso o no uso del exorcistado, y de estos dos puntos procede la ruina o la salvación del mundo” ([208]).

Resurrección moral y social de las naciones


Por efecto del mismo soplo del Espíritu Santo que renovará la Iglesia, las naciones recobrarán vida y se ordenarán según sus principios básicos y el orden jerárquico que corresponde a cada una:

“El mismo espíritu del Señor soplará sobre las naciones. Se levantarán como una mujer sana y robusta.

El pecado del deicidio será ya expiado, y el imperio turco será aniquilado.

“La Palestina volverá a Dios con todas sus tribus.

“La cruz santa desde el Gólgota será el signo de esta regeneración social, y desde este monte regirá Dios hombre todas las naciones y a sus reyes” ([209]). 
“El espíritu de Dios soplará sobre ese cuerpo social ya cadáver en disolución, y volverá a la vida. Así lo creemos será, así lo esperamos, pedimos sea pronto” ([210]).

El bienaventurado veía este renacer de las naciones prefigurado por Josué. Así como después de la misión profética de Moisés vino la campaña militar de Josué, así también luego después de la misión eliática se reerguirán las naciones guiadas por sus príncipes y líderes legítimos:

“Tras Moisés vino Josué, tras Pedro Constantino Emperador. Tras el restaurador vendrán los reyes católicos, y no vencerán estos, ni subirán a sus tronos hasta que el restaurador haya confundido con la fuerza material de Dios, la fuerza material del hombre malo, del rey inicuo” ([211]).

Representantes de las elites legítimas se pondrán a la cabeza de los pueblos católicos y trabajarán estrechamente unidos a los apóstoles de los últimos tiempos. 

Ciertos trechos del bienaventurado hacen pensar en un monarca único. 

Otros en un renacer de un número indefinido de líderes naturales. En la realidad, ambas posibilidades no se oponen.
“Derrotado el Anticristo, y con éste todo el poder de los reyes de la tierra (...)

“mientras se levantan todos a la vez en un mismo día los reyes católicos al frente de un Josué, de un Gedeón, de un guerrero suscitado por la mano de Dios, y forzando aquella orden de crucíferos de que nos habla San Francisco de Paula en sus cartas a... ([212])

scaban rápidamente con los restos del imperio anticristiano, levantando sus tronos sobre las ruinas del reino de Satanás” ([213]).

Estos príncipes serían de un porte tal que el Beato aludía a ellos con figuras del A. Testamento y de reyes santos como Fernando III de Castilla o Luis IX de Francia:
“Con el nuevo Moisés se levantarán de sus sepulcros Josué, Dévora, Gedeón, S. Fernando, San Luis, esos grandes príncipes, que la Providencia tiene escondidos, y que se preparan para entrar en la lucha a una señal que el cielo les dará” ([214]).

El período de paz después de los castigos y antes del fin del mundo


El estudio y la meditación del Apocalipsis comunicó al B. Palau la certeza de que después del cumplimiento de la misión del Restaurador que aguardaba no vendría la conclusión definitiva de los tiempos, sino una época de paz de una duración variable.

Derrotada la Revolución y encadenado Satanás en los abismos eternos, la Iglesia victoriosa y las naciones que pasen el castigo universal conocerán un período de esplendor inigualado:

“Pues bien — argumentaba — : o Dios acaba con el mundo, o le redime.

“Le redimirá. Antes que el Juez Supremo llame a juicio en el valle de Josafat a los hombres, antes que la sociedad humana acabe su existencia sobre la tierra, le dará tiempo para prepararse a recibir al Juez Supremo de vivos y muertos.

“Tendrá paz, y para que tenga paz, encadenará a Satanás, que perturba la tierra, y le encerrará a los infiernos” ([215]).

En otra ocasión explicó:

“8.º Creemos que la Iglesia vencido el Anticristo, tendrá una época de paz, en la que las naciones todas con todos sus reyes la servirán reconociéndola por reina y madre de todos los vivientes.

“9.º Esta época puede ser más o menos larga: puede disfrutar de las glorias de su triunfo 100, 50, 20, 10 años; y olvidándose otra vez los hombres de Dios, serán sorprendidos por el Juez Supremo de vivos y muertos, cuya venida habrá sido anunciada muy próxima por el Tesbites” ([216]).

La vida de la Iglesia brillará con renovado fulgor, particularmente en sus manifestaciones más despreciadas por la Revolución. 

El eremitismo — tan amado por el bienaventurado y tan odiado por la Revolución — le sirvió para mostrar la amplitud de este cambio colosal. En un diálogo figurado explicaba:

“estos hombres [n.r.: los anacoretas o ermitaños] consagrados a Dios eran escuchados en las grandes ciudades como oráculos del cielo.

Dios que al crear el mundo, dictó leyes a las que ha querido sujetarse Él mismo, estaba ligado a la oración de estos hombres, y no podía castigar sino que había de perdonar al culpable.

“Pasó esta época. La ha sustituido otra, y en esta otra época que es la presente, visité mis ermitas, vi esparcidos por el monte los ladrillos que formaban el oratorio unos, otros una estrecha celda.

“Encontré las paredes arrancadas parte hasta los cimientos, y parte levantadas pero en grietas ruinosas, pero el sitio era intacto, permanente, fijo.

“Llamé al espíritu que había embellecido aquel monte, colocando sobre su cresta un edificio que predicaba penitencia, soledad, oración, silencio, desprecio de las vanaglorias del mundo.

“Y me contestó de entre aquellas ruinas, y en voz triste me dijo.

“Estoy y vivo aquí. Cuando yo di forma a estos materiales, que ves aquí acumulados se levantó la fe, y desde la cima de este monte, mi ermita y el ermitaño predicábamos la oración, la penitencia, la fe, cuando la ermita tenia su debida forma   estoy aquí  decía a los que me visitaban...

“¿Y ahora que contestas? (...)

“Yo espero la restauración. Otra vez mis ermitas serán reedificadas, otra vez se levantarán monasterios de hombres, y otra vez estos desde los desiertos aplacarán la ira de Dios con la oración y penitencia” ([217]).

Renacerá la cultura y la civilización cristiana y se podrá parafrasear la Encíclica Inmortale Dei de S.S. León XIII a respecto de la Cristiandad medieval:

“Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados.

“En esa época la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil.

“Entonces la religión instituida por Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido, era floreciente en todas partes gracias al favor de los príncipes y a la protección legítima de los magistrados.

“Entonces el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios.

“Organizada así, la sociedad civil dio frutos superiores a toda expectativa, cuya memoria subsiste y subsistirá, consignada como está en innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer” ([218]).

“Sobre las ruinas del imperio anticristiano — añade el B. Palau — levantarán sus tronos los reyes católicos, y se establecerá en el mundo universo el imperio de la paz. Esta paz no será turbada sino por la fin del mundo” ([219]).

Esta perspectiva coincide admirablemente con el Reino de María previsto por San Luis María Grignion de Montfort y con la promesa de Nuestra Señora en Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

Los apóstoles de los últimos tiempos quedarán como guardianes del demonio de esta época. Vigilarán para evitar que el príncipe de las tinieblas recomience con la Revolución que tantos males y desgracias acarreó a los hombres.

Al fin de este Reino de Cristo en María, vendrá el fin del mundo:

“La paz del mundo será turbada por el fin de los siglos, y la Iglesia terminados los días de su peregrinación sobre la tierra, encerrada a los infiernos la maldad y todos sus operarios, subirá llena de inmensa gloria a los cielos procedente del valle de Josafat” ([220]).

En aquellos tremendas jornadas se consumará cuanto ha sido expuesto en las páginas anteriores relativo a Elías profeta y a su compañero Enoc venidos en persona, precediendo inmediatamente la segunda venida Nuestro Señor Jesucristo en pompa y majestad que liquidará al Anticristo con la “espada que le salía de la boca” (Ap, XIX, 21).




NOTAS

[1]) La Orden del Carmen – o más precisamente los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María – tiene sus orígenes en el Antiguo Testamento, siendo la más anciana institución monacal, a la vez destinada a perdurar hasta el fin del mundo. Considera como fundador al profeta S. Elías, nacido en Tesba, de la tribu de Gad, en el siglo IX a.C. San Elías creó comunidades de discípulos en Tierra Santa. 
La más famosa, presidida por el propio profeta, vivió en el monte Carmelo (hoy periferia de Tel Aviv-Haifa). Los seguidores de Elías eran llamados “hijos de los profetas”. El más célebre fue S. Eliseo (cfr. I Re, XIX, 19-21; II Re, II, 1 y ss.). 

San Elías fue el primer devoto de la Ssma. Virgen, de la cual tuvo conocimiento profético desde lo alto del Carmelo. La invocación de Nuestra Señora que tiene más antiguas raíces es la de Virgo Flos Carmeli (Virgen Flor del Carmelo).
En la segunda mitad del siglo XII, un grupo de cruzados adoptó la vida de ermitaño en el mismo Monte Carmelo, en torno de la “fuente de Elías”, dándose por entero a la devoción a Nuestra Señora y a la imitación del gran profeta del Antiguo Testamento. El primer superior general del Nuevo Testamento fue San Bertoldo de Malefaida. 

El segundo, San Brocardo († 1220), inspiró la Regla de los carmelitas aprobada por San Alberto, patriarca de Jerusalén, a comienzos del siglo XIII. Esto no obstante, los carmelitas nunca reconocieron otro fundador sino San Elías Profeta. En la basílica de San Pedro, entre las estatuas de los santos fundadores, figura la de San Elías como padre y cabeza del Carmen.

Siete Papas – Sixto IV, Juan XXII, Julio III, San Pío V, Gregorio XIII, Sixto V y Clemente VIII – en sendas Bulas, dicen que los carmelitas “conservan la sucesión hereditaria de los santos profetas Elías y Eliseo, y de los otros padres que habitaron junto a la fuente de Elías en el santo monte Carmelo”. 

Sixto V autorizó el culto a Elías y Eliseo como patronos de la Orden, días de fiesta en su honor y Oficios en su memoria (Cfr. R.P. Cornelio a Lapide SJ, Commentaria in Scripturam Sacram, In librum III Regum – cap. XVIII, Ludovicus Vivès Bibliopola Editor, Paris).

Cuando los sectarios de Mahoma invadieron Palestina, los carmelitas se refugiaron en Europa. Desde allí, por vías providenciales se expandieron en muchos países del mundo.

[2]) Sacra Congregatio Pro Causis Sanctorum. Tarraconem. Canonizationis Servi Dei Francisci a Jesu Maria Joseph – Positio Super Virtutibus, Roma, Tipografia Guerra, 1985, vol. II, p. 34.

[3]) B. Francisco Palau y Quer, “La vida solitaria”, in Obras Selectas, Ed. Monte Carmelo, 1988, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº·7, 918 págs., pág. 212.

[4]) cfr. tb. P. Alvaro Huerga, El P. Francisco Palau y la eclesiología de su tiempo, in Una Figura Carismática del siglo XIX – El P. Francisco Palau y Quer O.C.D., Apóstol y Fundador, Imprenta Monte Carmelo, Burgos, 1973, p. 283.

[5]) Chanoine Odilon Bosc, “Palau y Quer”, Ateliers du Moustier, Montauban, 1983, 124 págs., p. 33.

[6]) En 1833, falleció el rey Fernando VII de la dinastía de Borbón. El mundo político español dominado por tendencias anticlericales reconoció como reina a Isabel II, hija del difunto monarca. La reina madre Cristina fue designada Regente durante la minoridad de Isabel. En la práctica, un grupo de políticos liberales se arrogó poderes de gobierno abusivos.

La sucesión fue contestada por el príncipe Carlos de Borbón (1788-1845), hermano menor del fallecido Fernando VII. Este príncipe alegaba que una monarquía anticatólica y liberal que destruyese los cimientos de la Nación era intrínsecamente ilegítima. Carlos se declaraba defensor de una monarquía tradicional. Luego de la muerte de Fernando VII se proclamó rey con el título de Carlos V de España.

Los seguidores del príncipe Carlos se llamaron carlistas, y los partidarios de Isabel II, isabelinos. Las divergencias entre ambas corrientes fueron tan grandes que generaron guerras civiles e innumerables confrontaciones de pequeña y media magnitud a lo largo del siglo XIX, con repercusiones en el XX.

[7]) cfr. Sacra Congregatio Pro Causis Sanctorum. Tarraconem. Canonizationis Servi Dei Francisci a Jesu Maria Joseph – Positio Super Virtutibus, Roma, Tipografia Guerra, 1985, vol. I, pp. 53-54.

[8]) cfr. P. Armando Duval P.B., O Padre Francisco Palau e Quer – Fecundidade do Fracasso, FISA I.G., Barcelona, 1988, p. 37.

[9]) Francisco Palau, Lucha del alma con Dios in Obras Selectas, Ed. Monte Carmelo, 1988, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº 7, 918 págs. pp. 21 ss.

[10]) Fr. Gregorio de Jesús Crucificado, Brasa entre cenizas – Biografía del R. P. Francisco Palau y Quer O.C.D., Desclée de Brouwer, Bilbao, 1956, pp. 49, 50 e 54.

[11]) Cfr. Centre Spirituel François Palau, “L’Exorciste du Livron”. http://centrespirituelfrancoispalau.blogspot.com.br/2015/08/lexorciste-de-livron.html

[12]) Alejo de la Virgen del Carmen O.C.D., “Vida del Reverendo Padre Palau O.C.D.”, Barcelona, 1933, p. 156, apud “La Escuela de la Virtud, ¿Escuela de socialismo cristiano?”, http://www.icatm.net/bibliotecabalmes/sites/default/files/public/analecta/AST_44.1/AST_44_1_99.pdf, p. 108.

[13]) P. Ramiro Viola González, Historia de la congregación de Carmelitas Misioneras Teresianas, vol. I, Imprenta Monte Carmelo, Burgos, 1986, pp. 297-365. Sor Josefa Pastor, La Obra Socio-Religiosa del P. Francisco Palau en Barcelona, 1851 – 1854, in Una Figura Carismática del Siglo XIX – El P. Francisco Palau y Quer O.C.D., Apóstol y Fundador, Imprenta Monte Carmelo, Burgos, 1973, p. 523.

[14]) He aquí una muestra del jaez de esta propaganda. Se trata del folleto “La Escuela de los vicios o la Nueva Inquisición”. Una estampa representa un subterráneo oscuro y lúgubre, con tres frailes encapuzados teniendo a ambos lados dos esqueletos. Frente a ellos un pobre infeliz de ojos vendados presta juramento sobre un misal. El texto comienza diciendo:

“Manifestación franca y liberal, hecha por un afiliado a la inmunda y jesuítica secta llamada La Escuela de la Virtud después de haber conocido los planes inicuos y diabólicas tramas que abrigaban los pérfidos sectarios de la para siempre abolida sociedad.

 (...) sin miedo a los sectarios / de la nueva inquisición, / debemos, mal que les pese, / publicar lo que ellos son; / canalla vil y ruin, / de la sociedad la hez; / nos atraen con la cruz / para clavarnos después. (...)

Me confieso antes de todo / de haberme afiliado yo / a una secta que mi mente / de pronto no comprendió: / hablo de la secta infame / que a la incauta juventud / deslumbraba con el nombre / de Escuela de la Virtud. (...)

De esta manera lograron / fanatizarme en verdad, / que era un cadáver que andaba / sin fuerza y sin voluntad. / En tan triste situación, / en situación tan servil, / bien pronto me vi empleado / en ser su instrumento vil. (...)

¡Ay del pobre afiliado / que a la Escuela fuera infiel! / le esperaba una mazmorra, / y hasta la muerte tal vez. / Un sacristán jorobado / era el espía mayor; / ya se vestía de majo, / ya fingía un labrador. / Conspiraciones carlistas, / del pueblo incauto un motín, / todo, todo se fraguaba / debajo San Agustín. / Sería nunca acabar; / el seguir la relación / de los inmundos misterios / de la nueva inquisición. (...)

Alerta, pues, más y más; / ved que son conspiradores / esos jesuitas traidores / hermanos de Satanás; / y ved que, aunque el fuego leal / destruyó sus madrigueras, / viven rabiosas las fieras / y su veneno es mortal.”

 (in Francisco Palau, La Escuela de la Virtud vindicada, Obras Selectas, Ed. Monte Carmelo, 1988, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº 7, 918 págs. pp. 295-302).

[15]) “El Clamor Público”, 2-3-1852 apud “La Escuela de la Virtud, ¿Escuela de socialismo cristiano?”, http://www.icatm.net/bibliotecabalmes/sites/default/files/public/analecta/AST_44.1/AST_44_1_99.pdf, p. 122 .

[16]) P. Armando Duval P.B., op. cit., p. 161.

[17]) Francisco Palau, Cartas in Obras Selectas, Ed. Monte Carmelo, 1988, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº 7, 918 págs. Carta Nº 101/115, pp. 851-855.

[18]) El exorcismo consiste en una intimación al demonio, en nombre de Dios y por el poder de la Iglesia, para que abandone un lugar o una persona (cfr. “Dictionnaire de théologie catholique”, tomo V, verbete EXORCISME, págs. col. 1762-ss.). Nuestro Señor Jesucristo ordenó a sus discípulos que lo practicasen (Mt, X, 8).

Con el tiempo, la Iglesia disciplinó el ejercicio. Ella dispuso que el exorcismo solemne solo puede ser realizado por sacerdote debidamente autorizado por el obispo diocesano, y obedeciendo las rúbricas del Ritual Romano. La orden menor del Exorcistado era conferida a los seminaristas – hasta que fue suspendida por Pablo VI el 15-8-1972, junto con las demás órdenes menores. Contiene el poder de expulsar los demonios en nombre de la Iglesia. Por su parte, todo católico, tiene el derecho y/o el deber según el Orden Natural de repeler los asaltos de la astucia diabólica haciendo uso de los recursos sobrenaturales que la Iglesia pone a su disposición: sacramentos, oraciones, sacramentales (agua bendita, etc.).

[19]) cfr. P. Ramiro Viola González, Historia de la congregación de Carmelitas Misioneras Teresianas, vol. I, Imprenta Monte Carmelo, Burgos, 1986, p. 679.

[20]) cfr. Sacra Congregatio Pro Causis Sanctorum. Tarraconem. Canonizationis Servi Dei Francisci a Jesu Maria Joseph – Positio Super Virtutibus, op. cit., vol. II, pp. 552-553.

[21]) Santo Tomás de Aquino enseña que el hombre es social por naturaleza. Quien se desgarra de la sociedad o se torna un criminal feroz, o, cuando lo hace por vocación divina, se encamina rumbo a la santidad, como por ejemplo San Juan Bautista (cfr. Santo Tomás de Aquino, “In Libros Politicorum Aristotelis Expositio”, Marietti, Turín-Roma, 1951. L. I, Lectio I, nº 35).

[22]) “Un signo en el cielo”, El Ermitaño, Nº 104, 3-11-1870.

[23]) “Fin del mundo: aparición de Elías Tesbites”, El Ermitaño, Nº 120, 23-2-1871.

[24]) “La acción inmediata de Dios”, El Ermitaño, Nº 116, 26-1-1871.

[25]) “El triunfo de la Iglesia y de Carlos VII según los profetas modernos”, El Ermitaño, Nº 47, 23-9-1869.

[26]) “Programa del Ermitaño”, El Ermitaño, Nº 33, 17-6-1869.

[27]) Mons. Louis Gaston de Ségur (1820-1881), obispo y apologeta, descendiente de los marqueses de Ségur. Diplomático vaticano, capellán de las tropas francesas que defendían Roma, consagró sus últimos años de vida a obras de caridad en varios países. Autor de numerosos libros de formación moral y obras contra los errores de su época y la franc-masonería.

[28]) Mons. Jean Joseph Gaume (1802-1879), protonotario apostólico, vicario general de Reims, Montauban y Aquila, canónigo de París, autor de obras catequísticas y apologéticas de gran difusión. Recibió cartas de encomio de personalidades como el Cdal. Altieri, prefecto de la Sagrada Congregación del Index y del Cdal. François Morlot, arzobispo de París. En premio a los servicios prestados a la religión el Papa Gregorio XVI le otorgó la Cruz de San Silvestre. Entre sus numerosos escritos cabe mencionar “La Révolution, recherches historiques sur l'origine et la propagation du mal en Europe, depuis la Renaissance jusqu'à nos jours” (París, Gaume Frères Libraires-Éditeurs, 1856, 12 vol.) y la traducción al francés del Nuevo Testamento.

[29]) “Espiritismo”, El Ermitaño, Nº 16, 18-2-1869.

[30]) “El Ermitaño”, El Ermitaño, Nº 83, 9-6-1870.

[31]) Dice el Bienaventurado Juan Soreth (†1471) en su Exposición de la Regla del Carmelo: “Nosotros somos los Hijos de los Profetas, no según la carne, sino por la imitación de sus obras. El Redentor decía a los judíos que se gloriaban de proceder de Abraham: “Haced las obras de Abraham”. Así hoy se debe decir a los carmelitas: “Haced las obras de Elías”.” (apud P. Rafael María López-Melús OCD, “San Elías, profeta y padre espiritual del Carmelo”, 1986).

[32]) “La sombra del Hermitaño”, El Ermitaño, Nº 3, 18-11-68.

[33]) Francisco Palau, “Mis relaciones con la Iglesia”, in “Obras Selectas”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº 7, 1988, 818 págs., pp. 457-458.

Esta gracia a dado lugar a diversos comentarios. El P. Eulogio Pacho, editor de las obras del bienaventurado observa: “No es claro si alude a los Carmelitas exclaustrados como él o a personas que quieren vivir el espíritu profético del Carmelo inspirándose en la figura de Elías. En lo que se refiere a éste, no debe tomarse en sentido jurídico y estricto la insinuación propuesta. En relación con el punto siguiente, se ve que el recuerdo de san Elías y la huida de sus secuaces al desierto está condicionado por la lucha contra Satanás y el Anticristo.” (id. ibid., nota 6, p. 458).

[34]) “La Internacional”, El Ermitaño, Nº 147, 31-8-1871.

[35]) “Triunfo de Satanás en las altas regiones de la política: fundación y establecimiento de su imperio, su ruina”, El Ermitaño, Nº 124, 23-3-1870.

[36]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 160, 30-11-1871.

[37]) “París y Roma”, El Ermitaño, Nº 99, 29-9-1870.

[38]) “Batalla en ambos mundos”, El Ermitaño, Nº 17, 25-2-1869.

[39]) Tropos: (Retórica) Empleo de las palabras en sentido distinto del que propiamente les corresponde, pero que tiene alguna conexión y correspondencia o semejanza. De tropología: lenguaje figurado, sentido alegórico.

[40]) “La sombra del Hermitaño”, El Ermitaño, Nº 3, 18-11-68.

[41]) “La Iglesia y sus enemigos”, El Ermitaño, Nº 47, 23-9-1869.

[42]) “Ruinas del imperio de Satanás – El ermitaño y su sombra”, El Ermitaño, Nº 96, 8-9-1870.

[43]) “Adentros del catolicismo – Abominaciones predichas por Daniel profeta en el lugar santo: Apostasía”, El Ermitaño, Nº 21, 25-3-1869.

[44]) “La sombra del ermitaño en Roma”, El Ermitaño, Nº 31, 4-6-1869.

[45]) “La incredulidad”, El Ermitaño, Nº 109, 8-12-1870.

[46]) “Antro tenebroso de la política moderna”, El Ermitaño, Nº 39, 29-7-1869.

[47]) “Cuento de mi sombra”, El Ermitaño, Nº 157, 9-11-1871.

[48]) “Mi sombra”, El Ermitaño, Nº 9, 31-12-1868.

[49]) “Prospecto para 1872”, El Ermitaño, Nº 165, 4-1-1872.

[50]) “El dogma católico”, El Ermitaño, Nº 80, 19-5-1870.

[51]) “Cismas”, El Ermitaño”, Nº 175, 14-3-1872.

[52]) Explication du trente-huitième chapitre du prophète Isaïe, apud Abbé J.-M. Curicque, “Voix prophétiques – ou signes, apparitions et prédictions modernes touchant les grands événements de la Chrétienté au XIXe siècle et vers l'approche de la fin des temps, París, Victor Palmé Éditeur, 1872, tomo II, 4ª ed., 505 págs. p. 292.

[53]) “Concilio Romano”, El Ermitaño, Nº 49, 7-10-1869.

[54]) sic. Tal vez se refiera a Henri Rochefort (1830-1915) líder anarquista, fundador del boletín La lanterne. En Mot d'Ordre, órgano de la Comuna, así festejó la explosión comunista: “Por segunda vez en la historia, la revolución atea y socialista es victoriosa” (Emmanuel Beau de Loménie, “La Restauration manquée”, Éditions des portiques, Paris, 1932, 350 págs. p. 99).

[55]) Alexandre Auguste Ledru-Rollin (1808-1874), revolucionario republicano francés, ostentó hostilidad a la Iglesia y se inclinó hacia un socialismo y comunismo extremados.

[56]) “Los zuavos en Roma”, El Ermitaño, Nº 70, 3-3-1870.

[57]) cfr. R. P. Lecanuet, “Les dernières années du Pontificat de Pie IX”, París, Librairie Félix Alcan, 1931, 579 págs., pp. 77-78.

[58]) Pierre Descouvemont - Helmuth Nils Loose, “Thérèse et Lisieux”, Ed. du Cerf, París, 1991, 335 págs., pp. 9-10.

[59]) “La fuerza brutal contra la ley”, El Ermitaño, Nº 110, 15-12-1870.

[60]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[61]) cfr. R. P. Lecanuet, “Les dernières années du Pontificat de Pie IX”, París, Librairie Félix Alcan, 1931, 579 págs., p. 107.

[62]) “La Revolución en París”, El Ermitaño, Nº 135, 8-6-1871.

[63]) Mons. Antonio Montero Moreno, Historia de la Persecución Religiosa en España 1936-1939, BAC, Madrid, 1961, pp. 761-763.

[64]) “Cataclismo social”, El Ermitaño, Nº 148, 7-9-1871.

[65]) “Política del Rey Amadeo”, El Ermitaño, Nº 175, 14-3-1872.

[66]) “O monarquía o república”, El Ermitaño, Nº 153, 12-10-1871.

[67]) “España: la esperanza de los católicos”, El Ermitaño”, Nº 10, 7-1-1868.

[68]) P. A. Duval P.B., op. cit., p. 231.

[69]) “Triunfo de la Cruz”, El Ermitaño, Nº 125, 30-3-1871.

[70]) “Adentros del catolicismo – abominaciones predichas por Daniel profeta en el lugar santo: Apostasía”, El Ermitaño, Nº 21, 25-3-1869.

[71]) Los escritores ultramontanos del siglo XIX, defensores acérrimos del Papado, calificaban de Revolución al movimiento que apunta a la inversión completa del orden social cristiano, derrumbando altar y trono, para erguir sobre sus ruinas la Sinagoga de Satanás. El B. Palau desarrolla más esta concepción realzando las dimensiones preternaturales de ese movimiento anti-cristiano.

La formulación más acabada de lo que es la Revolución, y su correspondiente antagónico la Contra-Revolución, fue explicitada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su ensayo magistral Revolución y Contra-Revolución. Esta obra recibió carta de elogio de Mons. Rómulo Carboni, entonces Nuncio en el Perú y posteriormente elevado a la púrpura cardenalicia, y fue calificada de “obra magistral” y “profética” por el canonista Anastásio Gutiérrez CMF, decano emérito de la Pontificia Universidad Lateranense.

El Prof. Corrêa de Oliveira caracteriza la Revolución como un “inmenso proceso de tendencias, doctrinas, de transformaciones políticas, sociales y económicas, derivado en último análisis de una deterioración moral nacida de dos vicios fundamentales: el orgullo y la impureza, que suscitan en el hombre una incompatibilidad profunda con la doctrina católica”. El fin último de dicha Revolución consiste en un mundo en cuyo seno las patrias unificadas en una República Universal no sean sino denominaciones geográficas, un mundo sin desigualdades sociales ni económicas, dirigido por la ciencia y por la técnica, por la propaganda y por la psicología, para realizar, sin lo sobrenatural, la felicidad definitiva del hombre: he aquí la utopía hacia la cual la Revolución nos va encaminando.

En ese mundo, la Redención de Nuestro Señor Jesucristo nada tiene que hacer. Pues el hombre habrá superado el mal por la ciencia y habrá transformado la tierra en un “cielo” técnicamente delicioso. Y por la prolongación indefinida de la vida esperará vencer un día a la muerte” (Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, Ediciones Tradición Familia Propiedad, Buenos Aires, 1992, 3ª ed., 217 pp, págs. 22 y 88).

[72]) “Catástrofe social”, El Ermitaño, Nº 40, 5-8-1869.

[73]) “El reino de Satán sobre la tierra”, El Ermitaño, Nº 32, 10-6-1869.

[74]) id. ibid.

[75]) “España: la esperanza de los católicos”, El Ermitaño, Nº 10, 7-1-1869.

[76]) “Una ilusión funesta”, El Ermitaño, Nº 156, 2-11-1871.

[77]) “La Revolución en París”, El Ermitaño, Nº 135, 8-6-1871.

[78]) “La causa de la religión: defensa”, El Ermitaño, Nº 126, 6-4-1871.

[79]) “Relaciones entre los espíritus y el hombre”, El Ermitaño, Nº 117, 2-2-1871.

[80]) “Adviento de 1871”, El Ermitaño, Nº 161, 7-12-1871.

[81]) “Cuento de mi sombra”, El Ermitaño, Nº 28, 13-5-1869.

[82]) “El reino de las tinieblas”, El Ermitaño, Nº 122, 9-3-1870.

[83]) “La causa de Don Carlos”, El Ermitaño, Nº 78, 5-5-1870.

[84]) “Programa del Ermitaño”, El Ermitaño, Nº 33, 17-6-1869.

[85]) “El maleficio”, El Ermitaño, Nº 103, 27-10-1870.

[86]) Rituale Romanum, Titulus XI, caput I, De exorcizandis obsessis a daemonio, n. 20, Desclée et socii, Romae-Tornaci-Parisiis, 1926, p. 446.

[87]) “El dogma católico con referencia a la redención de la sociedad actual”, El Ermitaño, Nº 170, 8-2-1872.

[88]) “Relaciones entre los espíritus y el hombre”, El Ermitaño, Nº 119, 16-2-1871.

[89]) Excede los límites de este trabajo entrar en cuestión tan voluminosa. Remitimos los interesados a las obras de Mons. Henri Delassus, especialmente: “La conjuration antichrétienne – Le Temple Maçonnique voulant s'élever sur les ruines de l'Église Catholique”, Société Saint-Augustin – Desclée De Brouwer et Cie, Lille, 1910, 3 vol.

León XIII, de feliz memoria, resumió la enseñanza de los Papas sobre la masonería, en los siguientes términos: “En el decurso de los siglos, las dos ciudades han luchado, la una contra la otra, con armas tan distintas como los métodos, aunque no siempre con igual ímpetu y ardor. En nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia, bajo la guía y auxilio de la sociedad que llaman de los Masones, por doquier dilatada y firmemente constituida. Sin disimular ya sus intentos, con la mayor audacia se revuelven contra la majestad de Dios, maquinan abiertamente y en público la ruina de la Santa Iglesia, y esto con el propósito de despojar, si pudiesen, enteramente a los pueblos cristianos de los beneficios conquistados por Jesucristo, nuestro Salvador. (...)

Los Romanos Pontífices Nuestros antecesores, velando solícitos por la salvación del pueblo cristiano, conocieron muy pronto quién era y qué quería este capital enemigo apenas asomaba entre las tinieblas de su oculta conjuración; y como tocando a batalla les amonestaron con previsión a príncipes y pueblos que no se dejaran coger en las malas artes y asechanzas preparadas para engañarlos.

Dióse el primer aviso del peligro el año 1738 por el papa Clemente XII, cuya Constitución confirmó y renovó Benedicto XIV. Pío VII siguió las huellas de ambos, y León XII, incluyendo en la Constitución apostólica Quo graviora lo decretado en esta materia por los anteriores, lo ratificó y confirmó para siempre. Pío VIII, Gregorio XVI y Pío IX, por cierto repetidas veces, hablaron en el mismo sentido.

Y, en efecto, puesta en claro la naturaleza e intento de la secta masónica por indicios manifiestos por procesos instruidos, por la publicación de sus leyes, ritos y revistas, allegándose a ello muchas veces las declaraciones mismas de los cómplices, esta Sede Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la secta masónica, constituida contra todo derecho y conveniencia, era no menos perniciosa al Estado que a la religión cristiana, y amenazando con las más graves penas que la Iglesia puede emplear contra los delincuentes, prohibió terminantemente a todos inscribirse en esta sociedad. Llenos de ira con esto sus secuaces, juzgando evadir o debilitar a lo menos, parte con el desprecio, parte con las calumnias, la fuerza de aquellas censuras, culparon a los Sumos Pontífices que las decretaron de haberlo hecho injustamente o de haberse excedido en el modo.” (León XIII, Encíclica Humanum Genus, del 20 de abril de 1884, apud Acción Católica Española, Colección de Encíclicas y documentos pontificios, 4ª ed., Publicaciones de la Junta Técnica Nacional, Madrid, 1955, LXI+1644+351 págs., págs 36 y ss.).

[90]) “Milagros del espiritismo”, El Ermitaño, Nº 138, 29-6-1871.

[91]) id. ibid.

[92]) “Crónica del teatro de la guerra”, El Ermitaño, Nº 85, 23-6-1870.

[93]) “Roma vista desde la cima del monte”, El Ermitaño, Nº 58, 9-12-1869.

[94]) “El maleficio”, El Ermitaño, Nº 103, 27-10-1870.

[95]) “Campamento de epidemia en Vallcarca”, El Ermitaño, Nº 99, 29-9-1870.

[96]) Discurso al Pontificio Seminario Lombardo, 7-12-68, Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, 1968, vol. VI, p. 1188; y Homilía “Resistite Fortes in fide”, 29-6-1972, ibid., 1972, vol. X, p. 707.

[97]) “El suicidio”, El Ermitaño, Nº 87, 7-7-1870.

[98]) “Un misterio de iniquidad”, El Ermitaño, Nº 111, 22-12-1870.

[99]) “Adentros del catolicismo”, El Ermitaño, Nº 21, 25-3-1869.

[100]) San Pío X, Encíclica Pascendi, in Escritos Doctrinales, Ediciones Palabra, Madrid, 4ª ed., 1975, 557 págs., pp. 217-219.

[101]) “Faraón y el Anticristo”, El Ermitaño, Nº 77, 28-4-1870.

[102]) “¡Horrorosa Catástrofe!”, El Ermitaño, Nº 40, 5-8-1869.

[103]) “La cuestión del Oriente: Un imperio universal”, El Ermitaño, Nº 11, 14-1-1869.

[104]) “Incendio de barracas en Barcelona”, El Ermitaño, Nº 170, 8-2-1872.

[105]) id. ibid.

[106]) “Plan del espiritismo”, El Ermitaño, Nº 29, 20-5-1869.

[107]) “Monarquía democrática”, El Ermitaño, Nº 32, 10-6-1869.

[108]) “El Istmo de Suez”, El Ermitaño, Nº 58, 9-12-1869.

[109]) ¿Cómo conceptos como “ecumenismo” pueden ser distorsionados al punto de decir lo opuesto de lo que significan? A este respecto véase la obra del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira “Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo”, Corporación Cultural Santa Fe, Santiago de Chile, 1985, 108 págs.

“La palabra “ecumenismo” – explica el Prof. Corrêa de Oliveira – tiene, de suyo, un sentido excelente. Sin embargo, ella también es susceptible de un significado irénico. Admitidas todas las religiones como “verdades” relativas, puestas entre sí en un diálogo hegeliano, el ecumenismo toma el aspecto de una marcha dialéctica de todas ellas hacia una religión única y universal, integrada sintéticamente por los fragmentos de verdad presentes en cada una y despojada de las escorias de las contradicciones actualmente existentes.

Así visto, el ecumenismo es una inmensa preparación de todas las religiones, hecha a través del diálogo hegeliano para que, una vez unificadas, entren en ulterior diálogo con la antítesis comunista.” (op. cit., p. 101).

[110]) “Antonia”, El Ermitaño, Nº 81, 26-5-1870.

[111]) A este respecto, San Pío X, en la encíclica E supremi apostolatus del 4 de octubre de 1903, enseña: “Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de la perdición de quien habla el Apóstol. (...) Por el contrario – esta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol –, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios; (...) se ha consagrado a sí mismo este mundo visible como si fuera su templo, para que todos lo adoren. Se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios” (San Pío X, Encíclica E supremi apostolatus, in Escritos Doctrinales, Ediciones Palabra, Madrid, 4ª ed., 1975, 557 págs., pp. 19-21).

[112]) “Roma”, El Ermitaño, Nº 12, 21-1-1869.

[113]) “El Anticristo”, El Ermitaño, Nº 16, 18-2-1869.

[114]) “El dragón”, El Ermitaño, Nº 46, 16-9-1869.

[115]) “El dogma católico con referencia a la redención de la sociedad actual”, El Ermitaño, Nº 170, 8-2-1872.

[116]) A respecto de la personalidad del Anticristo, San Juan Damasceno comenta: “No será el diablo encarnado, sino un hombre hijo de la fornicación, que será formado en secreto y establecerá súbitamente su reino. Al comienzo fingirá santidad; pero luego se arrancará la máscara y perseguirá la Iglesia de Dios” (San Juan Damasceno, La fe ortodoxa, IV, 26, Patristiche Texte und Studien, Berlin-New-York, 12, p. 232-234, apud, Écrits sur l'islam – Présentation, commentaires et traduction par Raymond Le Coz, Les éditions du Cerf, París, 1992, 269 págs., p. 90.

[117]) “Milagros del espiritismo”, El Ermitaño, Nº 138, 29-6-1871.

[118]) “Cosas de mi pueblo”, El Ermitaño, Nº 139, 6-7-1871.

[119]) “Crímenes y atrocidades de la magia maléfica”, El Ermitaño, Nº 33, 17-6-1869.

[120]) “Fin del mundo: aparición de Elías Tesbites”, El Ermitaño, Nº 120, 23-2-1871.

[121]) cfr. Antonio Augusto Borelli Machado – Plinio Corrêa de Oliveira, Nuestra Señora de Fátima: profecías para América y el mundo – ¿Tragedia o esperanza?, Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, Buenos Aires, 1995, 96 págs.

[122]) Este libro sacro presenta a Satanás compareciendo ante la Corte de Dios y desafiando al Altísimo a propósito del justo Job. Después de una discusión con el príncipe de las tinieblas, Dios permite que el demonio se ensañe contra ese justo quitándole cuanto posee. Por fin, Job vence las tentaciones y Dios lo restablece en su estado colmado de bendiciones, descendencia y bienes.

[123]) “Noticias del cielo: vuelta de mi sombra”, El Ermitaño, Nº 8, 24-12-1868.

[124]) “La Iglesia Católica y la Revolución”, El Ermitaño, Nº 79, 12-5-1870.

[125]) “Un rayo de la aurora boreal”, El Ermitaño, Nº 172, 22-2-1872.

[126]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[127]) “Anarquía social”, El Ermitaño, Nº 113, 5-1-1871.

[128]) Ver Box I, pág. .

[129]) “Cálculos del Ermitaño”, El Ermitaño, Nº 163, 21-12-1871.

[130]) “La Restauración”, El Ermitaño, Nº 154, 19-10-1871.

[131]) “Anarquía social”, El Ermitaño, Nº 113, 5-1-1871.

[132]) R. P. Cornelio a Lapide SI, Commentaria in Scripturam Sacram, Ludovicus Vivès Bibliopola Editor, Paris. In Lucam, Cap I.

[133]) “Las tinieblas”, El Ermitaño, Nº 166, 11-1-1872.

[134]) “Fray Onofre — Cuento de mi sombra”, El Ermitaño, Nº 29, 20-5-1869.

[135]) Así refiere Santa Teresa esas visiones: “12. Estando una vez en oración con mucho recogimiento y suavidad y quietud, parecíame estar rodeada de ángeles y muy cerca de Dios. Comencé a suplicar a su Majestad por la Iglesia. Dióseme a entender el gran provecho que había de hacer una orden en los tiempos postreros y con la fortaleza que los de ella han de sustentar la fe.

13. Estando una vez rezando cerca del Santísimo Sacramento, aparecióme un santo cuya Orden ha estado algo caída. Tenía en las manos un libro grande; abrióle y díjome que leyese unas letras que eran grandes y muy legibles, y decían ansí: «En los tiempos advenideros florecerá esta Orden; habrá muchos mártires».

14. Otra vez, estando en maitines en el coro, se me representaron y pusieron delante seis u siete, me parece serían de esta mesma Orden, con espadas en las manos. Pienso que se da en esto a entender han de defender la fe; porque otra vez, estando en oración, se arrebató mi espíritu: me pareció estar en un gran campo adonde se combatían muchos, y estos de esta Orden peleaban con gran hervor. Tenían los rostros hermosos y muy encendidos, y echaban muchos en el suelo vencidos, otros mataban. Parecíame esta batalla contra los herejes.

15. A este glorioso santo he visto algunas veces, y me ha dicho algunas cosas, y agradecídome la oración que hago por su Orden y prometiendo de encomendarme a el Señor. No señalo las Ordenes: si el Señor es servido se sepa, las declarará, porque no se agravien otras; mas cada Orden había de procurar, y cada uno de ellas por sí, que por sus medios hiciese el Señor tan dichosa su Orden que en tan gran necesidad como ahora tiene la Iglesia le sirviesen. ¡Dichosas vidas que en esto se acabaren!” (Santa Teresa de Jesús O.C.D., “Libro de la Vida”, apud Obras Completas, BAC Nº 212, Madrid, 1979, 6ª ed. revisada, 1184 págs, pp. 186-187).

Algunas órdenes religiosas han reivindicado, a diversos títulos, la honra de esta misión. El grave historiador P. Jerónimo de San José (Historia del Carmen Descalzo, l. 1, c. 21, n. 5, p. 214-215) después de sopesar los argumentos en favor de una y otra, concluye que se trata de la Orden del Carmen, y agrega:  Estas conjeturas bastan para tener por cierto lo que habemos dicho; pero más cierta palabra y testimonio de su verdad tenemos en la misma Santa, la cual viviendo las declaró y dijo se entendían de su Orden del Carmen según la nueva reformación; y esto en tanta seguridad y aseveración, que a un religioso hijo suyo que se lo preguntó, llamado fray Angel de san Gabriel, respondió con llaneza y amor de madre: «Bobo, ¿de quién se había de entender sino de nuestra Orden?» Esto ha corrido siempre en ella y quedado sin controversia por cosa llana y sentada, certificándolo las mismas personas que se lo oyeron de su boca a la Santa  (cfr. Santa Teresa de Jesús, id. ibid. nota 3, p. 215).

[136]) “El Carmelo”, El Ermitaño, Nº 154, 19-10-1871.

[137]) cfr. “¡Guerra a Dios!”, El Ermitaño, Nº 40, 5-8-1869.

[138]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 160, 30-11-1871.

[139]) “París y Roma ¡Guerra!”, El Ermitaño, Nº 98, 22-9-1870.

[140]) “La guerra imperio universal”, El Ermitaño, Nº 102, 20-10-1870.

[141]) “Tres días de tinieblas”, El Ermitaño, Nº 119, 16-2-1871.

[142]) “Cálculos del Ermitaño”, El Ermitaño, Nº 163, 21-12-1871.

[143]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[144]) “La Restauración”, El Ermitaño, Nº 141, 20-7-1871.

[145]) “Anarquía social”, El Ermitaño, Nº 113, 5-1-1871.

[146]) “El Carmelo en 16 de julio de 1870”, El Ermitaño, Nº 89, 21-7-1870.

[147]) “La noche del año 1872”, El Ermitaño, Nº 165, 4-1-1872.

[148]) “El Carmelo en 16 de julio de 1870”, El Ermitaño, Nº 89, 21-7-1870.

[149]) La previsión de una misión para restaurar la Iglesia y la civilización cristiana ejecutada por un individuo no es exclusiva del B. Palau. Ella se encuentra en diversos escritos de inspiración profética y en visiones o revelaciones recibidas por almas virtuosas o santas.

Es interesante, por ejemplo, comparar los escritos del bienaventurado sobre el tema con la visión de la Venerable Madre Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa, abadesa del convento de la Inmaculada Concepción de Quito (Ecuador). A lo que todo indica el P. Palau no tuvo conocimiento ni fue influenciado por esta revelación privada, ocurrida siglos antes en un continente entonces remoto.

El 2.2.1634, estando en oración, la Sierva de Dios vio apagarse la lamparilla del Santísimo. En el momento que iba a levantarse para reavivarla, la Ssma Virgen de El Buen Suceso, muy venerada en el monasterio, se le apareció y le dijo: “La lámpara que arde delante del Amor Prisionero y que viste apagarse, tiene muchos significados:

El primero que en el siglo XIX, al concluirse, y seguirá gran parte del siglo XX, cundirá en estas tierras, entonces ya república libre, varias herejías; y reinando ellas, se apagará la luz preciosa de la Fe en las almas por la casi total corrupción de costumbres. En este tiempo habrá grandes calamidades físicas y morales, públicas y privadas. Las pocas almas fieles a la gracia sufrirán un cruel e indecible al par que prolongado martirio; muchas de ellas descenderán al sepulcro por la violencia del sufrimiento y serán contadas como mártires que se sacrificaron por la Iglesia y por la Patria. (...)

El tercer significado de este apagarse de la lámpara, es debido al ambiente envenenado de impureza que reinará por aquella época, que a manera de un mar inmundo correrá por calles, plazas y sitios públicos con una libertad asombrosa de manera que casi no habrá en el mundo almas vírgenes; (...)

Ora con instancia, clama sin cansarte y llora con lágrimas amargas en el secreto de tu corazón, pidiendo a nuestro Padre Celestial (...) ponga cuanto antes fin a tan aciagos tiempos enviando a esta Iglesia el Prelado que deberá restaurar el espíritu de sus sacerdotes. A ese hijo mío muy querido lo dotaremos de una capacidad rara, de humildad de corazón, de docilidad a las divinas inspiraciones, de fortaleza para defender los derechos de la Iglesia y de un corazón tierno y compasivo, para que cual otro Cristo atienda al grande y al pequeño, sin despreciar al más infeliz... En su mano será puesta la balanza del Santuario, para que todo se haga con peso y medida y Dios sea glorificado; para poseer pronto este Prelado y Padre, harán contrapeso la tibieza de todas las almas a Dios consagradas siendo esta misma la causa de apoderarse de estas tierras el maldito Satanás (...) Habrá una guerra formidable y espantosa en la que correrá sangre de propios y ajenos, de sacerdotes seculares y regulares y también de religiosas. Esta noche será horrorosísima, porque al parecer humano será triunfante la maldad. Entonces es llegada mi hora en la que Yo, de una manera asombrosa destronaré al soberbio y maldito Satanás, poniéndole bajo mi planta y encadenándole al abismo infernal” (Mons. Dr. Luis E. Cadena y Almeida, Madera para Esculpir la Imagen de una Santa, Foundation for a Christian Civilization, New York, 1987, 190 pp., págs. 117-119).

[150]) “La Restauración”, El Ermitaño, Nº 154, 19-10-1871.

[151]) id. ibid.

[152]) “La Iglesia coronada de espinas”, El Ermitaño, Nº 156, 2-11-1871.

[153]) “Importancia del ministerio del exorcistado, El dogma católico”, El Ermitaño, Nº 24, 15-4-1869.

[154]) “El Estado, y la Iglesia en España: divorcio”, El Ermitaño, Nº 27, 6-5-1869.

[155]) “El paganismo en España”, El Ermitaño, Nº 25, 22-4-1869.

[156]) “Dos grandes profetas”, El Ermitaño, Nº 101, 13-10-1870.

[157]) “La guerra: imperio universal”, El Ermitaño, Nº 102, 20-10-1870.

[158]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[159]) “¡Ermitaño alerta!”, El Ermitaño, Nº 63, 13-1-1870.

[160]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[161]) “Programa”, El Ermitaño, Nº 41, 12-8-1869.

[162]) “Incendio de barracas en Barcelona”, El Ermitaño, Nº 170, 8-2-1872.

[163]) Senaquerib, rey de Nínive, sitió Jerusalén. Desafió a Dios con blasfemias de refinada perfidia y osadía. Cuando Jerusalén parecía casi en sus manos, durante la noche un ángel de Dios exterminó ciento ochenta y cinco mil de sus hombres. Levantó el sitio y volvió a Nínive. Allí, cuando se postró en el templo del dios que adoraba, sus hijos lo asesinaron (cfr. II Re, XVIII, 13-ss.).

[164]) “Anarquía social”, El Ermitaño, Nº 113, 5-1-1871.

[165]) “El dogma católico con referencia a la redención de la sociedad actual. Dios y el diablo.II”, El Ermitaño, Nº 169, 1-2-1872.

[166]) “El apostolado y un ejército”, El Ermitaño, Nº 123, 16-3-1871.

[167]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[168]) “Lluvia de estrellas”, El Ermitaño, Nº 158, 16-11-1871.

[169]) “Roma y Jerusalén”, El Ermitaño, Nº 63, 13-1-1870.

[170]) “Noticias de Roma”, El Ermitaño, Nº 73, 24-3-1870.

[171]) “El Papa, Carlos, Enrique”, El Ermitaño, Nº 106, 17-11-1870.

[172]) “Dos grandes profetas”, El Ermitaño, Nº 101, 13-10-1870.

[173]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 97, 15-9-1870.

[174]) “Fray Onofre — Cuento de mi sombra”, El Ermitaño, Nº 29, 20-5-1869.

[175]) San Vicente Ferrer, Tratado de la Vida Espiritual, in Biografía y escritos de San Vicente Ferrer, BAC, Madrid, 1956, 730 págs., pp. 539-541.

[176]) San Buenaventura, Colaciones sobre el Hexaemeron, in Obras Completas, BAC, Madrid, 1972, 698 págs., 3ª ed., p. 522.

[177]) San Luis María Grignion de Montfort, “Tratado de la verdadera devoción”, in Obras, BAC, Madrid, 1954, 974 págs., pp. 464-473.

[178]) “La Iglesia coronada de espinas”, El Ermitaño, Nº 156, 2-11-1871.

[179]) “París y Roma”, El Ermitaño, Nº 99, 29-9-1870.

[180]) “Esclavitud de las naciones”, El Ermitaño, Nº 132, 18-5-1871.

[181]) “Las tinieblas: eclipse total de sol en el mundo oficial”, El Ermitaño, Nº 145, 17-8-1871.

[182]) “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, Nº 119, 16-2-1871.

[183]) “La Internacional”, El Ermitaño, Nº 147, 31-8-1871.

[184]) “La Tempestad”, El Ermitaño, Nº 149, 15-9-1871.

[185]) “Incendio de barracas en Barcelona”, El Ermitaño, Nº 170, 8-2-1872.

[186]) “Esclavitud de las naciones”, El Ermitaño, Nº 132, 18-5-1871.

[187]) “Las tinieblas: eclipse total de sol en el mundo oficial”, El Ermitaño, Nº 145, 17-8-1871.

[188]) “Elías y el Anticristo”, EL Ermitaño, Nº 22, 1-4-1869.

[189]) “La noche”, El Ermitaño, Nº 169, 1-2-1872.

[190]) “Preservativo para las casas y campos contra el fuego de la ira de Dios”, El Ermitaño, Nº 144, 10-8-1871.

[191]) “Signos en el cielo y sobre la tierra”, El Ermitaño, Nº 143, 3-8-1871.

[192]) “El reino de las tinieblas”, El Ermitaño, Nº 122, 9-3-1870.

[193]) “Triunfo de la Cruz”, El Ermitaño, Nº 125, 30-3-1871.

[194]) “Cataclismo social”, El Ermitaño, Nº 148, 7-9-1871.

[195]) “Un rayo de la aurora boreal”, El Ermitaño, Nº 172, 22-2-1872.

[196]) Durante gran parte de su vida, la bienaventurada Taigi tuvo siempre presente delante de sí un disco dorado, semejante a un sol, en el cual veía representados sucesos presentes o futuros (cfr. Mons. Carlo Salotti, “La Beata Anna Maria Taigi secondo la storia e la critica — Madre di famiglia e terziaria dell'Ordine della Ss. Trinità”, Libreria Editrice Religiosa, Roma — Scuola tipografica italo-orientale  S. Nilo , Grottaferrata, 1922, 423 págs.).

[197]) Proc. Ord. fol. 695-696 apud Mons. Carlo Salotti, “La Beata Anna Maria Taigi secondo la storia e la critica”, Libreria Editrice Religiosa, Roma, 1922, 423 págs., pp. 340-342.

[198]) “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, Nº 119, 16-2-1871.

[199]) “La cruz”, El Ermitaño, Nº 159, 23-11-1871.

[200]) “Observaciones sobre energúmenos”, El Ermitaño, Nº 65, 27-1-1870.

[201]) Uno de los grandes santos contemporáneos del B. Palau fue San Antonio María Claret. Este celoso defensor de la Iglesia frente a los ataques de la Revolución, apoyó activamente al B. Palau durante el cierre inicuo de la Escuela de la Virtud. En una carta sobre el asunto, el B. Palau le decía: “Le creo un instrumento providencial, un órgano del espíritu de Dios al que en esta materia debo consultar” (Francisco Palau OCD, Obras selectas, Editorial Monte Carmelo, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº 7, 1988, 818 págs., carta Nº 35/44, p. 714).

A respecto del número de posesos y de la actitud pastoral frente a esos casos, dio consejos a los sacerdotes de la congregación por él fundada que divergían de los puntos de vista del B. Palau.

Éste manifestó a San Antonio María Claret sus opiniones del modo claro, viril y caritativo de que estas dos grandes almas gustaban. El caso es un ejemplo de la categoría y elevación con que dos almas santas abordan sus dificultades en la plenitud del espíritu católico: “Estamos divididos en opiniones sobre materias controvertibles — escribió el B. Palau — con personas respetables, y que amamos; no es cosa rara, ni extraña, pues que no habría debates ni discusiones dentro el aula conciliar, si allí los prelados opinaran todos de igual modo. Mientras todos reconozcamos un tribunal infalible, y nos sometamos humildes a su definición, la discusión no puede perjudicar.” (“El ermitaño ante el Concilio”, El Ermitaño, Nº 77, 28-4-1870).

Desgraciadamente, ambos fallecieron poco después, en fechas muy próximas y el debate que habría conducido a grandes progresos doctrinarios y pastorales no se desarrolló.

No es raro, por lo demás, polémicas entre santos movidas por un amor ardiente de la Iglesia. La más famosa, truculenta y fructuosa fue la habida entre San Jerónimo y San Agustín, Padres y Doctores de la Iglesia: “Ni tú conmigo ni yo contigo callemos lo que en nuestras cartas pueda chocarnos, con aquella intención, claro está, que no se desplace a los ojos de Dios en la fraterna caridad”, escribió en una ocasión el Aguila de Hipona (San Agustín) al León de Belén (San Jerónimo) (“Cartas de San Jerónimo”, BAC, Madrid, vol. II, 1962, carta 116, pág. 389).

[202]) P. Alejo de la Virgen del Carmen O.C.D., Vida del R. P. Francisco Palau Quer, 1933, pp. 316-317.

[203]) Cfr. Sacra Congregatio Pro Causis Sanctorum. Tarraconem. Canonizationis Servi Dei Francisci a Jesu Maria Joseph - Positio Super Virtutibus, Roma, Tipografia Guerra, 1985, vol. II, pp. 541-542.

[204]) “La acción inmediata de Dios”, El Ermitaño, Nº 116, 26-1-1871.

[205]) “¿Venció la Reina?”, El Ermitaño, Nº 152, 5-10-1871.

[206]) “El dogma católico con referencia a la redención de la sociedad actual”, El Ermitaño, Nº 170, 8-2-1872.

[207]) “Esclavitud de las naciones”, El Ermitaño, Nº 132, 18-5-1871.

[208]) Francisco Palau, Obras Selectas, Ed. Monte Carmelo, 1988, Burgos, col. Maestros Espirituales Carmelitas Nº 7, 918 pp, Carta 139, pág. 880.

[209]) “El tiempo en Jerusalén, Roma, Babilonia”, El Ermitaño, Nº 62, 6-1-1870.

[210]) “Cataclismo social”, El Ermitaño, Nº 148, 7-9-1871.

[211]) “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, Nº 160, 30-11-1871.

[212]) El B. Palau se refiere a profecías atribuidas a San Francisco de Paula contenidas en supuestas cartas del Santo a Simón de Limena, publicadas en el siglo XVII. El 10 de junio de 1659 la Santa Sede mandó retirar de circulación los ejemplares con ese carteo. En efecto, se verificó que habían sido introducidas cosas apócrifas, falsas e inventadas. Entre la publicación y la retirada de las bibliotecas, tales cartas fueron leídas por personas de la más alta autoridad, como el P. Cornelio a Lapide SJ, que reprodujeron trechos relativos a los “crucíferos”, futura orden de caballería que restauraría la Iglesia, a lo que todo indica los apóstoles de los últimos tiempos.

Numerosas almas santas — como San Luis María Grignion de Montfort — hicieron suyo el anhelo por los “crucíferos”. Fue así que se difundieron dichas profecías, de origen hasta hoy no esclarecido, refrendadas por la autoridad de santos y autores eruditos (cfr. P. L. Joseph Célestin Cloquet, “Histoire révélée de l'avenir de la France, de l'Europe, du monde et de l'Église Catholique, d'après l'Écriture Sainte, les Saints-Pères, les Docteurs de l'Église, les Révélations modernes ou contemporaines, et de récentes prophéties inédites”, Bertin Éditeur, París, 1880, págs. 117-118).

[213]) “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, Nº 119, 16-2-1871.

[214]) “El rey de España”, El Ermitaño, Nº 111, 22-12-1870.

[215]) “La Revolución se hunde”, El Ermitaño, Nº 106, 17-11-1870.

[216]) “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, Nº 119, 16-2-1871.

[217]) “Las ruinas de mi ermita”, El Ermitaño, Nº 98, 22-9-1870.

[218]) S.S. León XIII, Encíclica Inmortale Dei del 1-11-1885, Bonne Presse, París, vol. II, p. 39.

[219]) “Cálculos del Ermitaño”, El Ermitaño, Nº 163, 21-12-1871.

[220]) “Elías y Henoch”, El Ermitaño”,Nº 6, 9-12-1868.







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